DEBATES VERANIEGOS

Finales polémicos (1): 'Seinfeld', esa serie sobre nada en la que nadie aprendía nada

'Seinfeld': una serie sobre nada en la que nadie aprendía nada

'Seinfeld': una serie sobre nada en la que nadie aprendía nada / Archivo

Juan Manuel Freire

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Están bien los buenos finales, aquellos que parecen contentar, satisfacer, ser coherentes con lo contado antes, etcétera. Pero son los considerados malos, o como mínimo polémicos, los que más conversación nos dan a lo largo de los años. Esos finales nunca se acaban. ¿Y si aprovecháramos las largas horas del verano para volver a discutir sobre cinco de ellos? 

Sobre el de 'Seinfeld', por ejemplo. Cada vez que se listan sus grandes episodios, 'El final' (14 de mayo de 1998) brilla por su ausencia. En el ranking de sus 169 capítulos publicado por 'Vulture' en 2015 con motivo del 25º aniversario de, precisamente, el final de la serie, aparecía en antepenúltima posición. Ron Rosenbaum lo habría colocado seguramente el último: en el momento de su estreno habló del episodio como "el fracaso más titánico en la historia de la comedia" en el 'New York Observer'.

¿Habría logrado algún otro capítulo ser satisfactorio para más gente (y sí, los críticos también somos gente)? ¿Cómo deberían haber terminado la telecomedia más popular de los noventa? Según recordaba Jennifer Keishin Armstrong en esa recomendable historia de 'Seinfeld' llamada 'Seinfeldia', "Jason Alexander [George Costanza en la serie] creía que la única esperanza de la serie podría ser un no-final. Un episodio normal, como si aquí no pasara nada". 

En jet privado a París… o casi

Y en parte eso era, al menos en principio. Algo de lo más naturalmente absurdo. Todo arrancaba con situaciones sobre nada en concreto, sobre esas pequeñas preguntas absurdas del día a día que preocupaban a Jerry (Jerry Seinfeld), George, Elaine (Julia Louis-Dreyfus) y Kramer (Michael Richards): ¿se debe o no prestar el kétchup alegremente en un restaurante? ¿Ducharse evita malos humores? ¿Es correcto hacer una llamada sobre el grave estado de salud de alguien en plena calle y desde el móvil en lugar de tomarse el tiempo en casa? ¿Orina uno con la puerta abierta en casa ajena?

Pero no, este no iba a ser un episodio normal. Larry David, cocreador de la serie con Seinfeld y su guionista jefe durante las siete primeras temporadas, quiso ir contra las expectativas; con ello hacía honor al espíritu transgresor de esta 'sitcom' nacida para no ir sobre nada, deconstruir el género hasta la abstracción y evitar cualquier asomo de lección moral

Jugando desde el principio a la metaficción, 'El final' planteaba un panorama donde, por fin, NBC habría dado luz verde al viejo piloto televisivo de Jerry, lo que propiciaba una escapada de los cuatro amigos a París en el jet privado de la cadena. Pero una trastada de Kramer, otra más, les obligaba a hacer escala en Latham, Massachusetts, donde se portaban aún peor que de costumbre y hacían sorna de un hombre con sobrepeso que estaba siendo atracado. Por una vez, su falta de humanidad tenía consecuencias serias: eran detenidos por incumplir una ley del condado, la del buen samaritano, según la cual se debe ayudar a cualquiera que esté en peligro siempre y cuando sea razonable hacerlo. 

Desfile de iconos heridos

En el juicio resultante contaban con la defensa del carismático abogado Jackie Chiles (Phil Morris), cuya declaración inicial es leyenda: "¿Saben lo que eran estas cuatro personas? Eran inocentes transeúntes. Piensen ustedes en el término. Inocentes transeúntes. Porque eso es lo que eran. Sabemos que eran transéuntes, nadie dice lo contrario. ¿Cómo va a ser un transeúnte culpable? No se entiende". La semántica os hará libres. 

Y en un episodio que ya tenía sus guiños al pasado (ese George a punto de confesar la verdad sobre el mítico 'El concurso'), este juicio servía para que volvieran a saltar a la palestra míticos personajes secundarios: vienen a declarar el sopero nazi, la novia de Kramer que hablaba bajo, el Niño Burbuja o el poli de biblioteca encarnado por Philip Baker Hall, todos ellos víctimas de un "patrón de comportamiento antisocial que lleva en curso años", en palabras de la acusación. Nuestros (anti)héroes eran declarados culpables y acababan entre rejas. Choque total. 

¿Venía Larry David a decirnos que, después de todo, estos cuatro amigos merecían castigo? Seguramente no. Parecía más querer decirnos que no tienen remedio: después de conocer el veredicto, no se plantean las grandes cuestiones de la vida, no piensan sobre culpa e inocencia, sino que siguen hablando de cómo el segundo botón es el que estropea las camisas. Saldrán de su año en prisión igual de ombliguistas, narcisistas, egoístas, malcriados e increíbles

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