POLÉMICA CELEBRACIÓN TAURINA

La muerte nula de Rompesuelas

El Toro de la Vega de Tordesillas vive su edición más agria con un astado que fue liberado con activistas en su recorrido

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / DAVID CASTRO / TORDESILLAS

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Rompesuelas aguantó menos de 20 minutos. El morlaco escogido para el Toro de la Vega entraba manso en el campo; desorientado. Un animal inmenso, oscuro, musculado, precioso. Pisó arena tras cruzar el pueblo y se detuvo un instante. No tenía delante una camarilla de lanceros y caballistas. Ante sus cuernos, un centenar de atemorizados defensores de los animales que no daban crédito a que la organización hubiera soltado al animal sin antes desalojarles. Avalancha hacia los costados. Empujones, patadas. Son activistas, pero no tontos. Muchos nativos les negaban el refugio en la barrera y les devolvían al peligro. El toro pudo ir a por ellos y abrir los telediarios de medio mundo, pero inició un ligero trote y se fue campo abajo. El guion se cumplió sin fisuras. El astado muerto, el pueblo enloquecido de gozo, los animalistas abatidos, prensa magullada y el debate servido: ¿cuánto le queda al Toro de la Vega?

Era la edición más blindada de la historia, con cerca de 250 agentes de la Guardia Civil y dos helicópteros, y aun así, fue la más agria. Controles en todos los accesos al pueblo, con revisión de bolsas, identificaciones aleatorias. Los locales se ahorraban el cacheo, así que podían exhibir sin problema el cayado, el garrote característico de las fiestas de Tordesillas que alguno usaría más tarde contra los que no comulgan con la justa.

No hubo que esperar demasiado para la bronca. En la rotonda junto al puente medieval, ambas bancadas intercambiaban puntos de vista. «Aquí estamos, nosotros no matamos» y «Tordesillas, vergüenza nacional», decían unos, mientras los defensores del torneo echaban mano de clásicos como «hijos de puta», «oléis mal» o el manido «fuera de aquí». Hasta ahí, tensión verbal. Media hora antes del inicio de la fiesta, 100 activistas taponaban el camino del toro con la intención de retrasar la fiesta. Pronto fueron rodeados por centenares de furiosos tordesillano sin que la policía tuviera a bien trazar un cordón de seguridad. Ahí sí hubo mamporros, con 10 heridos. Pocos minutos después de las 11 sonaba el chupinazo que indicaba el inicio de la justa. Ni los propios vecinos podían creerse que el ayuntamiento fuera a soltar al toro sin que los amigos del animal estuvieran a buen recaudo.

Mayores de edad

El alcalde, José Antonio González, justificó la decisión de liberar a Rompesuelas en plena protesta recordando que estar en el recorrido «es voluntario». «Son mayores de edad», añadió el edil socialista, que nada quiso comentar sobre la nula presencia policial durante los altercados. Los mayores del lugar, parapetados en las laderas, y a pesar de defender a ultranza el torneo, tampoco entendían que ningún uniformado se hiciera carne en semejante hervidero. González dijo no tener «constancia» de las peleas y sostuvo que la seguridad es cometido de la Delegación del Gobierno, no del gabinete municipal. Al margen del centenar de activistas que pudieron esquivar al astado, un joven contempló el paso del toro desde una señal de tráfico a la que se había encadenado. Tampoco a él le sacaron de ahí antes de la justa. «Es un intento de asesinato», se quejaba, tras ser liberado y detenido.

Mientras los bomberos sacaban al animalista, un joven de 21 años, Francisco Alcalá, nacido en Valderas (León), mataba al toro, que caía tendido tras una fatal lanzada en su costado izquierdo. Volvió al pueblo entre vítores, con la lanza ensangrentada y el rabo del animal asido a la madera. Le duraría poco la alegría, pues por el camino le informaron de que su victoria había sido declarada nula por «incumplir el reglamento en el respeto del orden de lidia». Respeto, le dijeron.

Mientras el frustrado ganador se quejaba, en la entrada del pueblo seguía latente el conflicto. Acabó produciéndose una expulsión en toda regla, sin que la Guardia Civil montada lo evitara. Los activistas fueron retrocediendo por la carretera que lleva a Salamanca, seguidos de cerca por los vecinos, que no dejaban de increparles. Alguno se marchaba llorando tras unas horas intensas. Pero con la certeza de que, si es menester, el año que viene volverán a Tordesillas. Y, seguramente, también con la lección aprendida.

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