Rutas insólitas
Barcelona singular: las maravillas de Sant Joan de Dalt
Marc Piquer, el explorador urbano de la cuenta de Twitter @Bcnsingular, redescubre el tramo superior del paseo de Sant Joan: el bulevar graciense
Marc Piquer
Periodista
Soy periodista desde 3º de EGB, vecino de Can Macians, en les Corts y visitante habitual del resto de barrios de Barcelona, unos 150 según mis cálculos. Me gustan todos, y me gusta casi todo. Quizás un día me veis desayunando un plato de cuchara en el Carmel o en Sarrià, y al siguiente, zampándome unos 'pancakes' en el Raval o la Vila de Gràcia. Ando mucho y, a veces, descubro cosas. No sé guardar secretos. Si quieres que te hable de mis hallazgos, sígueme y te los cuento.
A raíz de la urbanización, en la década de los 30, del tramo superior del paseo de Sant Joan, este sector periférico de Gràcia vio desaparecer sus últimas masías, Ca l’Arquer y Cal Xero, vestigios de una vida rural que empezó a perecer mucho antes, cuando las fábricas de ladrillos ocuparon sembrados y viñedos. Pese a que el principal atractivo del presente bulevar es su rambla central –invadida por la carpa de la Abaceria, hace ya un lustro–, tampoco hay que subestimar lo que la rodea: edificios, monumentos y comercios con historia(s) que contribuyen a generar interés hacia un barrio, el Camp d’en Grassot, que suele pasar muy desapercibido.
1. Una torpeza imperdonable
MARVEN
Lo primero que a uno le sorprende de este establecimiento con la persiana a menudo medio bajada es encontrarse el rótulo al revés. Lo pusieron así, allá por los ochenta, unos operarios ineptos que, una vez hecha la chapuza, se largaron y no se supo más de ellos. Y lo más chocante: Ventura Martínez padre, el fundador del negocio, decidió no hacer nada al respecto. Tiempo atrás eran cinco las relojerías que se disputaban los clientes en este paseo. Actualmente tan solo queda una; tiene el cartel girado y únicamente abre cuando al hijo le viene en gana. Seamos justos: el hombre es un manitas convirtiendo relojes de pulsera en relojes de cuarzo, y alargando la vida de cualquier baratija. Por este motivo creía yo que Marven (MARtínez VENtura) tendría cuerda para rato. Pero no; parece que está en liquidación. O «NÓICADIUQIL NE», como prefieran. / Paseo de Sant Joan, 219.
2. El mar en Gràcia
CIRCUS PEIX
Si hay una familia en todo Gràcia que vive y se desvive por el pescado es esta. Ya lo hacían sus respectivos abuelos, incluso algún tatarabuelo, y hoy son Eduard Ampolla y Núria Llauradó quienes siguen con la tradición. El matrimonio dispone, desde años ha, de una parada en el mercado (ahora provisional) de la Abaceria; tuvo en la Vila el restaurante Núria y la bodega Neus; y en plena pandemia decidió de nuevo lanzarse al ruedo y, junto a su hijo Marc, abrir Circus Peix, una casa de comidas más propia de la Barceloneta. O del puerto de Vilanova i la Geltrú, de donde proviene la mayoría del género. Eduard acude tres días a la semana a la subasta que se realiza cada tarde en la lonja del pueblo marinero, y con lo que trae, más algo de marisco gallego y, por si acaso, alguna pieza de carne, monta unos menús de mediodía que son un deleite (buah, la sopa de peix). Aunque el precio, muy ajustado, no permite tener muchas ganancias, él lo tiene claro: «El beneficio que sacas es saber que volverán». / Paseo de Sant Joan, 197.
3. Belleza inadvertida
CASAS MIQUEL MARINÉ
No hace falta ser entendido en arquitectura, solo cabe levantar la cabeza y la vista para darse cuenta de que es un sinsentido que Gràcia tenga semejantes fachadas descatalogadas, a saber por qué. Las casas Miquel Mariné serían dos edificios de principios del siglo XX sin más –de un arquitecto aplicado, Joan Maymó i Cabanellas– si no fuera por los plafones decorativos de la última planta, hechos de mosaico, que les dan un encanto muy particular, siempre que las copas de los árboles permitan verlos. En el número 10, acompaña al trencadís un coronamiento ondulado con siete nichos rellenos con otras tantas piezas multicolores esmaltadas. En el 8, puede distinguirse, entre los fragmentos naranjas, verdes y azules, una senyera. No conozco frontispicios más originales en este vecindario, por lo que con más razón me desconcierta que no gocen de protección alguna. / Sant Antoni Maria Claret, 8 y 10.
4. Un vestíbulo poético
MURAL DE LLUCIÀ NAVARRO
No sé pasear de otra manera. Es así, fisgoneando en porterías, como se descubren auténticas maravillas en las zonas comunes de casas ajenas. Parte del mérito se lo debemos a los escasos promotores inmobiliarios que en los 60 y 70 tuvieron sensibilidad artística, como el pionero Lluís Marsà, de La Llave de Oro, o el empresario y mecenas Lluís Carulla, quien además de crear Gallina Blanca, picoteó en el sector de la construcción. Bajo la sociedad Lares Mediterráneos (MediLar), edificó varias viviendas que llevan su sello catalanista, una de ellas en el Grassot. Aquí, juntó de nuevo al arquitecto Josep Maria Esquius y al muralista Llucià Navarro, y este nos regala en el vestíbulo una pintura que abraza toda la pared, y en la que se homenajea, con verso incluido, a Joan Maragall y a su obra 'Pirinenques'. Habrá que ir hasta Fort Pienc para encontrar tres poemas distintos en otras tres fincas, las que reemplazaron en la calle de Aragó a la fábrica de cubitos de caldo concentrado. / Indústria, 10.
