TRABAJO ALTRUISTA

Los ángeles del puerto

Stella Maris

Stella Maris / DANNY CAMINAL

CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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Josep Alpuente aparca la furgoneta en la remota zona del Port de Barcelona donde atracan los buques cargueros con productos inflamables, se pone el chaleco reflectante a pleno sol, se ajusta el casco protector y se dirige al muelle con una bolsa repleta de mapas, ejemplares de 'News on Board' (cuatro folios de noticias de interés internacional impresos en varios idiomas, entre ellos, el filipino, el ruso, el ucraniano, el inglés y el hindi) y octavillas de Stella Maris, la oenegé que ayuda a los marineros que disponen de pocas horas en tierra firme para desconectar del balanceo de los viajes por alta mar.

Es abuelo y voluntario de Stella Maris, desde donde él y otras 41 personas atienden a los navegantes que llegan al puerto, facilitándoles el transporte al centro y el poder conectar por teléfono o por internet con sus familiares. No todos los navíos tienen wifi. Ellos lo saben bien. El año pasado llegaron a visitar 2.032 buques y también cruceros con banderas de países de todo el mundo, mayoritariamente con tripulación filipina. El entusiamo y esfuerzo de esta oenegé se han visto compensados con el premio Seafarers Centre of the Year 2016, que la reconoce como el mejor centro mundial de marinos. 

DESUBICADOS EN EL LABERINTO

"Muchos marineros están desubicados. No saben cómo salir del laberinto del puerto y alcanzar la ciudad. Y lo más importante: conocer el camino de vuelta, que nosotros les señalamos en el mapa", cuenta Alpuente. En total, el año pasado trasladaron en sus furgonetas a 4.877 los tripulantes. Más de 2.000 buques mercantes amarran anualmente en Barcelona. Hay gigantes que superan los 275 metros de eslora y las 175.000 toneladas de peso. A la zona de inflamables llegan cargados de líquidos explosivos, gases comprimidos, venenos y tóxicos, sustancias oxidantes, radiactivas, corrosivas y peligrosas.

"Transportamos gasolina por Europa desde Arabia Saudí. Lo más peligroso son los ácidos, pero el Mediterráneo es uno de los mejores mares para navegar", considera Arvin Hernández, ingeniero filipino especializado en equilibrar cargas. Trabaja en el barco NCC Damman, donde no se puede fumar al aire libre pero sí en una pequeña habitación habilitada. El navío está lleno de tubos de color butano y el uniforme de la tripulación es del mismo color. No pasa desapercibido.

"Son muchos meses en alta mar, entre dos y cuatro. Hay personas que necesitan dar una calada de vez en cuando. Además la carga se encuentra en contendedores seguros, según el código internacional para el transporte de mercancías peligrosas", explica el indio Robert Weir, segundo responsable del barco después del capitán. "Hace tres meses y nueve días que no veo a mi mujer. Solo faltan tres semanas para volver a casa", explica ilusionado.

La clave de una buena convivencia entre la tripulación es un buen cocinero a bordo. "Si se come bien, todos contentos", coinciden. Para ellos, la dureza del trabajo queda compensada al llegar a países a los que difícilmente tendrían acceso. "No puedes emprender un viaje de meses en alta mar sin estar en buenas condiciones físicas y tener una mente bien clara", aconseja Weir.

Ricardo Rodríguez Martos, un viejo lobo de mar, dirige Stella Maris desde hace 33 años. "He sido testigo de la transformación increible del Port de Barcelona. Cuando empecé el paseo de Joan de Borbó estaba repleto de muelles comerciales", compara. Para él es vital que los marineros reciban la bienvenida. Les ayudan en lo que pueden, pero hay ocasiones en que se desviven, sobre todo cuando los patronos abandonan a su tripulación en el puerto. "Es como si estuvieran a la deriva. Les ofrecemos asesoramiento legal, y cuidamos de ellos".