Acompañamiento al duelo

Perder a la madre siendo un niño: "Me cuesta entender la rabia y controlarla"

Seis pautas para mejorar la tolerancia a la frustración en niños

El grupo de menores se abraza al finalizar el taller donde aprenden a gestionar emocionalmente el duelo dentro del programa de Atenció Integral a Personas amb Malalties Avançades de la Fundació La Caixa

El grupo de menores se abraza al finalizar el taller donde aprenden a gestionar emocionalmente el duelo dentro del programa de Atenció Integral a Personas amb Malalties Avançades de la Fundació La Caixa / JORDI COTRINA

Elisenda Colell

Elisenda Colell

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"Me cuesta mucho entender la rabia y controlarla: me ha ayudado que me hayáis enseñado a meditar", explica un niño de 11 años que ha perdido a su madre hace menos de un año tras una enfermedad. Lo dice ante una decena de niños de su edad a quienes les ha tocado pasar por lo mismo y que asisten a una de las terapias de grupo especializadas y gratuitas financiadas por la fundación La Caixa. "Estamos dando apoyo a niños que no tendrían esta oportunidad, los grupos de duelo para menores no están integrados en la sanidad pública. Y son necesarios. Una pérdida así es una bomba de relojería que puede acabar muy mal: con depresiones, ansiedad o sintomatología muy grave", cuenta Silvia de Quadras, psicóloga del proyecto.

Son las tres de la tarde y un grupo de niños de 11 a 15 años se sientan en las sillas, colocadas en forma de círculo, en una sala del Palau Macaya de Barcelona. Los niños hablan de rabia y frustración: sus padres, madres o hermanos han muerto recientemente. Algunos tras una larga enfermedad. Otros, de forma súbita. También por suicidios. "¿Quién cree que es injusto lo que le ha pasado? ¿Quién tiene miedo de perder a otra persona?", les pregunta De Quadras. Cabizbajos, todos levantan la mano. "No se sienten identificados con los niños de su clase o sus amigos, y aquí ven que no están solos -cuenta la psicóloga-. Se ayudan los unos a los otros".

Un grupo de menores durante el taller donde aprenden a gestionar emocionalmente el duelo dentro del programa de Atenció Integral a Personas amb Malalties Avançades de la Fundació La Caixa

Un grupo de menores durante el taller donde aprenden a gestionar emocionalmente el duelo dentro del programa de Atenció Integral a Personas amb Malalties Avançades de la Fundació La Caixa / JORDI COTRINA

Una hora después los niños salen sonrientes. "Yo no puedo saber de qué hablan, pero mi hijo vuelve tan tranquilo que se duerme en el coche. Se siente útil y se relaja", cuenta Manuel Gámez, que perdió a su mujer a causa de un tumor cerebral hace un año. "Cuando murió su madre, él estaba muy agresivo, venir aquí es la mejor decisión que he tomado", cuenta Roger Martín, que reconoce que tras el fallecimiento de su pareja no sabía cómo reaccionar: "Estás en 'shock'", admite.

Crisis existencial y agresividad

"A mí no me dejaban llorar ni aceptan que me ponga enferma", explica Cristina Amaya, abuela de dos niños que han perdido a cuatro familiares en menos de un año. "Desde que vienen aquí puedo llorar en casa", admite Vanesa Hurtado, madre de dos adolescentes que perdió a su marido a causa de un tumor cerebral. Jan, el hijo de Martín, ha pedido seguir un año más en este grupo. "Quiere ayudar a los otros niños", cuenta el padre, agradecido.

Jan estuvo cuidando de su madre hasta el último minuto. "Cuando murió, él no hablaba de eso", explica Martín. Agradece el apoyo de la escuela en un momento clave: el cambio al instituto.

