ANÁLISIS
La limitación de los movimientos era inevitable
De la misma manera que cuando hay una gran manifestación o la celebración de una victoria deportiva miles de personas cortan el paso en la calle a la movilidad motorizada, cuando un acontecimiento especial debe realizarse en el centro de una ciudad como Barcelona, como ha sido el caso de la visita del Papa, los movimientos en la superficie también se ven alterados. Es la única manera de garantizar que los actos programados se lleven a cabo de una manera segura, tanto para la minoría que asistirá como para la gran mayoría que no lo hará. En el caso que nos ocupa, a las restricciones de movilidad se han sumado unos controles policiales, nunca vistos hasta ahora, en el acceso de los vecinos a sus viviendas. Se han argumentado razones de seguridad. La policía debía tener poderosos motivos.
Cuando, hace unos años, se celebró una cumbre de líderes europeos en Barcelona, las restricciones aún fueron peores. ¿Quién no recuerda aquel insólito carrilsolo autoridadesque desde el aeropuerto conducía a los dirigentes por la Ronda de Dalt hasta la Diagonal? Y en el caso de manifestaciones por hechos no programados, como cuando los barceloneses repudiamos el asesinato deErnest Lluch,los cortes de tráfico son masivos y las líneas de bus tienen durante al menos seis horas unas trayectorias totalmente erráticas.
Con todo, la visita papal nos ha dejado una novedad en la organización de la movilidad de Barcelona. La estación de metro de Sagrada Família, una correspondencia muy importante en términos cuantitativos entre las líneas 2 y 5, ha cerrado sus cuatro bocas de acceso. Y, lo que es más relevante, por razones de seguridad los trenes de ambas líneas no se han detenido en la estación, imposibilitando así la correspondencia subterránea durante un amplio intervalo. Nunca hasta ahora una correspondencia de metro había sido cerrada al público. Aunque el pasillo de enlace discurre bajo la calle de Provença, cuesta entender las razones para tomar esa decisión cuando -desde el punto de vista de la seguridad en la calle, la única a tener en cuenta- el cierre de las bocas de metro en la superficie garantizaba que nadie pudiera entrar o salir. ¿Pueden haber existido otras razones? Debe haberlas, pero no puede argumentarse el miedo a un atentado dirigido al Papa, ya que este estuvo totalmente separado del metro por una capa de tierra y hormigón de unos cuantos metros. Sería conveniente que ahora, una vez concluida la visita pontificia, alguna autoridad explicase a la ciudad las razones de esta singular novedad.
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