El testimonio

Natalia: "Tengo asumido que tengo cáncer, pero no lo acepto"

Esta mujer, de 42 años, tiene un tumor maligno alojado en la médula cervical, inoperable pero estabilizado, que la mantiene medio inmovilizada

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fcasals40587873 natalia fernandez171020185425 / CARLOS MONTAÑÉS

Àngels Gallardo

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La morfina en pastillas que Natalia Fernández, de 42 años, con domicilio en Castelldefels, toma dos veces al día no le deja claridad mental suficiente como para coger el pincel y, con la mano izquierda aunque es diestra, plasmar su pensamiento al óleo o en acuarela. Lo hizo hace un tiempo, superando los altibajos emocionales que salen a la superficie cuando menos se lo espera, en especial por las noches. "No duermo de un tirón", explica Natalia, vital y cariñosa. Tampoco encuentra un motivo que la incite a salir de la cama por las mañanas.

"Ahora mismo, tengo asumido que sufro hemiplejia en toda la parte derecha de mi cuerpo, que mi pierna derecha no funciona y que el brazo no permite flexiones, está rígido, espástico -describe-. Pero asumir no significa aceptar. No lo acepto". "Nunca entenderé por qué a mí, que ya sufrí y superé un tumor maligno en la médula cervical los 15 años, me reapareció otro, aún más agresivo, 25 años después -dice, con la contundencia de a quien le han robado un derecho-. Dependo de la gente que me ayuda. Mi madre. Mi marido. Mi hermana". Los médicos de Natalia aseguran que el tumor está controlado. Estabilizado. Y que todo lo que sufre son secuelas del tratamiento o consecuencias de la localización del propio cáncer, imposible de extirpar. 

El dolor ya no está

La medicación que proporcionan a Natalia en la unidad de cuidados paliativos oncológicos del Hospital de Bellvitge -a cuyo personal adora- mantiene bajo control un dolor que nunca podrá olvidar.

La historia médica de Natalia Fernández es objeto de estudio, por su peculiaridad, en hospitales de Europa y Estados Unidos. Todo empezó cuando tenía 15 años. El brazo y la pierna derechos se le iban quedando más delgaditos que los de la parte izquierda, y perdían fuerza. Los traumatólogos suponían que todo se debía a una escoliosis de columna poco evidente. Ella optó por usar la mano izquierda.

No tardaron en derivarla al servicio de neurología de Bellvitge. En una semana, completada la batería de pruebas, llegó el diagnóstico: un ganglioma con astrocitoma, encapsulado. Un tumor maligno insertado en la columna vertebral, en la nuca, justo donde acaba el cerebro. Era 1991. Ningún neurocirujano aceptaba operar a Natalia. Había que romperle la médula y adentrarse en el sistema nervioso central. El riesgo de que sufriera como secuela una tetraplejia disuadía a los cirujanos. El tiempo pasaba. Y llegó lo que Sandra, hermana de Natalia, recuerda como "el milagro".

El golpe en la mesa

"El neurocirujano Enric Ferran, de Bellvitge, dio un golpe en la mesa", relata. "La voy a operar", le dijo a la familia. Fue la primera intervención de estas características en España. Un éxito. Natalia no fue informada de lo que le había ocurrido. Los 10 años que siguieron tuvieron a toda la familia con el alma en un puño. Era el margen de reinicio del tumor que los médicos marcaron como lapso de riesgo. Natalia lo superó y, al cumplir los 30 años, su madre habló con ella. Ahí supo.

Su vida prosiguió. Se casó y a los 39 años, cuando intentaba quedar embarazada, resurgió el cáncer. En el mismo punto. En el interior de la médula cervical. Corrieron a Bellvitge. Ya no se podía volver a operar. No en el mismo sitio donde ya se tocó y se dejaron delicadas cicatrices.

Fue derivada a cuidados paliativos. Tras una especial radioterapia, el tumor quedó clínicamente estabilizado hace dos años. No avanza, ni retrocede. Pero causa esas progresivas secuelas que obligan a esta mujer a vivir sujeta a la morfina, a recibir cortisona en vena periódicamente, y a regresar al hospital con frecuencia.