Conde del asalto
Vuelve la Barcelona de Meyba
Bares de Barcelona contra bares de Madrid: la gran batalla final
Señor Lobo: volver al peor antro de Barcelona que te hizo feliz
Miqui Otero
Escritor
Echar de menos los años ochenta es como echar de menos las ciudades de los ochenta, que es como echar de menos el fútbol de los ochenta, igual que echar de menos las camisetas de los ochenta. Es fácil caer en la nostalgia por algo que no necesariamente fue mejor.
Me explico: uno puede echar en falta una Barcelona con menos turistas y más comercio antiguo, incluso la épica de un Barça que no alardeaba de un ADN propio, pero no puede olvidar los atracos en el Puente de Marina o que la ciudad vivía de espaldas al mar, ni, me temo, un sistema de juego a veces entregado al cabezazo de algún Alexanco. Y, sin embargo, hay una palabra mágica que se salva del matiz, que convoca la belleza nítida de las líneas clásicas, idealizada como un primer amor: Meyba.
Decir Meyba, en Barcelona, es hablar de la camiseta perfecta aún no manchada por la publicidad, cuando otros ya mancillaban sus colores (o sus no colores) con marcas de neveras o de leche. Es cierto que prefiero esos productos a las aerolíneas de países orientales con severos problemas en materia de derechos humanos, pero qué me dicen de los colores granate y azul sin interferencias. Eso era Meyba, que suena a maybe, quizás este año sí, o a maybe baby, como en una canción, la marca barcelonesa que vistió mi equipo en los ochenta.
Lo empezó a hacer justo el año que yo nací y la abandonó después de ganar la primera Copa de Europa, cuando yo calentaba la banda para en un par de años abandonar la niñez. Y por eso Meyba es mi Rosebud, la palabra con la que vienen recuerdos como “Schmidhuber ja passa un minut”, el comentarista pidiendo la hora tras el gol en la final de Wembley.
Pienso en esa Barcelona infantil, y en ese Barça ochentero (hay generaciones que descubrieron el fútbol con Messi, yo lo hice con Calderé), porque de nuevo encontraréis mucha camiseta Meyba por las calles de la ciudad y porque falleció hace unos días Terry Venables, ese entrenador inglés que escribía novelas de misterio. Y que nos dio una Liga tras un páramo de derrota y que nos llevó a mi mito fundacional culer: perdimos una final de Copa de Europa en Sevilla ante un equipo de un país que yo entonces, a los cinco años, no sabía ni ubicar en un mapa (la dábamos por ganada hasta el punto que enganché una pegatina de Campions en mi pupitre de P-5, que luego tuve que rascar durante días entre pucheros).
Meyba era una marca de kilómetro cero. Se les ocurrió a Joaquim Mestre y Josep Ballbé en los 40, un día que se pusieron a analizar los bañadores en una piscina municipal catalana. Aquello tenía ciertamente margen de mejora y fundaron la empresa.
Sus trajes de baño triunfaron en la Barceloneta, sus eslips los anunció Nadiuska y entraron en el deporte por la puerta grande vistiendo al Barça (y a otros equipos), en un fútbol (como la ciudad) menos globalizado, cuando doble pivote remitía más bien al lenguaje de una ferretería y falso nueve a un vecino un poco hipócrita.
Todo el encanto de ese fútbol ahora sólo existe en el de barrio. Meyba cerró en el 97 y reabrió en 2013. