MALTRATOS A SINTECHO
«Me encerré, pero las cuatro hostias en la cabeza me cayeron»
Antonio fue víctima de una agresión en la época en la que dormía al raso, como lo son cerca de la mitad de los sintecho que malviven a la intemperie
Dice que los vio venir, que estaba buscando un cajero en el que pasar la noche cuando el sexto sentido que asegura se desarrolla durmiendo en la calle le hizo saltar todas las alarmas. «Va a ser aquí», pensó. «Cuando estaba a 15 metros de ellos me di la vuelta y empecé a correr. Vi un cajero y fui directo pero las cuatro hostias en la cabeza me cayeron antes. Por suerte había un pestillo y pude encerrarme. En estado de shock, no por el daño físico, que también, sino porque no dejas de preguntarte: ¿Por qué? ¿Qué les hecho a esta gente?». Lo cuenta Antonio, recordando una noche en la parte alta de la calle de Balmes, una de tantas que malvivió sin techo tras quedarse sin empleo y perder todos los recursos tanto económicos como personales.
La gente a la que se refiere eran «chicos normales y corrientes con palos, ni estética skin ni neonazis, pero nada de críos, el más joven debía de tener unos 25 años». «¿Si denuncié? Ni me lo planteé. Pensé 'quién leches me va a hacer caso si estoy donde estoy'».
Antonio, un hombre que ha dejado la calle aunque sigue sin hogar, ya que vive bajo el techo que le proporciona el centro Assís, no es para nada un caso aislado. Cerca de la mitad de las personas que duermen al raso han sufrido violencia y tres de cada 10 ha sido por parte de jóvenes que salen o vuelven de fiesta, según el Observatorio Hatento. Lo corrobora este hombre, informático de profesión y colaborador de la oenegé que le está acompañando en su reinserción estos últimos años: «La mayoría de los que conozco ha sufrido agresiones. Todas físicas igual no, pero que te escupan no es nada raro. Y siempre se te pasa por la cabeza lo mismo: ¿Por qué? ¿Tan diferente me ves que quieres eliminarme?»
AMNESIA
Han pasado cinco años desde que Antonio se vio durante varios meses perdido, sin rumbo, sin nada. De los primeros días dice no recordar nada. Están en blanco. «El médico dice que tengo una amnesia traumática, que igual algún día lo recupero», dice. Lo que no olvida, entre otras muchas cosas, son las frías noches en las que acabó refugiándose en el que para muchos es el peor equipamiento municipal de Barcelona para personas sin techo, el de la Zona Franca -«Guantánamo es su nombre oficioso», define-. Tampoco el buen trato recibido en el centro de acogida de la oenegé Sant Joan de Déu, «un albergue cinco cartones». «No me quería ir de allí ni con agua caliente, pero luego Assís me ofreció un piso y claro…», prosigue.
Cinco años después de verse perdido, sin rumbo y sin nada, Antonio da charlas en escuelas de la ciudad para sensibilizar sobre el sinhogarismo. Aunque sobre todo, incide, para enseñar a mirar a los niños de otra manera. «Sigo sin tener hogar, pero me tienen respeto porque voy bien vestido. Todos estamos expuestos a acabar en la calle y no se lo creen. Se ha de educar a los jóvenes. Han de entender que les puede pasar a ellos, a sus familias, y que seguimos siendo las mismas personas. Que seguimos siendo personas». Antonio, cinco años después, está a punto de comenzar un negocio de lo suyo, informática. Sueña con poder pagarse la vivienda, lo que, dice, no haría que se desvinculara de la entidad que le tendió la mano y le hace sentirse más seguro, menos solo.
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