Aniversario

Veinte años después del ataque de ETA en Roses el terror de aquella noche trágica no se olvida

El atentado perpetrado por la banda armada el 17 de marzo del 2001, que causó la muerte al mosso d’esquadra Santos Santamaría, generó una gran conmoción nacional

El Hotel Montecarlo, tras la explosión

El Hotel Montecarlo, tras la explosión / EMPORDÀ

Mairena Rivas

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A Heike Munter, le faltaba poco más de un cuarto de hora para acabar el turno en la recepción del Hotel Montecarlo. Vio llegar al sereno, que empezaba la jornada justo cuando ella salía del trabajo, a las 11 de la noche. Todo normal. Siempre llegaba un rato antes, el sereno. Lo que no se imaginaba Heike Munter es que, solo unos diez minutos antes, la Policía Local de Roses había recibido un aviso alertando de que ETA había llamado al periódico Gara, a la Asociación de Ayuda en Carretera (DyA) del País Vasco y a los Bomberos de Barcelona para decir que una bomba explotaría a las 23.00 horas enfrente del Hotel Montecarlo de Roses.

«Han pasado veinte años y no son buenas memorias», reflexiona Heike Munter, mientras su mente se transporta a aquella trágica noche: «Debían ser las once menos cuarto, cuando entró un mosso d’esquadra gritando que debíamos evacuar el hotel, que había una bomba. Yo, al principio, no me lo creí, pero cuando vi el rostro tan serio de aquel policía y vi subir a compañeros suyos por las escaleras, dando porrazos en las puertas de las habitaciones para que salieran todos los clientes, me di cuenta de que aquello podía ser verdad».

Tan serio era que, en la comisaría de Roses, reaccionaron como nunca, no lo dudaron ni un segundo. 17 de marzo del 2001. Era una época en que la amenaza terrorista era latente en Catalunya. Cuando llegó la información de la alerta, a las diez y media de la noche, Alfons Sánchez, actual inspector jefe del Área Básica Policial de Figueres, que entonces era sargento y jefe de la unidad de investigación de los Mossos d’Esquadra de Roses, preparaba el dispositivo Tramuntana para evitar peleas y alborotos típicos de un sábado por la noche en los bares de los Arcos d’Empuriabrava (Castelló d’Empúries). Había convocado, entre otras unidades, a los equipos de seguridad ciudadana, de la policía administrativa de Girona, de las Áreas Regionales de Recursos Operativos (ARRO) y de la Policía Local de Castelló d’Empúries y, a aquella hora, después de haber cenado con su madre, coordinaba, ante una pizarra, el brífing de la actuación policial nocturna.

El aviso de bomba hizo retronar la sala. Alfons Sánchez abandonó la pizarra y dio la orden a todos los agentes que tenía allí reunidos: nada de operativo Tramuntana, todo el mundo para Santa Margarida. Las patrullas salieron en estampida hacia el Hotel Montecarlo. «Tuvimos la suerte de ser más efectivos que en un día ordinario. Si aquella noche no hubiésemos sido tantos policías, habríamos tardado muchísimo más en desalojar el hotel y los bares y restaurantes de la zona», recuerda el inspector jefe.

En seguida, un cabo y tres agentes irrumpieron gritando en el hotel donde Heike Munter contaba los minutos que le quedaban para acabar la jornada laboral y donde 180 turistas, la gran mayoría estudiantes y gente mayor extranjeros se encontraban descansando en sus habitaciones. De la tercera a la quinta planta del hotel, todas las habitaciones estaban ocupadas, aquella noche.

Atentado en Roses de ETA

Atentado en Roses de ETA / EMPORDÀ

«No podía dejar a mis clientes sin abrigo»

En pijama, en camisón… todos tenían que salir lo más rápido posible, hacia la playa. «Les dije a los mossos que tenía que ir a la lavandería a buscar mantas, que no podía dejar a mis clientes sin abrigo. Pero no me dejaron, me dijeron que yo también tenía que ir hacia la playa. Por suerte, en la entrada del hotel, encontré un paquete de mantas y lo cogí», relata la que entonces era trabajadora del hotel, y se le rompe la voz cuando dice: «Fue pisar la arena y notar como vibraba todo el suelo. De pronto, la explosión. No sabes qué ha pasado ni a dónde ir. El trueno nos dejó sordos. Aún no entiendo cómo pudimos sobrevivir a aquél horror».

