"Las niñas lo ven una tontería"
El juego de moda es mayoritariamente ‘cosa de hombres’. “A las niñas les parece una tontería. Algunas lo prueban alguna vez y si no les sale lo dejan”, cuenta el locuaz Leo, de 9 años, que ha entrado de lleno en el terreno del reto de la botella. “Vi un vídeo en Youtube y me puse a practicar a ver si conseguía hacerlo”. Un par de meses después, ya ha subido de nivel. “Ahora lo hacemos pasando la botella por debajo de las piernas”. El avispado ‘crack’ practica en la calle y en el vestuario tras los entrenamientos de fútbol. “Al cole no llevamos botellas de agua porque hay fuentes pero al fútbol sí, y aprovechamos”.
VIRGUERÍAS "FLIPANTES"
Àlex, de 16 años, ha tomado el pasillo de casa como campo de pruebas y, claro, la madre está que trina. Ella añora los tiempos del silencio cibernético y él persiste con el nuevo desafío. “Cada vez intentamos hacer más virguerías, lanzando las botellas sobre sitios elevados, estanterías, repisas... En internet ves cosas que flipas”, cuenta el adolescente, que se enganchó porque, una vez aprendido el número básico -”es muy fácil”-, las variaciones acrobáticas del pasatiempo son infinitas.
El truco, lo saben todos los iniciados, consiste en llenar el envase con un tercio de agua. Aun así, exige pericia y mesura en la fuerza utilizada al proyectar el objeto. A Xia, de 10 años, se le resiste la verticalidad. “Es difícil, todavía no me sale”. Cuestión de práctica, aunque las chicas son poco proclives al ensayo-error. “Lo he intentado un par de veces sin suerte. No me interesa”, concluye la quinceañera María. “Ellas enseguida se cansan cuando no les sale”, confirma Martí, otro virtuoso de la técnica, que ejecuta en la calle sobre bancos y otros elementos al alcance, y a hurtadillas sobre la mesa de clase. “Nos divierte porque nos da mucha satisfacción lograr cosas cada vez más difíciles, alguna vez lo grabamos pero normalmente no”, resume.
EN LAS ESCUELAS
El volteo de botellines se ha colado en algunos patios de institutos y escuelas con la permisividad de los centros. La única molestia reportada es cuando aparecen las huellas del delito -charcos de agua- en espacios interiores como el gimnasio. “A veces hay que indicarles a los críos que no las tiren demasiado alto, pero no hay incidencias. Si llegara a desmadrarse, tendríamos que poner límites”, informa Míriam Goñi, jefa de estudios del instituto Anna Gironella de Mundet, partidaria del nuevo entretenimiento. “Es interesante que jueguen a estas cosas, es un reto estimulante. Los chavales se desafían complicándolo cada vez más. Ahora ya están intentando que una segunda botella caiga de pie sobre la primera. Y acabarán consiguiéndolo”.
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