LA Vida cotidiana

El país que se sacudía la caspa

La primera cita democrática con las urnas basculó entre la incertidumbre y UnA gradual recuperación de las libertades, en Un tiempo en que El periodismo vivió una profunda renovación Con la irrupción de nuevas cabeceras y el destape. la mujer empezaba a liberarse de la tutela patriarcal: 1977 fue el año en que se despenalizaron el adulterio y el «amancebamiento». La píldora anticonceptiva necesitó un año más para ser legal. La libertad para hacer de la maternidad una opción propició la incorporación masiva de la mujer al trabajo y un cambio radical de la estructura familiar.

1977. Un hombre vende revistas y otros objetos de segunda mano en una acera de Barcelona en vísperas de las elecciones.

1977. Un hombre vende revistas y otros objetos de segunda mano en una acera de Barcelona en vísperas de las elecciones.

   OLGA MERINO

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Para remontar hasta 1977, el año que vivimos peligrosamente, es recomendable una dosis extra de Biodramina, que vienen curvas. Las mortificaciones que ahora nos quitan el sueño -la institutriz Merkel, su prima y el paro- parecen nubecillas de verano al rememorar las sacudidas sociopolíticas que concitó un solo año de la transición: el atentado de Atocha, la amnistía para los presos políticos, el regreso del president Josep Tarradellas y su «ja sóc aquí!» desde el balcón, la histórica Diada en que millón y medio de catalanes reclamaron el Estatut¿ Un Dragon Khan de sobresaltos.

Hace 35 años, sentarse a la mesa frente al televisor para el almuerzo suponía un latigazo de adrenalina por la brutal ofensiva terrorista, la oleada de secuestros -al industrial José María Bultó le estalló la bomba que le habían pegado al pecho con esparadrapo en su casa de Pedralbes- y el lento regreso de los supervivientes de un exilio que había convertido España en un yermo intelectual. Solo en aquel año volvieron del destierro el poeta Jorge Guillén, la sufragista Victoria Kent, Dolores Ibárruri, laPasionaria, y Rafael Alberti, melena blanca y pañuelo romano al cuello, quien, nada más descender las escalerillas del avión, proclamó:«Me fui de España con el puño cerrado y regreso con la mano abierta en señal de concordia entre todos los españoles».

De esa guisa eran las sobremesas familiares del 77: frases solemnes, elTelediariohipnótico a todo plan, el mantel a cuadros, Baturrico con gaseosa y la barra de medio; aún comíamos mucho pan -una media de seis kilos al mes por habitante-, quizá porque la memoria atávica del hambre aún escocía. Y seguíamos siendo bajitos: los varones medían 170 centímetros en la flor de la juventud.

Ante el clima de tensión e incertidumbre política, los periódicos de la época, que costaban 15 pesetas, acuñaron la expresión«ruido de sables»para referirse a la contingencia de que los militares sacaran los tanques a la calle. Se precisaba pulso de neurocirujano para desatar lo que Franco había embalado con cinta americana, un delicado proceso en el que la prensa apostó fuerte. La derogación por decreto ley del polémico artículo que sometía la libertad de expresión a los principios del Movimiento Nacional propició una decisiva renovación del periodismo: en junio de 1977, salía a la calle el diarioDeia, el primero en euskera; el año anterior lo habían hecho otras importantes cabeceras -Avui(en catalán),El PaísyDiario 16- y al siguiente, el 26 de octubre de 1978, echaba a andar EL PERIÓDICO DE CATALUNYA.

La proliferación de publicaciones de corte satírico evidenciaba, además, la evolución del país desde las gracias garbanceras de Paco Martínez Soria, hacia el sarcasmo, ese humorismo afilado que solo elaboran los estómagos (casi) saciados. Fue un proceso muy lento. Un paso adelante, dos hacia atrás. Con los pies de plomo. Todavía se producía el secuestro de publicaciones. Y la bomba contraEl Papusno cogió por sorpresa a nadie; el director del semanario llevaba un par de años ininterrumpidos recibiendo amenazas, hasta que sobrevino la tragedia: el 21 de septiembre estalló un artefacto explosivo en la redacción de la calle Tallers, que segó la vida del portero del inmueble. Un atentado que reivindicó Alianza Apostólica Anticomunista, la Triple A. Tiempo de siglas y plomo. De Agua Brava y patillas de hacha.