"Mis hijos se enfadaban con sus amigos, que solo se preocupaban de si el Barça perdía o si los Reyes traían muchos regalos -comenta Yolanda Martínez-. Entraron en una crisis existencial muy bestia y tampoco lo hablaban porque no querían cargarnos más a nosotros". Su hijo mayor, de 19 años, murió el año pasado mientras estaba de colonias como monitor de un 'cau'.

Hijos haciendo de padres

Para los padres, que sus hijos sigan adelante es la clave para hacerlo ellos. "En Navidad, mi hijo quería decorar el árbol. Me dijo: 'Mamá, el tete se ha ido pero no se ha llevado la Navidad'. Lloramos mucho, pero el árbol se puso", cuenta Martínez. "Los niños nos dan lecciones -sigue la mujer-. Al mes de morir mi hijo yo quería irme con él, pero la vida te empuja y ahora hacemos las cosas en su honor". "Sí, los niños son nuestro motor", coincide Roger, que aún recuerda el abrazo que le dio su hijo cuando él se puso a llorar escuchando a Bruce Springsteen.

"En principio los padres deberían consolarte a ti y ahora es al revés", explica Laia, joven de 20 años que ha perdido de forma súbita a un familiar. "A mí en el funeral me decían: 'Tienes que cuidar a tu madre y tu hermana'. ¿Y a mí quien me cuida?", se pregunta Ainoha. "Tienes a tu padre y a tu madre... pero no. Hay una carga, te toca hacer de padre de tus padres", coincide Miranda, de 22 años, que perdió a su hermano mayor el año pasado tras una larga enfermedad. Ella era su cuidadora.

Perder amigos (y la juventud)

"Ha sido muy duro no poder vivir mi juventud, pero sé que hice algo bueno, cuidar a mi hermano, pasar tiempo con él", sigue Miranda. Un tiempo que ella sabía que iba a terminar demasiado pronto. Asegura que el duelo no es fácil. "Primero estás en 'shock', eres incapaz de conectar con tus emociones. Y ahora siento que me he vuelto más intolerante, quiero conectar con otras personas y no puedo", sigue la joven. El resto de jóvenes asienten. Ainoha, de 19 años, cuenta que perdió a sus amigos. "Cuando mi padre estaba enfermo yo les pedía que se pusieran la mascarilla, pero no querían".

Un grupo de menores durante el taller donde aprenden a gestionar emocionalmente el duelo dentro del programa de Atenció Integral a Personas amb Malalties Avançades de la Fundació La Caixa

Un grupo de menores durante el taller donde aprenden a gestionar emocionalmente el duelo dentro del programa de Atenció Integral a Personas amb Malalties Avançades de la Fundació La Caixa / JORDI COTRINA

En el grupo de jóvenes, cada cual ha afrontado el duelo como ha podido. Elisabet (19 años) admite que se siente sola y que opta por encerrarse aún más. A su hermano Adrià (21 años) le alivia no tener que levantarse de madrugada para llevar a su madre al baño, aunque a la vez, el dolor por la pérdida le lleva a comportamientos agresivos. "Estoy a punto de reventar y tengo ganas de romper cosas", se sincera. Ainoha, en cambio, optó por salir de fiesta a diario. "Para olvidarme de todo". No tolera la Navidad. "La gente se sienta en la mesa y dice 'papà' y sus padres están allí... No puedo ver a familias por la calle porque pienso... ¿porqué me ha tocado a mí?". Ahora quiere mudarse de casa. "Es que mi padre está en cada rincón... No nos atrevemos ni a sentarnos en el sofá", explica la chica.

Acuden agradecidos a la terapia de grupo, aunque al principio lo veían como una pérdida de tiempo. Adrià cuenta que le ayudó ver a chicos como él, a quienes les había pasado lo mismo. "Como ahora soy el más mayor me toca hacer con los demás lo que hicieron conmigo", explica. Es la gracia de esta terapia grupal. Y como nuevo referente del grupo que ya es, lanza un mensaje de esperanza. "¡Claro que volveremos a ser felices! No está prohibido".

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