arqueologia de celuloide

El hombre que revela fotógrafos

Cristóbal Castro ha rescatado la obra de Joana Biarnés, de Carlos Durán, de Manu Gordillo, de Antoni Boada, ahora, la de Vicente Villatoro, vamos, que se merece un homenaje y aquí lo tiene

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Carles Cols

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Cristóbal Castro es el hombre que ha revelado (oportuno verbo para esta materia) la existencia de media docena de fotógrafos cuya obra había caído en el olvido y, avisa, tiene cuatro o cinco más en las cubetas del laboratorio. Su más feliz hallazgo, a título de presentación de quién es Castro, fue Joana Biarnés (1935-2018), de la que decir que fue la primera mujer fotoperiodista de España es quedarse muy corto, porque parece sugerir que ese detalle es más importante que la calidad de su trabajo, y es al revés.

El último descubrimiento de este arqueólogo de negativos es Vicente Villatoro, testigo a través de su cámara, entre otras cosas, de los primeros brotes del turismo en la Costa Brava (sus fotos, dicho ya ahora, no presagiaban nada bueno), de las peregrinaciones catalanas a los cines de Perpiñán para ver una teta, de las tradiciones locales, de cómo vestir al niño de penitente para una procesión, y, también de su vida doméstica, lo cual brinda una oportunidad estupenda para constatar que su hijo Vicenç apuntaba maneras como la Joan Báez barbuda, dicho esto con todo el cariño. Vicenç es, por si gustan comparar el antes y el después, Vicenç Villatoro.

Todo esto tiene (es decir, la obra de BiarnésVillatoroCarlos DuránMarc CorominasJosep Maria Alberó…) tiene un nexo común. Ocurrió el 25 de septiembre de 1962. Fue el año de la gran riada. Parece que en el Vallès llovió aquel día lo que en Macondo en "cuatro años, 11 meses y 12 día" (según el relato de Gabriel García Márquez) y, como consecuencia de aquella catástrofe natural murieron entre 600 y 1.000 personas. La falta de precisión en el cómputo ya indica de forma clara el paisaje que quedó tras el paso torrencial de las aguas. La cuestión es que, en un país en el que la fotografía había degenerado durante el franquismo, con pocas excepciones, en un arte menor de posados de recepciones oficiales, aquello fue (perdón por la exageración) un Vietnam, o sea, una escuela a la brava de fotoperiodismo.

A Terrassa fueron en aquellas terribles jornadas de la gran riada fotógrafos de oficio y, también de afición. Fue así, de hecho, como Castro descubrió a Biarnés, porque andaba en busca del material gráfico sobre aquella catástrofe para una exposición y reparó en los excepcional de la mirada de aquella fotógrafa. La historia posterior es medio conocida. Ella no creía que el conjunto de su obra mereciera una retrospectiva, pero paso a paso su figura emergió. Castro estaba, por ejemplo, en las jornadas fotográficas de Albarracín (Teruel), en la que el público, de pie, aplaudió más de cinco minutos las obras de Biarnés.

Con idéntica dedicación quiso Castro revelar la vida y obra de otros fotógrafos, como Carlos Durán, con un fondo personal sobre el pasado fabril de Terrassa sin parangón, Marc Corominas y Antoni Boada, retratistas de la vida cotidiana de esa misma ciudad, Ignasi Marroyo, lo mismo, pero en Rubí, Josep Maria Alberó, singular por su mirada onírica, y hasta un tipo peleón como Manu Gordillo, al que la carga erótica de sus obras le ha costado más de un disgusto por la pacatería de las autoridades municipales. Varios de ellos eran compañeros de aventuras fotográficas junto a Joan Colom, considerado, porque lo es, un faro en esta disciplina artística, pero no gozaron de su fama, quien sabe si por era de Barcelona y sus amigos, no.

Villatoro, al que el homenaje pilla con 91 años, encaja perfectamente en esa lista de fotógrafos capaces de ver lo significativo allí donde otros no vemos nada. Una pared cualquiera de Perpiñán, empapelada con carteles en los que se clama contra la pena de muerte de Salvador Puig Antich no es la foto que entonces, en 1974, cuando los carretes y el revelado obligaban a seleccionar. Pero, puestos a destacar una escena de la colección de Villatoro, merece la pena comentar esa escena de dos jóvenes turistas montadas en sendos burros y a punto de iniciar lo que parece una justa medieval entre Lancelot y el Caballero Negro, pero en biquini. Aquella fotografía sesentera del amanecer del turismo de masas en Catalunya es, vista con perspectiva, toda una premonición.

El empeño de Castro por culminar sus misiones de rescate de fotógrafos con una exposición y un libro parecerá medio fácil, pero él, como cualquiera de su oficio, sabe lo que sufre el gremio de la cámara. "Somos los tontos de la redacción", se lamenta.

No está clara la razón, pero a lo mejor habría que echarle la culpa a ‘Lou Grant, serie referencial para los que han cumplido como mínimo medio siglo, una escuela televisiva para muchos que tras verla quisieron ser periodistas, pero que, ¡ay!, reservó un papel ingrato al fotógrafo en la redacción. Interpretaba el papel el actor Daryl Anderson. El nombre del personaje al que caracterizaba nadie lo recuerda, Dennis Price. Para todos los espectadores, porque así le llamaban los ‘plumillas’ de la redacción, era simplemente 'Animal', un sobrenombre que motivó una queja de la asociación que agrupaba a los fotoperiodistas de Estados Unidos y que, con el tiempo, asentó en los diarios la ley no escrita de que los fotógrafos merecen el mismo trato que J.J. Jameson dispensa a Peter Parker cuando no es Spiderman. Es un colosal error.

Sin ir más lejos, el propio Castro es víctima de ese desdén desde que trata, por ahora infructuosamente, de recuperar los negativos de su obra, algo a lo que se opuso durante años el ‘Diari de Terrassa’, para el que trabajó, y ahora el ayuntamiento de esa ciudad, depositario de los archivos de ese medio de comunicación, que le da largas cada vez que los reclama. Un poco de ‘quid pro quo’, alcalde, no estaría nada mal, ni que sea por tanto como Cristóbal ha hecho por su ciudad.