El Nobel de la Paz recae en Al Gore y la lucha contra el cambio climático

EL PERIÓDICO / OSLO

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El premio Nobel de la Paz fue a parar ayer a un hombre y a un órgano cuyo trabajo, en rigor, poco tiene que ver con la paz en sentido estricto. A diferencia de años anteriores, cuando los galardonados solían ser personas dedicadas a la resolución de conflictos, esta vez el reconocimiento ha recaído sobre la máxima autoridad en la lucha contra el cambio climático, el Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), perteneciente a la ONU, y al máximo publicista de esta causa, el exvicepresidente estadounidense Al Gore, cuyo documentalUna verdad incómodaha ayudado a dar a conocer este fenómeno más que cualquier informe o cumbre internacional.

¿Combatir el cambio climático implica luchar por la paz? En su fallo, el comité del Nobel de la Paz --el único de estos premios que se entrega en Noruega y no en Suecia-- echa mano de un alambicado argumento para justificar su decisión. Tras ensalzar las figuras Gore y el IPCC, este órgano asegura que el inquietante fenómeno "puede causar movimientos migratorios a gran escala y traer consigo una mayor competencia por los recursos naturales". Estas consecuencias, a su vez, conllevarían un aumento del riesgo de guerras y conflictos armados, tanto internos como entre países.

Sin embargo, también podría ocurrir lo contrario, sostuvieron ayer varios expertos en la materia. Según el presidente del Instituto de Investigaciones para la Paz, Stein Toennesson, cabe la posibilidad de que, ante los riesgos del cambio climático, se dé una "mayor cooperación" entre estados.

EFECTO A CORTO PLAZO

Pero, más allá de las controversias que habitualmente acarrea el galardón --entre sus destinatarios se encuentran figuras tan polémicas como Henry Kissinger y Yasir Arafat--, este Nobel de la Paz tendrá un efecto a muy corto plazo: incrementar la presión para que se logre una estrategia global que haga frente al cambio climático. Atrás ha quedado la época en que se negaba la propia existencia del fenómeno --solo el presidente de la República Checa, el conservador Vaclav Klaus, lo puso ayer en duda-- e incluso el tradicionalmente escéptico Gobierno estadounidense de George W. Bush muestra su preocupación ante el calentamiento global. Ahora, en cambio, lo que se discute es cómo combatirlo.

La concesión del Nobel al IPCC y a Gore no podía llegar en un momento más propicio. El próximo 3 de diciembre comenzará en Bali (Indonesia) la Cumbre del Clima, una conferencia internacional, auspiciada por la ONU, en la que los ministros de Medio Ambiente de todo el mundo habrán de ponerse de acuerdo sobre las medidas para reducir los gases de efecto invernadero más allá del 2012, fecha en la que expira la primera fase del protocolo de Kioto. La negociación se prevé dura. Estados Unidos aún no ha ratificado el tratado, pues la Administración de Bush consideró en el 2001 que este podía causar perjuicios al mercado laboral estadounidense. Tampoco lo ha hecho China, el otro país que se sitúa a la cabeza en emisiones de dióxido de carbono.

EL CONSENSO

El próximo 10 de diciembre, siete días después del inicio de la Cumbre del Clima y tres días antes de su conclusión, Al Gore y el presidente del IPCC, Rajendra Pachauri, quienes también estarán presentes en la conferencia de Bali, recibirán el galardón en Oslo. ¿Servirá este Nobel para que se logre el tan ansiado consenso en torno a la batalla contra el cambio climático? Hay optimismo. "Espero que el premio ayude a aumentar la sensación de urgencia" del problema, afirmó ayer el secretario general de la Convención de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, Yvo de Boer. Lo mismo vino a decir el comité del Nobel: "Hay que actuar ahora".