TÓMATELO EN SERIE

Crítica de 'Moonbase 8': varados en la luna de Arizona

Fred Armisen, John C. Reilly y Tim Heidecker protagonizan y cocrean una comedia minimalista sobre las vivencias de tres astronautas en un simulación de base lunar

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Juan Manuel Freire

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En los últimos tiempos tampoco hemos ido cortos de series espaciales, pero nada nos había preparado para 'Moonbase 8', insólita comedia minimalista que, en realidad, tampoco sucede realmente en el espacio, sino en un simulacro de base lunar en Arizona. Allí pasan su tiempo, a la espera de su gran oportunidad de salir propulsados al infinito, tres astronautas (en el trágico primer episodio, cuatro) tan ineptos que ni siquiera saben a qué responden las siglas NASA.  

No se sabe demasiado bien, no se cuenta, cómo hombres tan poco enteros lograron entrar en cualquier programa de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio. Robert 'Cap' Caputo (John C. Reilly) es un piloto de helicóptero turístico de Hawái que tuvo sus rifirrafes con Hacienda. El Dr. Michael 'Skip' Henai (Fred Armisen) aspira en vano a ser un hijo digno de su padre, aclamado científico de la NASA. Y el profesor Scott 'Rook' Sloan (Tim Heidecker), exfanático del grupo jam-rock Phish convertido en cristiano evangélico, padre de doce, para más señas, quiere usar el viaje espacial para "difundir el Evangelio de Jesucristo por el universo".

Cada episodio enfrenta a estos pobres tipos con alguna circunstancia inesperada, algún percance o visita que pone a prueba su inteligencia o bajos niveles de autoestima. En el primer episodio, tras quedarse sin agua, idean una solución de fatales consecuencias. En el segundo luchan contra los constantes robos en el exterior de la base, quizá cosa de mapaches. En el tercero, el enemigo es un brote de gripe que les obliga a hacer tronchante cuarentena; Armisen merece un Emmy solo por sus estornudos. También tiene un papel determinante SpaceX, la versión juvenil y 'cool' de la NASA ideada por Elon Musk.

Pero todas estas tramas, aunque efectivas, tienen una importancia relativa. Armisen, Reilly y Heidecker, cocreadores de la serie con el también director Jonathan Krisel, solo querían saber qué pasaba si se encerraban en una habitación juntos. Cómo fluiría la química entre ellos. Los resultados son hilarantes: una sucesión de interacciones incómodas, réplicas de inepta bravuconería o tiempos muertos que dan la vida. Si alguna vez soñaron con una versión paródica de 'Moon' o 'Marte', esta bien podría ser su serie del año. 

El talentoso Krisel, colaborador de Heidecker desde los lejanos tiempos de 'Tom goes to the mayor' y guionista y director de 'Portlandia', filma todo este delirio con elegancia y verdadero sentido de la belleza, ayudado en las partes más irónicamente épicas por una majestuosa banda sonora de Steven Drozd, hombre orquesta de The Flaming Lips.