Debate ético y científico

EEUU dirime si los genes humanos se pueden patentar

Una empleada de Myriad manipula pruebas de pacientes.

Una empleada de Myriad manipula pruebas de pacientes.

RICARDO MIR DE FRANCIA
CLEVELAND

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Cuando la vacuna de la polio superó los ensayos médicos y fue anunciada al mundo allá por 1955, le preguntaron a Jonas Salk si se disponía a patentar su hallazgo. «¿Acaso se puede patentar el Sol?», respondió. Lo que entonces podía parecer una proposición indecente, se convirtió con el tiempo en moneda común. Semillas, bacterias e incluso genes humanos (aislados o sintéticamente modificados) llevan más de tres décadas patentándose a un ritmo vertiginoso. También la ciencia se ha mercantilizado, planteando por el camino dilemas prácticos y éticos de enorme controversia.

El debate ha llegado al Tribunal Supremo de Estados Unidos, el equivalente del Constitucional español. En concreto, la pregunta es: ¿se pueden patentar los genes humanos? O dicho de otra forma, ¿pueden las empresas que primero identificaron y comprendieron la función de un gen reclamar los derechos de explotación comercial de este fragmento de ADN? La respuesta, hasta ahora, no ha admitido demasiadas dudas. Miles de genes han sido ya patentados. Según un estudio de la revistaGenome Medicine,el 41% del genoma humano está ya protegido por la propiedad intelectual.

3.000 EUROS / Pero esta lucrativa realidad para las industrias biotecnológica y farmacéutica tiene muchos detractores, como los médicos, investigadores y pacientes que demandaron a Myriad Genetics, un caso sobre el que tiene que decidir ahora el Supremo. Esta compañía de Utah tiene la patente de dos genes (BRCA1 y 2) cuyas mutaciones predisponen a contraer de forma hereditaria el cáncer de mama y ovarios. Myriad comercializa por 3.000 euros, y en régimen de monopolio en EEUU, unas pruebas que permiten a las personas evaluar el riesgo de la mutación de estos genes y, por tanto, prevenir el desarrollo de la enfermedad.

La ley estadounidense permite patentar cualquier producto o proceso nuevo, salvo «las leyes de la naturaleza, los fenómenos naturales y las ideas abstractas». Y de aquí se deriva la pregunta clave a la que deben responder los nueve magistrados del Supremo. ¿Son las «moléculas sintéticas» que Myriad dice haber creado en el laboratorio lo suficientemente distintas de los genes que habitan en las células humanas para justificar su patente?

El abogado de Myriad lo explicó de esta manera ante el Supremo. «Hay una invención al decidir dónde empieza y dónde acaba un gen» en la secuencia del ADN. Y lo comparó con el proceso de crear un bate de béisbol. «Un bate no existe hasta que se aísla de un árbol, pero, desde entonces, es un producto inventado por el hombre tras decidirse dónde empieza y acaba el bate», dijo Gregory Castanias.

El profesor de Genética del Scripps Research Institute de San Diego cree, en cambio, que Myriad se ha limitado a secuenciar los genes sin inventar nada. «Los genes son parte de la naturaleza y la naturaleza no se puede patentar», dice a este diario. «Queremos democratizar el ADN. Cuantos más pacientes puedan acceder a los tests y beneficiarse de la investigación, mejor», añade.

Los expertos no se ponen de acuerdo a la hora de precisar hasta qué punto las patentes restringen la investigación de universidades e institutos biotecnológicos. «Generalmente, las patentes no se implementan», dice el profesor Robert Cook-Deegan. «Se han publicado muchos estudios basados en la investigación del BRCA1 y 2, pero es imposible saber cuántos se han abandonado por miedo a una demanda de los dueños de las patentes».

EL COSTE DE LA INVESTIGACIÓN / El fallo del Supremo no se espera hasta junio, pero desde la industria se advierte de que puede tener consecuencias para sectores que consideran la protección de las patentes como una necesidad para afrontar los costes de la investigación. «Nos preocupa que este caso vaya a afectar a muchas compañías biotecnológicas cuyas actividades no tienen nada que ver con los tests clínicos cuestionados en este litigio», afirma la Organización de la Industria Biotecnológica, que representa a un millar de empresas e institutos del ramo en más de 30 países.

Apoyándose en las preguntas de los magistrados durante el juicio, Cook-Deegan cree, sin embargo, que el Supremo se va asegurar de que su sentencia no echa el freno a uno de los sectores más pujantes de la ciencia médica. «Van a enviar la señal de que lo que decidan sobre estas dos patentes no repercutirá sobre el resto, para de ese modo reafirmar a la industria biotecnológica», opina.