De vuelta al hogar, al mantel de cuadros rojos y blancos, quizá nunca como entonces existió un distanciamiento tan abismal entre generaciones, entre quienes habían alcanzado la veintena en torno a la muerte del dictador y sus progenitores, agazapados aún bajo la manta del franquismo sociológico. Los jóvenes de entonces -no se era mayor de edad hasta los 21 años- soñaban con emanciparse cuanto antes y salir corriendo de la casa paterna con el macuto en bandolera. Coexistían dos mundos contrapuestos: el aún oficial y las ansias de vivir que bullían en la calle, en los festivales de Canet y en la plaza Reial, con las ocurrencias festivas del pintor Ocaña.

Fue en junio de 1977, por cierto, cuando se celebró en Barcelona la primera manifestación homosexual, que acabó dispersada con balas de goma. La revistaInterviú, la misma que salpimentaba los quioscos con las delanteras de Susana Estrada y Agata Lys, glosó así la jornada:«Se procedió con dureza cruda contra unos seres que desfilaban alegres, jacarandosos, con las manos enlazadas, pidiendo libertad sexual y amnistía total (¿) Contra ellos se volcó en la mañana dominical del 26 todo el peso de la represión».

La familia tradicional se regía según la autoridad del patriarca y las bendiciones de la Iglesia: hasta ese año, era requisito indispensable comunicar al párroco que se había abandonado la religión católica para poder casarse por lo civil. También el llamado«amancebamiento» seguía penado con la cárcel. El artículo 449º del Código Penal, que siguió vigente hasta enero de 1978, era una perla de la literatura jurídica:«El adulterio será castigado con la pena de prisión menor. Cometen adulterio la mujer casada que yace con varón que no sea su marido, y el que yace con ella, sabiendo que es casada». Del divorcio, ni hablar.

Fueron los Pactos de la Moncloa, machihembrados para salir de la prehistoria económica, los que abrieron la vía a reformas que habrían de revolucionar la realidad sociológica de un país en el que la mujer necesitaba un permiso del marido o del padre para abrir una cuenta corriente o sacarse el pasaporte. Las pastillas anticonceptivas no fueron legales hasta 1978. En su imprescindibleCeltiberia show, el escritor Luis Carandell recogió un chiste sobre los malabarismos anticonceptivos:

-¿Sabes cómo le llaman al método Ogino?

-No, ni idea.

-La ruleta vaticana.

Aunque la píldora había entrado en el país de la mano de las turistas y de las españolas que habían emigrado a Alemania, todavía costaba encontrarla en algunas ciudades; no todos los ginecólogos la admitían, y quienes lo hacían la recetaban de tapadillo, como si la prescribieran para regular trastornos menstruales. Del derecho al aborto, ni hablar.

La libertad de elegir cuándo tener los hijos propició el masivo ingreso de la mujer en el mercado laboral y un cambio radical en la estructura familiar: en 1970, el número de hijos por fémina era el más elevado de Europa, solo por detrás de Irlanda.

Ahorro en la cocina

Mucho quedaba por bregar todavía. La madre prototipo de entonces tenía su centro existencial en el cuidado de los hijos, que crecían con rodilleras de escay, y en estirar el sueldo y hacr de la cocina el puntal del ahorro. Años de legumbres, sobras recicladas y croquetas. No debía de ser fácil que cuadraran los números a final de mes cuando el salario mínimo rondaba las 13.000 pesetas y unos vaqueros, por ejemplo, costaban 3.600 (quien poseía unos Levi's era el rey del mambo).

Las vacaciones solían ser estilo Botejara, siesta y botijo; nada de segundas residencias: un interminable viaje al pueblo en el SEAT 128 por carreteras aún infestadas de socavones.La España de los Botejara, una especie de docudrama que estrenó Alfredo Amestoy en el verano del 78, reproducía las cuitas de una familia desperdigada por la geografía de las Españas para salir de apuros económicos. La sintonía del programa, rescatada de la memoria, decía más o menos así:«Hubo en España una guerra que, como todas las guerras la perdieron los poetas (¿) Ya nos lavamos la cara, ya tenemos democracia, ¿dónde van los españoles?, ¿dónde van los Botejara?». La de entonces era una lucha por la vida que permitiera seguir luchando por la vida. Más o menos como nos toca ahora.