Gente corriente

Ahmad Basal: «En Macedonia nos trataron como basura»

Salió de Siria en una de las oleadas de refugiados que atraviesan Europa. Tras 45 días de oprobio, ha llegado a Salt (Gironès).

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NÚRIA NAVARRO

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Después de una penosa travesía de 45 días por nueve países europeos, Ahmad Basal (Alepo, 1990) acaba de llegar a Salt, donde no hay bombas, ni ninguneo, ni gases lacrimógenos. Este valiente pastelero está «muy feliz» por haber sobrevivido al periplo y encontrar acogida en casa de una familia siria a la que no conocía. Pero no logra parar las imágenes del éxodo de sus compatriotas.

-¿No tuvo dudas? ¿No había otra que huir?

-Cuatro años de guerra te sumergen en la incertidumbre. Mentalmente estás perdido. En Alepo todo estaba destruido. No había luz ni materias primas para elaborar pasteles. Detenían aleatoriamente a los jóvenes y les obligaban a elegir entre ir a la guerra o recibir un tiro. Yo soy suní, había hecho el servicio militar  y sabía que si era detenido iría directo a la primera línea a matar a mi propia gente. No tenía alternativa, no.

-Dejó atrás a los suyos.

-Mi madre y tres hermanos estaban a salvo en el Líbano. En Alepo dejé a mi padre y a otro hermano. Estuve trabajando en Latakia, en la costa, para reunir el dinero de los papeles, y en diciembre del 2014 crucé a pie la frontera turca. Con la ropa y sin una libra.

-Sin dinero todo se complica.

-En Turquía trabajé unos meses para costear el siguiente tramo. Me uní a un grupo de jóvenes, algunos de ellos conocidos, para cruzar a la isla griega de Samos. Hice cuatro intentos -uno a nado y tres en zodiac-, pero la policía turca nos devolvía a tierra. En una de las primeras tentativas íbamos tres barcas y hundieron una. Al final, después de cuatro horas en el agua, mi patera consiguió cruzar. Al tocar tierra, los 35 que íbamos en ella saltamos y bailamos.

-¿En ningún momento sintió miedo?

-No había lugar para el miedo. Iba ciego hacia mi meta.

-Lo peor vendría después.

-En Macedonia. Al llegar, hacía cuatro días que la frontera estaba cerrada. Fue desolador ver sufrir a niños, ancianos y mujeres -Aylan Kurdi se ahogó y descansa, otros mueren lentamente-, y cada vez iba llegando más gente. Nos trataron como basura. Hasta que no hubo un conflicto con un policía macedonio, la ONU no intervino. Intentamos cruzar varias veces a través del bosque, con la ayuda del GPS del móvil, pero la policía nos daba caza. Cuando al fin abrieron, solo dejaban pasar a familias con niños y yo me colé entre ellos.

-Bulgaria, Serbia y la implacable Hungría.

-En Hungría intentamos pasar varias veces sin éxito, de noche y de día. Cuando ya íbamos a entregarnos, entramos en un campo de maíz y escapamos. Fue entonces cuando sentí que ya nadie me impediría seguir adelante. Pude atravesar Austria, Alemania y Francia en tren y en bus... Otros compañeros aún están atrapados en Austria porque no hay trenes.

-¿Qué opina de la reacción de Occidente?

-Me siento muy feliz de haber llegado a Salt. Pese a que circula que el Gobierno español no nos quiere, yo tenía clara mi elección. En  Alemania hay demasiada gente, y siempre me gustó España. No puedo reprochar nada. Pero sí creo que las grandes potencias tienen un ojo que llora y una mano que mata. Si acabaran con quien extermina a nuestro pueblo, se acabaría la guerra. Sospecho que no interesa.

-No habrá forma de olvidar estos 45 días.

-Soy joven y fuerte, pero he sufrido. Y está todo grabado en mi memoria. Cada conflicto en el mundo me lo recordará.

-De momento, su familia respirará.

-¡Están felices! Aunque sabían que era el hijo indomable, que lo conseguiría. La próxima buena noticia sería que tuviera un permiso de trabajo para ejercer mi oficio y poder estudiar hostelería. El sentido de toda esta peripecia no es otro que ir a mejor.