El temporizador del coche bomba debió fallar, porque no habían tocado las 23.00 horas cuando estalló el artefacto con unos 80 quilos de explosivos, como se pudo saber más tarde. Alfons Sánchez saltó rebotado por la onda expansiva y se golpeó los codos contra el suelo para amortizar la caída. El instinto hizo que se protegiese la cara con las manos. Él fue el último en salir del hotel, hasta que no hubo terminado de comprobar que no quedaba nadie dentro. Corría hacia la playa y se disponía a radiar por la emisora que ya se había efectuado la evacuación, pero no tuvo tiempo. Explosión. «Yo podría haber muerto. En aquel momento estaba tan solo a unos 55 metros del coche bomba. La experiencia es horrible. Un vacío, un silencio celestial que debió durar unos segundos pero que me resultaron eternos. Una oscuridad bestial y objectos cayendo del cielo. Yo pensaba que se me caería encima la rueda de un coche, un motor… El ruido de las alarmas de los coches rompió aquel silencio tan indescriptible», explica el ahora inspector jefe.

Como pudo, se levantó del suelo y se fue hacia el paseo. «Pude comunicar por la emisora que la evacuación había ido bien y que solo se habían producido daños materiales. A partir de ahí, oigo gritos al otro extremo de la calle. Pedían una ambulancia. Era porque el compañero Santos había caído». Y al recordarlo, Alfons Sánchez no oculta su emoción.

A pocos metros del Montecarlo, en el Hotel Monterrey, un grupo de cazadores celebraba una cena. Laureano García, el propietario del Restaurante El Rey de la Pampa y de una tienda de ropa, era uno de los comensales y entró en shock al oír la explosión y al ver como saltaban por los aires los cristales de las ventanas. «Había fuego en los locales. Lo primero que pensé fue que en el restaurante habría muertos. Corrí hacia allí pasando por detrás del cordón policial, pero afortunadamente vi que habían desalojado a la gente. Un policía me echó de allí, me dijo que había peligro. Estaba todo destrozado», explica el empresario. Alfons Sánchez todavía se pregunta cómo en unos escasos veinte minutos consiguieron desalojar centenares de personas, no solo del Montecarlo, sino también de los bares y restaurantes.

La detonación de la bomba sobresaltó a Lourdes López Serra a dos calles de distancia del hotel, donde está su casa. «Me había quedado adormilada y, cuando se produjo la explosión, pensaba que estaba soñando», comenta esta vecina de Santa Margarida. Oyó gente que corría, salió a ver qué pasaba y ya todo estaba acordonado. No era un sueño, precisamente. Mucha gente lo recuerda como una pesadilla.

El primer mosso asesinado en un atentado terrorista

Santos Santamaría se había colocado prudentemente a unos 120 metros del hotel, vigilando que nadie se acercase y procurando ampliar el perímetro de la cinta policial para proteger todavía más a los viandantes. Tenía 32 años y estaba destinado a la policía judicial de la comisaría de Mossos d’Esquadra de Roses. La explosión disparó una lluvia de metralla a un radio de más de 300 metros. Un amortiguador incandescente del coche bomba salió disparado en dirección al mosso y se incrustó de lleno sobre su cuerpo. Murió en el acto.

De todo lo que pasó aquella noche, este fue el suceso más amargo y más triste. Las unidades policiales fueron volviendo a la comisaria poco antes de las 4 de la madrugada. Los agentes habían compartido horas de tensión y nervios e intentaban asimilar que un compañero había sido asesinado. «De repente empezaron a aflorar en todos nosotros los sentimientos por la pérdida. Fue muy duro. Tengo palabras de agradecimiento hacia el entonces conseller de Interior de la Generalitat Xavier Pomés que, en un momento tan trágico, quiso estar acompañándonos en la comisaría, haciendo con nosotros una gestión emocional muy necesaria», ha dicho Alfons Sánchez.