5. El abuelo viajero
FUENTE DE HÉRCULES
Barcelona siempre ha sentido cierta fascinación por el hijo de Júpiter. Un monumento acredita esta admiración, y poco importa que sea fruto de un trabajo mediocre. Se trata de la fuente ornamental y la escultura pública más vieja de la ciudad (1802), y no es de Damià Campeny, como se pensaba hasta hace bien poco, sino de su maestro en la Llotja, Salvador Gurri. Fue instalada en el flamante paseo de la Explanada –más o menos por donde discurre la calle Comerç– con ocasión de la visita del rey Carlos IV, y coronaba el surtidor un Hércules desnudo. Sin casi moverlo, el conjunto formó parte luego de los jardines del antiguo Palacio de las Bellas Artes. Desde allá viajó en 1928 hasta su cruce actual, y fue testigo al principio de innumerables atascos, como recogieron las crónicas: «Diríase que aguarda la oportunidad para saltar del pedestal y acudir con la clava a ordenar el tráfico, que buena falta le hace». / Paseo de Sant Joan-Còrsega.
6. Adiós inesperado
OTRANTO
Rosma Barnils tiene un tesoro, gracias a la compraventa de material arquitectónico antiguo desechado que de no ser por ella habría terminado en un vertedero de obra. Una sociedad de defensores del patrimonio creó Otranto en 1980. Al cabo de cuatro años, Rosma ingresó en el club y se adueñó del almacén, que es historia viva del Eixample: puertas, vidrieras, chimeneas, rejas, barandas, persianas de librito, bañeras, lavabos, fregaderos de cocina y miles de baldosas hidráulicas que se apilan en la entrada, y a las que se les quita el cemento adherido cuando alguien se enamora de ellas y se las lleva. Gran parte de su éxito es debido a su magnífica ubicación. Pero todo lo bueno se acaba. Una inspección municipal ha determinado que Otranto no puede seguir en este lugar con su actividad, y si no hay un giro de guion inesperado, cerrará sus puertas en junio. «Yo no me voy ni loca a un polígono», me comenta afligida Rosma. Será el final de una tienda singularísima. Y nuevamente, Barcelona perderá parte de lo que la hace única. / Paseo de Sant Joan, 142.
7. Las cocas de la abuela
LA FOGAÇA
«Por favor, si tienes que citar a alguien, que sea a mi abuela». El parisiense Adrien Prat la tiene en un altar. Qué mejor homenaje, pues, que abrir una pastelería especializada en cocas artesanales, a partir de las recetas de l’àvia Fina. De oficio costurera, esta barcelonesa vecina de la Modelo emigró con su marido, Albert, a Francia, y en el país galo siguió haciendo lo que mejor se le daba: cocinar. «Era una chef sin título», recuerda su nieto, y también gran devota de la Moreneta, muy presente en las paredes… y en el antebrazo tatuado de Adrien, quien junto a su hermano Rodolphe se ha embarcado en esta aventura. «El barrio ha respondido». No me extraña. En La Fogaça –así llaman a la coca en la Catalunya Nord– utilizan masa madre para sus tortas dulces y saladas, y reparten trocitos a la clientela, que se va entusiasmada. Triunfan sobre todo la de almendras, muy esponjosa y elaborada con una crema parecida al mazapán; y los pastelitos de coco y chocolate. La abuela, allí donde esté, puede estar más que orgullosa. / Paseo de Sant Joan, 180.
8. El refugio de la Broto
ALASKA
A Yenny, el nombre de Carmen Broto no le suena en absoluto. Quizá es mejor así: no debe ser muy gratificante descubrir que la historia del bar que regenta está ligada a una prostituta de lujo que fue brutalmente asesinada. Casi 75 años después de aparecer su cuerpo en un huerto de la calle Legalitat, aún hay muchos interrogantes sobre este caso truculento que conmovió a la sociedad de la época. Broto se refugiaba con frecuencia en el Alaska porque vivía en Pare Claret, 18, justo enfrente, en un piso que un industrial con quien mantenía relaciones le había regalado. Uno de tantos clientes a quienes supuestamente acababa sacando secretos que, de hacerse públicos, podían acarrearles problemas. Se rumoreaba también que la mujer delataba antifranquistas. Desde hace una década, el establecimiento lo lleva una familia china y ya no se llena, como antaño, de policías. Tampoco de meretrices como la Broto o su amiga Marcela, de quien todavía guarda algún recuerdo José, el camarero más veterano, que a pesar de los cambios sigue en nómina. / Sant Antoni Maria Claret, 20.
Suscríbete para seguir leyendo
- El de la Policía Nacional para los robos en las viviendas: "Si los ves, no toques nada
- Comprobar si mi número de La Grossa de Sant Jordi 2024 tiene premio
- ¿Dónde se baila en Barcelona a partir de los 40 años?
- Primera sentencia de un TSJ que aplica la doctrina europea y obliga a hacer fijo a un interino en fraude
- El primer gran 'beach club' de Barcelona abrirá en junio: así será su oferta
- Pedro Sánchez, en directo | comparecencia y última hora de la posible dimisión
- Alerta de la Policía Nacional sobre una estafa que puede afecta a miles de personas
- Un juzgado de Barcelona concede una incapacidad absoluta a una vendedora con fibromialgia y agorafobia