Gente corriente
Xavier Duacastilla: «Tener la movilidad reducida supone un reto continuo»
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
Si una silla motorizada puede costar hasta 6.000 euros, Xavier Duacastilla Soler (Barcelona, 1960) ha minimizado el gasto acoplándole algo tan sencillo como un patinete eléctrico, un artefacto que llama handiwheel (handiwheel.wordpress.com). La suya es una historia de pelea y voluntad.
-A los ocho meses tuve la polio. Creo que en España hubo unos 30.000 afectados por la poliomielitis, y yo fui de los últimos.
Imbatible. Ha diseñado un artilugio barato para motorizar la silla de ruedas. También baila.
-Pero vivió una vida normalizada. Sí. Estudié, trabajé como administrativo y rendí como los demás toda mi vida, pero ese sobreesfuerzo causa un desgaste brutal de la estructura física, de manera que las neuronas motrices que todavía me quedaban dijeron basta. Es lo que se llama el síndrome pospolio.
-Hace 14 años que va en silla de ruedas. ¿Cómo se le ocurrió motorizarla? Ya de niño me dedicaba a desmontar los juguetes. Tengo cuatro hermanas y sus muñecas acababan desventradas porque yo quería entender cómo diablos funcionaba el mecanismo, cómo era posible que dijeran «mamá, mamá».
-Un manitas, vaya. De pequeño decía que quería ser zapatero o relojero. Estudié electrónica y nunca me dio miedo montar ni desmontar. El handiwheel es en realidad un patinete chino. Si alguien necesita movilidad, yo le enseño a hacerlo o se lo hago.
-¿¡Un patinete de los chinos!? Cuando hicimos el prototipo con la ayuda de un amigo mío ingeniero, mi compañera me pidió enseguida que le fabricásemos uno para ella. Es barato, ligero y desmontable. Puedes entrar en un restaurante, desenganchar el manillar y tenerlo a tu lado.
-Creo que ha inventado otros artilugios. Con el grupo En Torno a la Silla, que se dedica a explorar maneras de arrancarle a la silla su apariencia de aparato hospitalario, hemos diseñado el rampómetro, un instrumento que permite calcular la longitud que necesitaría una rampa según el grado de pendiente.
-La necesidad aguza el ingenio. Las rampas son útiles también para los ancianos. Pero esta sociedad de consumo solo quiere gente productiva y cuerpos danone. Vivimos de espaldas a la realidad de nuestra propia decadencia.
-Como si no fuéramos a hacernos viejos. Mire, yo tengo una mentalidad un poco antisistema y considero que habría que cambiar esto. Ahora tengo una pensión mileurista porque he currado toda la vida desde los 19 años. Ni una baja. Iba a trabajar con los bastones.
-Y tienen gastos. Claro. Zapatos y pantalones adaptados, el fisio, la casa modificada.
-Ya. Además, aunque Barcelona es una de las ciudades mejor adaptadas de Europa, aún quedan muchas cosas por hacer. Para coger el metro de un punto a otro, has de asesorarte muy bien de cómo están las estaciones, si puedes salvar el desnivel del andén, si hay ascensor… Tener la movilidad reducida supone un reto continuo.
-Pero da la impresión de que no para. Me muevo mucho dentro de mis posibilidades. También practico la danza integrada con Kiakahart y, en Granollers, con el colectivo Liant La Troca. Además de ganar en movilidad, la danza te permite prestar más atención a tu entorno. Es una herramienta de expresión.
-Ha hablado antes de su compañera... Fue algo mágico que me hizo creer en el destino. Cuando reparé en ella, estaba sentada a una mesa y no me di cuenta de que iba en silla. Solo vi unos maravillosos ojos verdes que iluminaron el espacio.
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