Gente corriente

Enric Magalona: «Oye, esa foto que tienes ahí colgada... ¡es mi padre!»

A los 5 años perdió a su padre y con 76 descubrió, vía Skype, que tenía un hermano en Alaska.

«Oye, esa foto que tienes ahí colgada... ¡es mi padre!»_MEDIA_1

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GEMMA TRAMULLLAS

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«Tengo 100 años menos 20, pero no me los pondría nadie», anuncia con voz jovial este vecino de Santpedor (Bages). Es el presagio de una historia sorprendente.

-Al terminar la guerra civil mi padre se exilió a Francia y estuvo retenido en el campo de Argelès. Luego los nazis se lo llevaron a Alemania, a trabajar en una fábrica de armamento. Vivió en Múnich y hasta 1944 mandaba dinero a nuestra casa de Barcelona. Hasta que, de pronto, ¡pam!, desaparecido en combate. Le perdimos la pista y le consideramos muerto. Mi madre se volvió a casar y aquí se acabó la historia.

-O eso parecía.

 

-Hará unos dos años se me ocurrió ir a buscar las raíces de mi padre, que nació en Filipinas, en la isla de Iloílo. Buscando por internet me salió alguien que se llamaba como yo, un tal  Enrique Magalona júnior que vivía en Alaska, y pensé: «Voy a hablar con este, a ver qué tal». Y le envié un e-mail.

-Usted no sabía entonces si le unía algún parentesco con aquella persona.

-¡Nada! En Filipinas hay centenares de miles de Magalonas y pensé que quizá sería de una rama lejana de mi padre. Empezamos a hablar por e-mail y unos días más tarde nos conectamos por Skype [videollamada]. Y, coi, en el momento de conectarnos la vi.

-¿El qué?

 

-Detrás de él, en la pared, había una fotografía. «Oye, esa foto que tienes ahí colgada… ¡es mi padre!», le dije.  «¡También es el mío!», contestó él sorprendido. La madre que me…

-Más bien, el padre que les... engendró.

 

-Me quedé de piedra. Aquella foto estaba hecha en España y era muy parecida a las que teníamos nosotros de mi padre. Cuando me enseñaron fotos suyas de mayor me di cuenta de que él y yo somos una calcomanía.

-¿A través de su hermano de Alaska pudo reconstruir la historia de su padre?

-Al parecer salió de Múnich rumbo a Venezuela y en 1950 se marchó a Haití, donde se casó y tuvo dos hijos: Enrique, que vive en Alaska, y Erika, que está en Nueva York. Al cabo de un mes ya los teníamos aquí, en Santpedor. Se deshacían por conocer a sus hermanos españoles y esto te cala.

-Dos Enriques y una Erika. No se esmeró mucho bautizando a sus hijos...

-Quizá nos echaba de  menos. Si lo pillo  se hubiera acordado de mí, porque nos dejó a mi madre, a mi hermana y a mí en cuadro. Yo tenía 5 años cuando lo perdí y lo recuperé a los 76, pero solo con el recuerdo.

-¿Tiene memorias infantiles con él?

 

-Era director de la Olivetti y fundó la fábrica Iberia en el Guinardó. Tenía una tienda en la Gran Via, donde reparaban las máquinas de escribir, y me llevaba a todas partes en su Morgan descapotable. Cuando cayó aquella bomba en el Coliseum y hubo tantos muertos, me dejó en el coche y se fue a sacar gente. Aquello se me quedó grabado. Es lo único que me queda de él.

-En 1947 usted protagonizó un clásico, El tambor del Bruch, el filme de Iquino sobre el mítico niño de Santpedor que con su tambor ahuyentó al ejército de Napoleón [en la foto, con la estatua del timbaler].

-Cuando mi padre se fue, mi madre se  metió en el teatro y a los 5 años debuté con Paco Martínez Soria en el Teatro Urquinaona. Hasta los 14 años trabajé en el cine y en el teatro. Iquino me llamó para hacer El tambor del Bruch, que se rodó durante tres meses entre Montserrat, Manresa y Santpedor. Yo jamás había estado en Santpedor y si me hubieran dicho que de jubilado viviría aquí me hubiera muerto de la risa.

 

-Su vida parece el guion de una película.

-Y que lo diga, de una película de Almodóvar. Si tiene la oportunidad de hablar con él, dígale que estoy a su disposición, que a mis 80 tacos aún puedo salir en el cine.