TRADICIÓN DE TODOS LOS SANTOS

Más urnas, menos cementerios

La tendencia a incinerar desvincula progresivamente a las familias del cementerio: el 51% de funerales finalizan con incineración y solo el 30% de urnas se quedan en el cementerio

El cementerio de Montjuïc, ayer.

El cementerio de Montjuïc, ayer. / Ángel García

Carme Escales

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Flores frescas y sets completos para limpieza y apaño de tumbas son este jueves protagonistas en todo cementerio. Solo en los nueve de Barcelona se esperan unas 100.000 visitas. La fiesta de Todos los Santos eleva el mayor pico de afluencia de familiares de difuntos a los recintos que durante todo un año muchos de ellos no vuelven a pisar. “Navidad y días del padre y de la madre son otras de fechas señaladas, pero con menos visitas”, apunta el director general de Cementiris de Barcelona, Jordi Valmaña (CBSA).

La cada vez mayor tendencia a incinerar en lugar de enterrar ha hecho que en la última veintena de años se haya ido reduciendo paulatinamente el vínculo de las familias a los cementerios. “Hoy, el 51% de los difuntos se incineran y solo en el 30% de esos casos las cenizas se quedan en el cementerio”, informa Valmaña. La urna puede ocupar un lugar en el columbario (nicho para urnas cinerarias) o dentro de un panteón o nicho familiar.

En los nueve cementerios que gestiona CBSA se reparten 335.000 sepulturas, entre nichos, tumbas y panteones. Montjuïc es el que más tiene, con 150.000, seguido de Collserola, con 86.000. Pero la creciente demanda de cremaciones ha motivado la habilitación de espacios para cenizas, que invitan a vivir el recogimiento por la marcha del ser querido en rincones bucólicos como el jardín de los aromas, el del silencio o el del Mediterráneo, en Montjuïc, o en el bosque del silencio, en Collserola.

Pero ese 70% de familias que se llevan a casa la urna de sus difuntos para expandir las cenizas en el mar o en la montaña, en un lugar especial o expresado en vida por la persona que se fue, hace pensar que las de hoy serán quizás las últimas generaciones vinculadas al cementerio.

Amor que no muere

Teresa Escorihuela, por ejemplo, guarda en casa la urna con las cenizas de su marido, que falleció hace tres años. “El siempre dijo que quería ser incinerado, pero nunca hablamos de dónde quería que quedaran sus cenizas. Me toca a mi tomar la decisión”, dice esta vecina de Barcelona de 73 años. “El vall de Boí y Cadaqués eran nuestros lugares preferidos. Estuvimos 44 años juntos y yo sigo celebrando nuestro aniversario de boda cada 13 de octubre, y el día que nos conocimos, el 13 de abril. Pero no es la urna la que guarda el amor, puedo prescindir de ella en cuanto decida dónde llevar sus cenizas, no representa nada especial. Él vive en mí y le hablo cada día. Como todo el que nos conoció sabe, fuimos una pareja muy especial”.

Pese a su vida sumamente activa, para afrontar mejor el adiós a su marido, Teresa participó en el Programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas, al final de su vida, que acompaña a los familiares también en el después, de la Obra Social ‘la Caixa’ (26.500 personas en Catalunya han sido acompañadas). “Me fue muy bien. Yo soy psicóloga y trabajar con los equipos de ayuda psicosocial me hizo de espejo para ver todo el esfuerzo que iba haciendo. Al principio solo sentía que me faltó tiempo para estar con él porque me sentí muy feliz a su lado”.

Marisa Casado, en cambio, sí visita el cementerio, pero no el día de Todos los Santos. “Voy semana sí, semana no. Me gusta ir a pasear, me da una tranquilidad tremenda. Me encanta sentarme un rato frente a la tumba de mis padres y sentirme con ellos. Cuando mi madre vivía -murió hace 5 años-, íbamos porque para ella visitar a mi padre -que murió hace 25- era como una religión. A mí me sale de manera natural, hablo mentalmente con ellos. Hoy en cambio vivimos el otro extremo, a los niños les evitamos el contacto con hospitales y cementerios, y con la muerte, y eso sí que no es natural”, precisa esta vecina de Manresa de 65 años.

Cada sábado, Merche visita en Collserola la tumba de su hijo, que falleció en el 2013 con solo 21 años. “Al principio venía hasta tres veces a la semana. Sentía que lo necesitaba”, dice. “A veces paseo por el cementerio y me pregunto si la gente recuerda durante el año a sus difuntos”.

Refugio de paz

Núria es mucho más joven que Marisa, pero visita el cementerio de su pueblo, en el Pirineo, una vez a la semana, como mínimo. Tiene allí a su madre, su padre y abuelos. “No juzgo lo que otros hagan, porque no amas más a tus difuntos por ir más a su tumba. El vínculo con ellos está en todas partes, pero para mí el cementerio es un refugio de paz”, afirma.

“Vivimos una tendencia a desvincularnos familiarmente de los cementerios por el aumento de la cremación, pero los cementerios siempre serán un lugar de patrimonio cultural y memoria”, concluye Jordi Valmaña. Más de 17.000 personas han asistido a las visitas turísticas de los cementerios de Montjuïc y Poblenou (www.cbsa.cat).