Coronavirus
Covid persistente: "Pensé que serían diez días y llevo tres meses con la vida parada"
“Cuando lo cogí, yo pensé también que iban a ser diez días y ya me iba a recuperar”, cuenta Inés Iglesias, de 26 años, sobre su contagio de SARS-CoV-2, el pasado mes de marzo. Tres meses después, sigue con su vida “parada”. “A la gente joven también nos afecta”, advierte en un momento en el que la pandemia se está expandiendo de forma explosiva entre la población de entre 15 y 30 años.
Esta enfermera estaba concienciada de sobra sobre la gravedad de esa enfermedad y la necesidad de mantener las medidas de prevención. La vivió de cerca. En la unidad de Reanimación 1 del Hospital Álvaro Cunqueiro atendió a pacientes críticos con covid en noviembre y diciembre. Una etapa dura “físicamente por trabajar con los EPIs puestos y porque cuanto más tiempo estás dentro del box más tiempo estás expuesta”. Ese tiempo se aisló de familiares y amigos y, como no tiene cargas laborales, cuenta que no lo llevó mal. “Ya llevábamos mucho tiempo conviviendo con el covid y a mí hablar me ayudó”, explica.
Por una baja de cuatro días por una gastroenteritis se perdió el turno de vacunación de su planta en el hospital. Al volver, solicitó que la pincharan, pero “no hubo apenas tiempo”. Al poco, se infectó. Quedó con un amigo que desconocía que estaba contagiado. A los dos días, empezó con fiebre. “Realmente, no lo pasé mal. Una gripe fuerte con cuatro días en cama con fiebre, sin levantarme ni apenas comer, pero nada grave. Ni insuficiencia respiratoria ni nada así. Sí percibía ya que el dolor muscular de piernas y brazos “era más grave” que una simple gripe, “pero nada importante”.
Pasados cinco días “ya estaba mejor”. El problema es que dos semanas después, cuando ya estaba recuperada, empezó a notar bastante dolor en las pierna. “Al principio pensé que era una gripe o así, pero el dolor no se iba”, recuerda. “Cada vez que me pongo de pie es como si me pesaran mucho las piernas y me quemaran por dentro”, describe. Es un dolor continuo. No desaparece. Necesita medicación para dolor crónico y agudo.
No solo es el dolor. Las piernas también le fallan. “A veces me da una especie de descarga y me quita la fuerza de la pierna. Ya me he caído alguna vez. Ahora me da miedo ir sola por la calle o conducir”, cuenta. Así que no lo hace.
“Camino poco y mal”, expone y explica que, aunque no demasiado, sí sale a casa de sus padres o de allegados, pero una vez allí, “siempre” busca un sitio donde poder sentarse y cambiar de postura. “No aguanto mucho en la misma”, indica. Por tanto, tampoco ha podido reincorporarse al trabajo. En realidad, no puede hacer muchas cosas. Si realiza un mínimo esfuerzo, nada exagerado, “la recuperación de los días siguientes es más dolorosa”. Movió unos bultos y estuvo “tirada una semana”. “Me paso muchos días tirada en la cama”, lamenta.
“No salgo mucho de casa, no tengo planes y nunca sé si voy a estar bien o mal cuando me despierto”, resume y concluye: “No puedo recuperar mi vida”. Confiesa que “lo peor” es lidiar con ello mentalmente.
En el Hospital Álvaro Cunqueiro, donde la trata la Unidad PostCovid, cuentan con que se recuperará. “Me han hecho bastantes pruebas y no me han encontrado nada, por lo que no hay lesión importante, pero sí un dolor neuropático evidente”, explica. “Lo que me dicen es que, por su experiencia, al año el 99,9% de la gente está bien, como si no hubiera cogido COVID”. Una previsión optimista si no fuera por el tiempo de recuperación. “No me quieren decir una fecha porque no la saben”, cuenta.
Hay más casos como el suyo. También con otros síntomas como disnea o agotamiento. Su caso sorprende a la gente cuando lo cuenta. Tiene 26 años y, además, solo le sucede a ella entre los que se contagiaron de su entorno. “¿Y ya está mejor?”, “¿Pero sigues mal?”, “¿Pero cómo vas a seguir mal después de tres meses?”, son preguntas que suele escuchar.
Por lo que ve entre la gente por la que se rodea cree que “son una minoría” los jóvenes que dejan ya a un lado las medidas de prevención para pasárselo bien, por ejemplo, en fiestas y botellones. A los que sí lo hacen les manda un mensaje: “A la gente joven también nos afecta”. Pero no solo porque pueden llegar a ver su vida paralizada durante meses, como Inés, sino por a quién puedan perjudicar. “Puedes contagiar a gente que no sabe si tiene una segunda enfermedad o que, en este momento, están inmunológicamente más comprometida y, sin querer, le fastidias la vida a alguien”, destaca apelando a su responsabilidad.
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