la reacción de los consumidores
En busca de reservas por si las moscas
La noticia de una seudoley seca del porro puso en alerta el miércoles a no pocos clientes barceloneses de clubs cannábicos. Corrieron a proveerse antes de un eventual cierre de ese grifo marihuana que tan generosamente ha corrido en los últimos tiempos. «Sería tremendo tener que volver a lo de antes, buscar un dealer, comprar costo cutre en la playa o las plazas y llegar a sentirte casi como un delincuente», reflexionaba Santiago, de 43 años y fumador desde los 17. Los clubs le abrieron la puerta del cielo «en todos los sentidos». Desde normalizar su hábito -se fuma un porro cada noche tras la cena para «relajarse» y dormir como un tronco- sin tener que tratar con traficantes, hasta comprar con «garantías sanitarias». «Te explican exactamente lo que te llevas y no hay sorpresas, tienen diferenciada cada variedad y sus efectos», resume a este diario. A cambio, precios algo más elevados que en la calle, ya que la maría se obtiene a entre 6 y 7 euros el gramo, y el de hachís a entre 6 y 24 aproximadamente, según la calidad.
Como otros, él se llevó ayer más cantidad de la habitual, «por lo que pueda pasar». Defiende que cada vez se anota lo que cada uno retira y se firma, y que en el centro que más frecuenta, en el Born, hay seriedad respecto a la selección de clientela fija.
Jordi es cliente de otro espacio, en el Poblenou, donde ningún signo advierte de que se trata de un club cannábico. Ni idea sobre de dónde llega la marihuana, que suele ser de interior y de calidad. Quienes lo regentan hacen saber que es necesario «recoger» -nunca se utiliza el verbo comprar- alguna dosis periódicamente, para constatar que se trata de un club de asociados y no de un supermercado de porros. Dentro, ojos rojos, petardos listos para llevar y pocos vecinos en la zona, con lo cual de momento no hay quejas. Por si acaso, exigen discreción.
También él dobló ayer su gasto habitual, para cubrir el consumo de más días ante un posible cierre. «Ahora se pueden elegir tipos y precios, pero si hay que volver a comprarlo en la calle te acaban dando lo que quieren», se lamenta, defendiendo su derecho a fumar entre amigos en su casa, con la naturalidad con que se toman unas cervezas. Y también el de quienes tienen hijos y no quieren consumir en su hogar, sino en los locales. P. Castán
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