Koh Phangan, tras el 'shock'

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Daniel Sancho Edwin Arrieta

Daniel Sancho Edwin Arrieta / Youtube / Puro Disfrute / Cortesía

Adrián Foncillas

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La señora Jab mastica su cólera. Planeaba exprimirle las últimas semanas a la temporada alta y sufre la cancelación de reservas desde que la prensa informó de que Daniel Sancho mató y troceó a Edwin Arrieta en su hotel a primera línea de playa. Pasa las hojas del dosier con lo publicado en una lengua que no entiende. “¿Ves? Aquí. Y aquí otra vez. Y aquí. El nombre de mi hotel”. Señala la foto tomada por una cámara de seguridad que muestra a una pareja de periodistas deambulando entre los 'bungalows' a las tres de la mañana. “Por supuesto que no avisaron”, ruge. La broma definitiva: es el hotel equivocado. 

Se cumple una semana desde que unos restos humanos fueran descubiertos en un vertedero de Koh Phangan y solo los afectados hablan de ello. Del asesinato que ya había agitado el pasado año a esta pequeña isla meridional del Golfo de Tailandia, de hecho, ya no se acuerda nadie. Asia digiere las desgracias a un ritmo diferente. Un caudal de viajeros desembarca cada mañana en su muelle, las playas nunca perdieron bañistas y los más jóvenes se preparan para el desenfreno épico de la próxima fiesta de la luna llena. El asunto es tan ubicuo en las parrillas televisivas españolas como desdeñado aquí. Un eco lejano, una fugaz conversación de café. 

El hotel donde se cometió el crimen.

El hotel donde se cometió el crimen. / Adrián Foncillas

El hotel, abierto a curiosos

El hotel del crimen está un centenar de metros al interior del de la señora Jab. Una de sus alas está en obras, solo se ven obreros transportando materiales de construcción y un paseo despreocupado lleva hasta el apartamento donde todo ocurrió. Se podría entrar si a uno no le venciera el pudor. Dice lo más parecido a una encargada que la jefa se ha ido y nadie puede hablar. Es comprensible el cansancio por esta romería de periodistas.

Dos turistas europeas, alojadas en el ala aún abierta, desvelan lo que saben. Habían visto a Daniel varios días, imposible no reparar en tal bigardo sobre la arena, siempre incomprensiblemente solo. Coincidieron en la tienda de los kayaks, el otro escenario de forzoso en la reconstrucción periodística del crimen, y prometen que Kanda le hizo firmar un documento en el que se responsabilizaba de cualquier accidente. “El insistía en que solo quería fumarse un porro bajo la luz de la Luna”, recuerdan. 

La señora Kanda mastica su cansancio. Es una de esas personas corrientes empujadas a una situación excepcional que las supera. Vendía patatas fritas y cervezas y ahora atiende a periodistas porque un tipo con melena entró en su tienda en busca del kayak desde el que arrojaría los restos del cadáver. Dijo primero que no quiso alquilárselo porque en aquella noche ventosa era peligroso navegar pero accedió a vendérselo por mil dólares. Dijo después que tampoco se lo vendió sino que Sancho se lo llevó tras depositar el dinero en el mostrador.

El kayak del crimen, acordonado

El documento firmado es incompatible con la versión y le pregunto por él. Asiente pero se negará a enseñármelo durante 45 minutos con inverosímiles excusas. ¿Mintió? Sí. ¿Y quién puede reprochárselo? Es una buena mujer que quiere evitar cualquier relación con un asesinato y regresar a sus cervezas y bolsas de patatas fritas cuanto antes. Aquel kayak rojo permanece sobre la arena, apenas un centenar de metros más allá de la tienda y acordonado con cinta policial, más cercano a una obra de arte moderno que a la evidencia de un crimen aún en fase de investigación.

La policía de Kho Phangan mastica su agobio. Se acude a por alguna migaja de la investigación. Puede soltarte un agente fumando en la puerta que, pongamos por caso, encontraron amenazas de muerte de Arrieta en el móvil de Daniel, y convertirse tu noticia en viral, pero es más probable salir de vacío. Primero recibidos con agrado e interés casi antropológico por unos policías locales desacostumbrados al foco global, incluso permitiendo las conexiones en directo en las instalaciones, después exteriorizando el agobio y aclarando que una comisaría no es un plató de televisión. “El martes, el martes”, repiten ahora citándonos a la rueda de prensa de un gerifalte policial de la provincia. En tres semanas habrán empaquetado sus conclusiones y las enviarán a la fiscalía para que empiece el juicio en la vecina isla de Koh Samui, próximo destino de la tropa periodística si el otoño viene tan parco en noticias como el verano.