La película de la 'operación Carchuna', paso a paso

Sigue en un detallado gráfico la secuencia del golpe más célebre de los 'malditos bastardos' de la guerra civil

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Ramon Curto

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El castillo de Carchuna (Granada) fue levantado en 1777 junto a la playa para defender la zona de los ataques piratas y reconvertido en penal de trabajos forzados por el bando fascista durante la guerra civil española. Allí fueron llevados tres centenas de presos republicanos asturianos, pues se daba por hecho que, algunos de ellos bregados en las minas, eran perfectos para el trabajo duro de acondicionar los alrededores del castillo como pista de aterrizaje de la Legión Cóndor.

Cuatro oficiales presos en Carchuna (Joaquín Fernández Canga, Secundino Alvarez Torres, Esteban Alonso García y Cándido Adolfo Muriel López) se fugaron y cruzaron las líneas republicanas en busca de refugio. No les fue fácil convencer a los mandos del lugar de dónde venían y quiénes eran, pero, superados los recelos, se organizó en menos de 48 horas una misión de rescate que se encomendó a Los Niños de la Noche, que es como se hacían llamar los miembros de la unidad de comandos republicana, precursora de los Boinas Verdes de Estados Unidos y de las Ratas del Desierto del Reino Unido. Los cuatro fugados no solo dieron datos precisos y valiosos para organizar la misión, sino que, a la pregunta de "¿estáis dispuestos a volver al infierno?", se pusieron a las órdenes de, entre otros, Irving Goof y William Aalto, dos de los miembros más destacados de la unidad.

Tras un primer intento fallido, la operación Carchuna dio comienzo la noche del 23 de mayo tal y como estaba previsto, por mar, no con lanchas neumáticas, sino con barcas de pescadores. Los asaltantes llevaban sus subfusiles shmeisser (eran la única unidad republicana con ese privilegio) y decenas de granadas de mano para dar después a los presos, por si se complicaba la huida. Una vez en tierra, un reloj suizo no hubiera funcionado mejor. A los celadores se les pilló desprevenidos, murieron cuatro de ellos, se repartieron las armas disponibles y, en silencio, se enfiló el camino de regreso a la zona republicana, desde donde se lanzó un ataque de artillería para despistar al enemigo. A la altura de Calahonda, los fugados tuvieron una pequeña refriega con los guardias civiles de un cuartel, que acoquinados ante el lanzamiento de granadas (qué buena ida fue llevarlas) se retiraron. Solo al final la operación pasó contratiempos, pues cuatro de los comandos se descolgaron del grupo y tuvieron que regresar a nado. El resto, mientras, llegó a su destino tal y como estaba planificado. Cantaban alegres Asturias, patria querida.