Los efectos de la masificación en Barcelona
Peajes en la arena
La playa, atractivo turístico y opción gratuita de ocio pide límites, y la culpa no es solo de los turistas
Cinco chicas de piel blanquísima se prueban biquinis en una tienda de la calle de Pelai. Hablan en inglés y están animadísimas. Imagino que decidieron dejar en casa los bañadores de la temporada pasada y así poderlos comprar en el destino tropical donde pasarán unos días, Barcelona. Ir de compras es la primera actividad de la “divertida” despedida de soltera que llevan meses planeando. Con los biquinis nuevos, se disponen a estrenarlos en las “paradisíacas” <strong>playas barcelonesas</strong>.
Ellas son algunas entre los millones de persones que este verano van a tumbarse en la arena. El año pasado fueron 4,7 millones, uno más que en el 2014. 4,7 millones en 4,5 kilómetros. Estas cifras han provocado que el comisionado de Ecología del ayuntamiento, Frederic Ximeno, haya dicho con cara seria que las playas de Barcelona están al límite pero que nada puede hacerse para prohibir o regular el acceso. 'Overbooking' en las playas y otro quebradero de cabeza para la administración.
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MIRAR AL MAR
Barcelona empezó a mirar el mar hace justo 25 años. En el 92 los barceloneses se acostumbraron a coger el metro en chancletas y con parasol, y durante la dureza de la crisis han sido el refugio para los que no podían marcharse de vacaciones. La playa, un atractivo turístico y la opción de ocio gratuita y más democrática para los barceloneses, ahora también reclama sus límites. La culpa no es solo de los turistas, ni de los chiringuitos, que el ayuntamiento quiere limitar, ni de las tumbonas. Es la suma de las macro cifras que mueve la ciudad en un espacio que es el que es.
El comisionado de Ecología también recordaba que el litoral es un espacio natural que hay que preservar, aunque a mi tumbarme en la playa de Barcelona me recuerda más a estirarme en medio de la Rambla que en pisar un paraje natural. El caso es que, en la arena hay microorganismos y en el agua peces.
TASAS COMO LÍMITE
Hace días leí que en Campdevànol, el ayuntamiento ha decidido poner una ecotasa de cinco euros a los que quieran bañarse en unas cascadas muy concurridas. Necesitaban poner el freno para no cargarse uno de los atractivos del pueblo. Casos parecidos son las tasas para los que van a buscar setas o hacen inmersiones en las Illes Medes. También en algunas playas Baleares, las plazas de párking limitan el aforo en la arena. Cuando se llena el aparcamiento, se cierra el acceso, y en la mayoría hay que pagar.
El mar, los espacios verdes, el campo, ahora también necesitan puertas y barreras (aunque el dicho diga lo contrario). Aquí no tenemos ni las calas de Menorca, ni las cascadas de Campdevànol, ni bosques con muchas setas, pero tenemos una playa con más demanda de personas que kilómetros en oferta.
TODO SE QUEDA PEQUEÑO
La idea de limitar o hacer pagar una ecotasa para entrar en la Mar Bella o la Nova Icària me parece surrealista. No sé qué sistema podría funcionar. ¿Se podría prohibir el acceso a la Barceloneta cuando los párkings estén llenos? ¿Se podrían poner avisos en el metro e indicadores con las playas más vacías para redistribuir a los bañistas? La gestión del espacio público no para de plantearnos retos que hay que afrontar con mucha imaginación. Cada día un nuevo problema. No sé qué pasa que todo: la playa, la montaña, la ciudad, todo se nos queda pequeño.
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