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Vacaciones con adolescentes: recetas para surfear entre la diversión y la bomba de relojería

Tu hijo cumple 16 años y quiere salir de fiesta en verano: ¿manga ancha o límites claros?

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Una adolescente, leyendo un libro en la piscina.

Una adolescente, leyendo un libro en la piscina. / Valeria Honcharuk / Pim

Olga Pereda

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Caras largas, una conversación muy limitada y escasa alegría por el hecho de viajar. Este es el retrato robot -seguramente injusto- de un adolescente que acompaña a sus padres de vacaciones. El panorama es muy similar en todas las familias. “Contigo vamos de bronca en bronca”, “no estás a gusto en ningún sitio”, “no sabes apreciar el esfuerzo que nos ha costado organizar esta escapada” son frases que escuchan los -aparentemente- insensibles chavales y chavalas. Las vacaciones se convierten así en un pulso que desgasta y provoca frustración. ¿Se puede evitar? . Al menos, intentarlo.

Es fundamental que los padres desarrollen más empatía hacia sus hijos y que les impliquen en la decisión del destino estival y las actividades

Psicólogas y psicoterapeutas recuerdan que los adolescentes ni son egoístas ni tienen ese comportamiento para fastidiar. Son niños y niñas que están en una etapa de transición a la vida adulta y su misión en la vida es transgredir normas y límites, lo mismo que, en su día, hicieron sus padres y sus madres aunque no se acuerden. Las recetas para evitar una trinchera diaria tiene cuatro pasos: empatía (a kilos), comprensión, bajar a su mundo y hacer cosas que les interesen, e implicarles en la decisión del destino estival y las actividades. También dejarles su espacio y, a ser posible, organizar alguna quedada con sus amigos, a los que consideran sus verdaderos referentes y son la esencia de su vida social. El cerebro de los adolescentes genera oxitocina al estar con sus iguales, no con sus madres y padres. 

“El córtex prefrontal del cerebro adolescente no está maduro, y no lo estará hasta los 20 o 25 años. Por lo tanto, su capacidad de autorregulación y atención está limitada. Nosotros somos los adultos y sí que podemos autorregularnos emocionalmente y ayudarles a ellos a hacerlo”, explica Mercedes Bermejo, psicóloga sanitaria y directora de Sentir, editorial especializada en la salud emocional de la infancia y la juventud. “Lo primero que tenemos que hacer es entender que nuestros hijos no tienen la misma perspectiva que nosotros ante las vacaciones. Nosotros las sobrevaloramos, pensamos que, tras todo el estrés y la carga laboral del año, viene una época de paz y diversión. Idealizamos el verano”, destaca.

"Nuestros hijos no tienen la misma perspectiva que nosotros ante las vacaciones. Nosotros las sobrevaloramos"

— Mercedes Bermejo, director de Sentir

“Si le juzgas y le criticas huirá de ti y no te contará nada. Es fundamental que te cuenten cosas, aunque no todas te van a gustar”

— Elisa López, psicóloga y psicoterapeuta infantojuvenil

Implicarles en la decisión

Todos los expertos recomiendan implicar a la chavalería en la decisión de dónde ir de vacaciones. “Ellos no deciden, pero pueden opinar. Y, sin embargo, muchas veces ni les preguntamos ni tampoco les informamos del destino, ya sea un viaje a otro país o un camping en el pueblo más cercano. Nos frustra gastarnos dinero en algo que ellos no aprecian. Pero hay que recordar a todos esos padres que esa decisión es suya, no de sus hijos e hijas. Somos nosotros los que tenemos consciencia del valor de las cosas, ellos no”, añade Bermejo.

“Muchos padres optan por un tipo de veraneo en función de sus gustos e intereses, pero no recaen en lo que les puede apetecer a sus hijos. Necesitamos conectar con ellos, con sus necesidades y sus gustos”, subraya la psicóloga especializada en población infantojuvenil Elisa López. El verano debería ser una oportunidad para encajar más con los hijos. “Nuestros planes les parecen aburridos. Tú quieres conocer una ciudad o visitar un museo, y ellos no. Hay que hablarlo mucho y trazar un día un plan un poco más de adultos y otro, algo que les guste más a ellos. Debemos preguntarles qué les apetece”, añade la psicoterapeuta.

La directora de Sentir recomienda bajar al mundo de los adolescentes para conocerlos mejor. “Tenemos que adaptarnos a sus hobbies. Y si tienes que hacer un short en Youtube porque es lo que le gusta a tu hijo, pues lo haces. Y si tienes que comer en una hamburguesería barata en lugar de un restaurante caro, pues lo haces también. No todos los días de las vacaciones, pero sí algunos”, insiste. Aunque parezca que ellos son unos desapegados y pasan de todo, siempre hay que mostrar interés por sus cosas. “Da igual si le preguntas algo de su vida y no te contesta. Hay que mostrar curiosidad, eso sí, sin interrogar y sin juzgar”, añade López.

Sobreprotección

A pesar de que los adolescentes están en proceso de ser adultos, no dejan de ser niños. Niños que, en muchos casos, han pasado una infancia de sobreprotección. “Ellos no tienen la culpa de tener hipermadres e hiperpadres que han procurado evitarles cualquier mal, disgusto o contrariedad a lo largo de su infancia. Hay niños preadolescentes que no saben ni cruzar bien un semáforo porque ya lo hacen sus padres por ellos”, critica López, que pide a los progenitores huir de las garras de la sobreprotección.

Organizar una quedada puntual con algunos amigos de los hijos es otra una estupenda idea para que el verano no sea una trinchera familiar. También lo es, en opinión de Bermejo, poner la norma de cenar en familia. “Esto es algo que cada vez se hace menos, pero resulta fundamental. Es un gran prescriptor de la salud mental”, subraya. Un reciente estudio de la Generalitat confirma, de hecho, que los menores que cenan o comen con sus padres y madres -también los que hablan en familia de temas de actualidad o cosas del cole- tienen mejores resultados académicos que los que no lo hacen casi nunca.

Un trabajo que empieza antes

Aunque muchos progenitores tienen la sensación de que, de un día para otro, sus bebés se han convertido en adolescentes, las expertas recalcan que la crianza y la educación de los hijos comienza en la más tierna infancia. “El trabajo empieza cuando son pequeños. A los 15 años ya tienen implantados los valores y los principios que tú, como padre y madre, les has inculcado”, explica López.

La psicóloga recomienda a los padres que ofrezcan confianza a sus hijos para que, desde pequeños, les cuenten cosas y sepan que pueden contar con ellos. “Si le juzgas, si le criticas, si dices que es horrible todo lo que hace, huirá de ti y no te contará nada. Es fundamental que te cuenten cosas, aunque no todas te van a gustar”, advierte.

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