Un año de la invasión

Refugiados en Barcelona: "Si me quedaba en Ucrania el cáncer me mataba"

Kataryna Hladysh es una ucraniana que se estableció en la capital catalana para poder seguir el tratamiento contra el cáncer, a pesar que sus hijos viven en el país en guerra

Especial multimedia sobre el primer año de la contienda

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A1-165999989.jpg / ZOWY VOETEN

Elisenda Colell

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"Tuve que tomar una de las peores decisiones de mi vida: si me quedaba en Ucrania con mis hijos el cáncer me ganaría porque ya no hay medicinas ni tratamientos", explica Kataryna Hladysh desde el centro de distribución de alimentos de la asociación Djerelo en Barcelona. Desde el pasado mes de marzo, recibe quimioterapia por un cáncer en los ovarios en el Hospital Vall d'Hebrón. "Yo lo que quiero es regresar a Ucrania con mi familia en cuanto termine el tratamiento, pero a este país le debo toda mi vida", añade la mujer.

Hladysh vivía en Kryvyí Rih, una ciudad al sur de Ucrania donde la invasión rusa se ha cobrado decenas de vidas y derrumbado una gran cantidad de viviendas. Esta madre soltera de 42 años ha forjado su carácter entre las adversidades. En 2013 le extirparon una mama debido a un cáncer. Luego, enfermó de otro de ovarios. Pero nunca dejó de trabajar: era dueña de una clínica veterinaria de perros. Así era su vida antes del conflicto. "Vivía con mis hijos enseñándoles a no quedarse atrás, a ir siempre adelante a pesar de todo", explica. El 24 de febrero de 2022 llegó el tercer obstáculo al que se tuvo que sobreponer. "El día que empezó la guerra estaba en el apartamento de mi hijo en Kiev, y bajamos juntos al sótano cuando empezaron los bombardeos", explica. Su hijo varón, de 19 años, estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Kiev y no puede salir del país debido a la aplicación de la ley marcial.

Huida de escalofrío

Aún se emociona al recordar la noche del 28 de febrero de 2022, cuando tomó la decisión de huir del país con su hija de 9 años. "No sabía cómo hacerlo pero tenía muy claro que si me quedaba allí, el cáncer me iba a matar. Cerraron los hospitales y la medicación no llegaba", cuenta. Con su hija menor se embarcó en un viaje que, un año después, aún le da escalofríos. "Pagamos 12.000 hrívnias (300 euros) para entrar en uno de los autobuses que iban hacia Polonia. Recuerdo que era de noche y las ventanas estaban tapadas con cartones pero se podía ver por un hilillo: vi decenas de coches ardiendo...", cuenta con los ojos empañados.

Kataryna Hladysh es voluntaria del centro de distribución de ayuda humanitaria para los refugiados ucranianos de Barcelona, el pasado lunes.

Kataryna Hladysh, voluntaria del centro de distribución de ayuda humanitaria para los refugiados ucranianos de Barcelona, el pasado lunes. / ZOWY VOETEN

"Agarré fuerte a mi hija para que ella no viera todo aquello, para que no tuviera miedo", sigue. El trayecto, de madrugada, fue de lo más accidentado. Estuvieron horas detenidos por los militares. "El conductor era de Lugansk y no sabían si estaba en el bando de los rusos. Recuerdo que lo hicieron desnudar, y que luego nos cambiaron de conductor. También oí a los militares hablando en ruso y me asusté muchísimo", explica.

La cara se le cambia por completo al hablar de su llegada a Polonia. "Nos recibieron con los brazos abiertos: nos dieron comida, un sitio donde poder descansar... nunca podré agradecerlo lo suficiente", sigue. En cuanto salió de Ucrania ya tenía claro que quería ir a Barcelona. "Sabía que en el Hospital Vall d'Hebrón estaría bien atendida". Madre e hija llegaron con un vuelo gratuïto del Gobierno y recibieron el apoyo de la Cruz Roja.

Kataryna Hladysh, en el centro de distribución de ayuda humanitaria para los refugiados ucranianos de Barcelona, el pasado lunes.

Kataryna Hladysh, en el centro de distribución de ayuda humanitaria para los refugiados ucranianos de Barcelona, el pasado lunes. / ZOWY VOETEN

Vuelta en noviembre

Después del verano, fueron muchos los refugiados que volvieron al país en guerra, después de que la mayoría del país estuviera bajo el control de los militares. Kataryna no fue una excepción. "Yo regresé en noviembre con mi hija. El conductor del autobús que nos llevó hacia casa intentó pasar por una ruta donde no viéramos tanta destrucción... pero fue inevitable", explica. Ya allí, presenció como una bomba destruía un edificio y mataba a una decena de vecinos a los que conocía. "Los drones, los aviones que vuelan bajo... da mucho miedo pero al final te acostumbras", sigue. Sin embargo, no duró ni dos meses: "No tenía acceso al tratamiento, había una escasez brutal". Así que decidió regresar a Barcelona.

Esta fue la peor decisión de esta madre. "Dejé a mi hija con mis suegros porque ahora, si quieres llevarte a tus hijos, necesitas mucha documentación y dinero que no tenía", explica con un hilo de voz. Le consuela saber que sus dos hijos están bien, y que ambos siguen sus estudios de forma telemática. "Tuve que elegir, si me quedaba allí el cáncer me habría matado", sigue. Aunque admite que estos pensamientos aún le torturan.

Esperanza en el voluntariado

Para apaciguarlos, es voluntaria de la asociación Djerelo, una entidad de ucranianos en Barcelona que desde el primer momento se ha volcado en la acogida y apoyo a los refugiados. "Cuando me despierto con náuseas por la quimio, cuando lo veo todo negro... vengo aquí y sé que puedo ayudar a la gente. Me ayuda a salir de casa, a seguir haciendo cosas. Es lo que me mantiene en vida", agradece. Especialmente se refiere a la presidenta de la entidad, Olga Dzyuban. "Es mi segunda madre, me ha dado todo sin pedir nada a cambio".

Kataryna Hladysh atiende una familia en el centro de distribución de ayuda humanitaria para los refugiados ucranianos de Barcelona, el pasado lunes.

Kataryna Hladysh atiende una familia en el centro de distribución de ayuda humanitaria para los refugiados ucranianos de Barcelona, el pasado lunes. / ZOWY VOETEN

Este centro de ayuda humanitaria (ubicado primero en la calle Lledó y ahora en Via Laietana) atiende cada mes unas 60 familias de refugiados. Kataryna es la responsable de darles comida, ropa o juguetes para los niños. "Hemos tenido momentos de 170 familias necesitadas", sigue. La inmensa mayoría son familias que no están en la Cruz Roja, que han alquilado habitaciones por su cuenta o viven en familias de acogida. "Muchos no encuentran trabajo por el idioma, no hablan español... y no tienen ninguna ayuda", se queja.

A pesar de todo, Hladysh mantiene la sonrisa. "Pensé que después de los dos cánceres no tendría que pasar por otra lección de vida. Pero me he dado cuenta de que cuando no tienes fuerzas, cuando no puedes más... tienes que ayudar a los demás. Luego ellos tirarán de ti", asegura. Insiste en que ve el futuro con esperanza: "Después de tanta oscuridad.. vendrá la luz, pasarán cosas buenas. Estoy segura".

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