la catalana que sacudió la escuela latinoamericana
Las revoluciones de doña Enriqueta
La maestra, coetánea de Rosa Sensat y Maria Montessori, fue precursora en Uruguay de la educación infantil pública, experimental y laica. Barcelona descubre ahora en una exposición a este referente desdibujado a esta orilla del Atlántico.
Un niño coge la aguja de bordar y una compañera suya aporrea un martillo poniendo esmero en no pillarse los dedos. En el patio, la maestra manda a un grupo al colmado y se suma a un corrillo que investiga, con rictus científico, un hormiguero. A menudo, a la profesora se le oye defender la educación pública y laica, y decir cosas como que a los niños se les debe «dejar crecer, dejar pensar, dejar hacer». Que el aprendizaje es algo vivo que debe partir de la experiencia. Y que el alumno, más que un recipiente de temarios, exámenes y notas, es un individuo al que no se le deberían castrar ni sus talentos ni sus inquietudes. «Creemos haber tratado a los niños -escribe- como plantas de jardín, y no de invernadero».
Todo esto no pasa en una de esas escuelas innovadoras que cada año cierran la matriculación con overbooking. Pasa a finales del siglo XIX, nada menos que en una barriada obrera de Montevideo en la que la barcelonesa Enriqueta Compte i Rique (1866-1949) funda en el primer jardín de infancia público de Latinoamérica en 1892. Una zancada de la pedagogía experimental que en su día recibió reconocimientos internacionales y a la que ahora se le sigue el rastro en Descubriendo a Enriqueta, una muestra impulsada por el Consulado de Uruguay en Barcelona que pone el foco sobre este referente desdibujado a esta orilla del Atlántico.
«Ella huía de los programas fijos, concebía el aprendizaje a partir del incidente, de las cosas que ocurrían. Además, diseñó la escuela teniendo en cuenta las necesidades de los niños, introdujo las biografías escolares -unas fichas en las que anotaba las características de los alumnos para tener una visión integral- e incluso apostó por eso que ahora llamamos nuevas tecnologías: documentaba acontecimientos que pasaban en la escuela con una pequeña Kodak portátil», inventaria Sylvia Roig, agregada cultural del consulado, además de periodista, actriz y licenciada en Bellas Artes quien, por cierto, pasó sus primeros años en la escuela fundada por Enriqueta.
Huellas barcelonesas
Reconstruyendo la vida de los Compte en Barcelona, Roig explica que la pedagoga, hija de un maestro de obras y de una dama benestant, vivió en un entresuelo de la calle de Elisabets hasta los 6 años, cuando la familia hizo acopio de baúles y embarcó rumbo a Uruguay. «Se fueron con el tío paterno, Benito, un ingeniero que llevaba dos cartas de recomendación del presidente de la República, Emilio Castelar», afirma.
Los motivos por los que los Compte dejaron Barcelona no están claros. Roig apunta a que posiblemente fueran gentes progresistas bien conectadas que, quizá anticipándose a la Restauración borbónica, prefirieron seguir desde lejos los funerales de la primera república. Lo que sí se sabe es que el tío ingeniero
-un tipo inquieto que al año de pisar Montevideo ya había fundado la primera escuela politécnica del país- le enseñó a leer y escribir antes de empezar el colegio con 8 años; que a los 19, sobreponiéndose a una miopía puñetera, ya era maestra, y que con apenas 23 viajó durante un año por Alemania, Bélgica, Holanda, Francia y Suiza con el objetivo de aprender de las experiencias renovadoras en enseñanza inicial que le sirvieran para diseñar la educación infantil en su país, aún inexistente. El encargo, por cierto, lo recibió del régimen militar que gobernaba Uruguay. «Qué paradójico, ¿no?», admite la agregada cultural.
Sufragista y republicana
En Europa, Enriqueta conoció los métodos del pedagogo Friedrich Fröbel. «Él hablaba de aprender jugando y ella tomó esa idea, pero no desde la actitud naíf, sino aplicando un método científico que le dio increíbles resultados». Los niños de la escuela, añade Roig, volvían a casa y enseñaban a sus hermanos mayores. Incluso a sus madres: «Alrededor del centro se fueron aglutinando cosas, actividades sociales en un entorno muy humilde».
Lo cierto es que doña Enriqueta era todo un personaje: adicta al trabajo, se hizo construir un apartamento en la misma escuela, donde vivió hasta su jubilación. Jamás se casó. Ni tuvo hijos. Llenaba páginas y páginas con sus observaciones. Si tenía que enfrentarse a sus superiores -por supuesto casi todos hombres-, lo hacía de forma exquisita pero contundente. Hiperactiva, defendió los derechos laborales, la República española y con sus amigas, las intelectuales Paulina Luisi y María Eugenia Vaz Ferreira, trabajó con denuedo hasta lograr el voto femenino. Tras ella fue dejando un puñado de frases que llegan hasta hoy. «Cada vez que se abre mi escuela dos ansias llevo dentro -dijo-: probar algo nuevo y buscar corregir los defectos descubiertos el día anterior».
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