EN LA MENTE DEL ASESINO EN SERIE
La adicción al «placer enorme» de matar
Los 'ángeles de la muerte' se sienten poderosos como un dios al arrebatar vidas
el perfil de Joan Vila no es en absoluto inusual en los anales del crimen en serie. Aquellos individuos que han cometido sus asesinatos aprovechando que estaban al cuidado de personas vulnerables -ancianos y enfermos- gozan del dudoso honor de merecer ya una tipología propia en la clasificación de los asesinos en serie: los ángeles de la muerte.
LA TIPOLOGÍA
Víctimas desvalidas y riesgo mínimo
Los ángeles de la muerte son, según coinciden criminólogos, psicólogos y policías de homicidios, aquellos asesinos en serie que cometen sus crímenes aprovechando su trabajo como enfermeros, cuidadores o celadores y escogen a sus víctimas entre «personas generalmente de salud precaria o con mala calidad de vida», según el psicólogo criminalista Vicente Garrido, el primer profesional de su ramo que colaboró con la Guardia Civil en la búsqueda de un asesino en serie.
A diferencia del asesino en serie típico, que se dedica a acechar a la víctima hasta acabar con ella, los ángeles de la muerte matan en su trabajo mientras en apariencia cuidan de sus víctimas. Eso minimiza los riesgos para el criminal. «Acaban siendo descubiertos por la anomalía estadística que supone el elevado número de fallecidos a su cargo o por alguna autopsia», dice Garrido.
LA FALSA COMPASIÓN
«No las maté, las ayudé a morir»
Un denominador común entre los ángeles de la muerte es justificar sus acciones señalando, como hizo Vila en su declaración, que quitó la vida a esas personas por compasión. «Lo que suele ocurrir con este tipo de asesinos es que, en una primera ocasión, quizá se autoconvencen de que quitándoles la vida a esas personas hacen una buena obra. Lo que pasa es que, cuando matan a esa primera víctima, descubren que sienten un placer enorme; matar les proporciona un subidón emocional e, igual que ocurre con las drogas, quedan enganchados y necesitan seguir matando», explica A., un inspector del Cuerpo Nacional de Policía que estuvo nueve años destinado en la investigación de homicidios y que participó en la detención del asesino del Putxet.
LA ADICCIÓN
Una sensación enorme de poder
El placer que sienten estos individuos está directamente relacionado con el hecho de que matar a esas personas les hace sentirse Dios. «Sienten una inmensa y adictiva sensación de poder, pues ellos deciden si esos ancianos viven o mueren. Incluso creen que les conceden el regalo de acabar con su sufrimiento», comenta un investigador de homicidios de otro cuerpo policial que, de la declaración judicial de Vila, destaca una contradicción: «En varias ocasiones, el celador dice no recordar cómo mató a esas personas. Tú, si ayudas a alguien, no te olvidas de que lo has hecho».
EL 'OSCURO PASAJERO'
«Era irreal, como si
no fuera yo»
«Era como en los dibujos animados, que una persona sale de otra y hace algo», dijo Joan Vila en su declaración. Este argumento es, según los expertos consultados, habitual entre los asesinos en serie. El inspector A. recuerda el caso de un hombre que asesinó a su mujer cuando estaba planchando. «Dijo que él estaba mirando la tele y que vio en la pantalla cómo alguien (él mismo) estrangulaba a su esposa», dice este policía. Por su parte, el profesor Garrido señala que «el empleo de ese otro yo, de un oscuro pasajero que realiza los crímenes, es el modo en que el asesino explica su abandono a la pulsión homicida. Como ellos llevan a la vez una vida normal, cuando asesinan es como si ese oscuro pasajero tomara el control».
EL SISTEMA
Cambio a un método mucho más sádico
Prueba de la adicción de Vila a matar es el cambio de método para hacerlo, que demuestra que cada vez precisaba que sus víctimas sufrieran mayor dolor, según los expertos. Si para acabar con la vida de las primeras víctimas empleó fármacos e insulina, silenciosos y menos cruentos, a las últimas las mató haciéndoles tragar lejía, lo que provoca una muerte muy dolorosa. «Con la lejía, la muerte no era silenciosa, las víctimas sufrían y gritaban, y quedaba claro que él era quien administraba la muerte», comenta Garrido.
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