Jeff Hearn: "La igualdad genera sociedades menos violentas, más felices"
"Ahora hay mucha más conciencia y menos estigma sobre la violencia machista", asegura el sociólogo
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
CARLOS MÁRQUEZ / BARCELONA
El sociólogo Jeff Hearn (Londres, 1947) es un estudioso de la masculinidad. Colabora en tres universidades de Suecia, Finlandia y Reino Unido, es miembro fundador de la asociación Profeminist Men y autor del libro recientemente publicado 'Men of the World'. Visita Barcelona invitado por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), donde intenta desmontar el mito del hombre como catalizador del poder, tanto social como político.
¿Tenemos una idea mal formada sobre la masculinidad? Hay ciertos elementos que hacen que usted sea, obviamente, un hombre. Está la barba, los rasgos físicos. Muchos estereotipos vinculados al hecho masculino. Pero hay mucho más: está la actitud.
¿La actitud define la masculinidad? Es el modo cómo usamos el poder, cómo nos interpretamos a nosotros mismos. Las maneras de hacer, de vestir, vinculadas al hecho de ser un hombre. No existe una única versión del significado de masculinidad. Hay quien lo vincula con el mundo del deporte. El Barça, por ejemplo, y perdone por el tópico. O los negocios, o el poder político. Incluso la capacidad de beber mucho alcohol.
¿El macho ibérico es la masculinidad llevada al extremo? Puede serlo. En otras culturas también existe esta figura, con otros formatos, pero también reconocible. En Finlandia, donde vivo, el macho puede estar vinculado con el héroe de guerra.
¿La mala interpretación de este concepto puede derivar en violencia? Es uno de los puntos clave. Aunque existen varios tipos de violencia machista, no solo física, sino también psicológica. No siempre se trata de agresiones, y focalizarse solo en los moratones y los huesos rotos convierte otro tipo de agresiones en dramas invisibles.
¿Una mujer que pega a su marido sufre un exceso de masculinidad? ¿Por qué no hablamos de la violencia entre parejas del mismo sexo? La palabra adecuada no creo que sea ‘sufrir'. Simplemente, son papeles cambiados. En mi país sí se habla de la violencia entre homosexuales. ¿Aquí no? Hay estudios que demuestran que el nivel de violencia entre parejas del mismo sexo es más bien similar al de parejas formadas por un hombre y una mujer.
¿Ha comparado alguna vez los niveles de violencia machista en Europa? Cuando preguntas a una mujer si ha sufrido violencia de género, la manera cómo se interpreta la cuestión es distinta según el país en el que se plantee. Es complicado obtener información fiable o comparable. Resulta contradictorio, pero los países con más igualdad es donde las mujeres está más dispuesta a admitir haber sido víctimas de abusos.
Quizás las otras tienen miedo de los efectos de su respuesta. Sí, el contexto siempre es importante. Y las consecuencias. En algunos países está estigmatizado, o simplemente está aceptado socialmente que una persona sea víctima de abusos. Hay una gran paradoja a este respecto, aunque creo que el tema está cada vez más presente en la agenda política.
¿La ley es suficiente para combatir esta lacraEstuve en un proyecto en el 2005 con expertos españoles inquietos por las limitaciones legales en España. Hay que facilitar las cosas, porque muchas mujeres, por problemas económicos, siguen viviendo con sus acosadores porque no tienen ningún sitio en el que refugiarse. También a nivel social hay que dar un salto. En los años 90 se hizo un estudio en el Reino Unido. Las mujeres que fueron atendidas en refugios habían pasado por 12 administraciones distintas antes de encontrar la persona o entidad capaz de ayudarles. En el caso de los hombres, habían pasado por nueve ventanillas. Muchas personas tiran la toalla tras un proceso de años en el que no han sido capaces de encontrar el lugar adecuado en el que tratar su problema de violencia. Con estas trabas, puede pasar que al final ya sea demasiado tarde. Creo que los médicos de los ambulatorios deberían ser los primeros en dar la alarma porque son los primeros en detectar los síntomas. Tan simple como preguntarle a la paciente si ha tenido un problema en casa, o si todo va bien, o directamente si está siendo objeto de abusos.
¿No lo estamos haciendo? ¿Lo hacéis? No lo sé. Pero lo dudo. Es una pregunta muy embarazosa pero es la más obvia si alguien aparece con el ojo morado. Los médicos son muy importantes, tanto como los abogados.
Es posible rehabilitar a estas personas? Esa es otra discusión. Existen programas de rehabilitación. Para expresarlo con total simpleza, funcionarán si se hacen bien, con los conocimientos, seguimiento, recursos y asesoramiento adecuados. Pero con eso no basta; es necesario hacer un seguimiento de seis meses, un año, quizás hasta seis años.
Pero para eso hace falta dinero… Exactamente. Ese es otro inconveniente que va de la mano del compromiso de los gobiernos.
La educación también es clave. Ciertas generaciones de este país se han formado con dibujos animados y cómics repletos de machismo. Eso no es bueno, obviamente. ¿Quién cuida de los niños? ¿Quién se encarga de la casa? Todas estas cosas son importantes. Y la educación debe ocuparse de ellas. Hace falta una sociedad más democrática. Se han hecho estudios comparativos entre la igualdad de sexos a nivel doméstico y el nivel de violencia en el hogar. Se ha demostrado que hay una absoluta relación: cuánta más igualdad existe, menos casos verificados de violencia. En Noruega, además, se comprobó que la igualdad genera sociedades más felices. Si hay más igualdad, habrá menos depresión y más felicidad. Otro estudio internacional, que incluía países como la India o Brasil, concluyó que los hombres que recurren a la violencia tienen un problema de fondo: no están a gusto con su vida. En resumen: no son felices.
Cómo estamos en comparación con hace 20 años? Ahora hay mucha más consciencia sobre la violencia doméstica. Y menos estigma que en el pasado. Gracias al activismo feminista y a la política, por fin forma parte del debate público.
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