La guerra por la arena

Playas contra viento y marea

La crisis de la arena es el último azote climático que va a cambiar nuestra economía y nuestra forma de vida y necesita medidas urgentes y duraderas

playas

playas / LEONARD BEARD

Carol Álvarez

Carol Álvarez

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Un trayecto en tren por la costa del Maresme en estas fechas del año tiene un plus de susto, si te sientas en la ventana que da al mar. Puedes llegar a sentir que nada te separa del agua: la playa ha prácticamente desaparecido en muchos puntos del recorrido, y las rocas que delimitan las vías parecen más frágiles que nunca, como si una ola brava, de repente, pudiera alcanzarte. No siempre fue así, hubo un tiempo en que ante el Ayuntamiento de Vilassar, cruzado el túnel bajo el tren, se abría una playa a la que tenías que bajar pronto, por la mañana, para poder poner la toalla cerca de la orilla. Entonces no sabíamos nada de arena importada y de crisis climática, y los únicos temporales que nos azotaban eran a finales de agosto y se cebaban en las rieras de los pueblos, dejando inundaciones de bajos, y un agua del mar revuelta y sucia, como la arena. 

¿Desde cuándo hablamos de los riesgos de la línea de tren que circula por la costa del Maresme, cada vez más cerca del mar por el efecto de temporales que devoran la arena de las playas? ¿Qué alternativas tenemos en marcha? Sobre la mesa, las mejores son las más costosas, como el traslado de la línea al interior. Y por cara, se descarta en favor de medidas más baratas a corto plazo.

Problema cíclico

La costa del Maresme, pero también la de otros puntos del litoral, se desmonta cada año con las tormentas y otros fenómenos climáticos extremos, y luego, tradicionalmente, se vuelve a montar. Camiones de arena, mangueras submarinas, reintegran la arena perdida en una especie de bucle infinito que cada vez gira más rápido, al ritmo de este tiempo tan loco en lo meteorológico que nos ha tocado vivir.

El dinero que se invierte es ingente. Ya venga de los bolsillos del Gobierno, en forma de compensación por los temporales, ya sea de las arcas municipales, la estrategia para salvar las playas se antoja absurda. La arena importada ha de ser de la misma calidad que la de la playa o pone en riesgo el ecosistema propio, de seres microscópicos, que lo habita, pero aún hay más problemas, desde el tráfico ilegal internacional de arena, que hunde aún en la crisis climática y económica a los países más pobres del cono sur por la codicia del que se considera el segundo bien más valioso en nuestros tiempos tras el agua, hasta las llamadas guerras de arena: la disputa entre territorios cercanos por la extracción de tierras, algo que emula los conflictos por los transvases de agua de ríos que hemos vivido en tiempo reciente.

Miami y la economía turística

En Miami, Florida, viven una situación similar a la de la costa catalana, con el ejército, en su caso, volcado contrarreloj para recuperar dunas y playa en la zona dañada por los huracanes. Y allí, como aquí, también viven divididos el nuevo escenario que ha abierto la crisis climática, un poco atrapados en una ilusión que no puede durar y que moviliza toneladas de arena de minas de la zona y efectivos militares y económicos cada año. 

Se acabaron los tiempos de largas playas, los reclamos turísticos deben renovarse, y el modelo económico de la ciudad debe buscar otras fuentes de ingresos más realistas y alejadas del artificio. Los expertos coinciden en defender la vía de implantación de dunas como un arma ecológica y a la vez posible. Es de efectos lentos, eso sí. Como la creación de diques que hagan frente a la fuerza del mar y el viento. El Govern ha adoptado ese camino del medio, entre el no hacer nada y seguir gastando recursos en alimentar una costosa línea de playa. El reto es mayúsculo y la proximidad de las elecciones municipales puede distorsionar las prioridades: a ver quién le cuenta a las poblaciones que viven de sus playas que eso ya no es sostenible, pero no ahora, hace ya años. Las políticas, desde las más cercanas al ciudadano, hasta las que desbloquean el dinero y empujan leyes, deben dar prioridad a planes B para un presente sostenible, que preserve los recursos naturales. Otro tipo de empleos, otro tipo de ocio, otro tipo de actividades económicas que den ingresos.

Y, desde luego, otra vía de transporte por la costa de Barcelona, que se ha de diseñar y planear ya mismo porque el tiempo en que la línea de tren del Maresme quede obsoleta está llegando. 

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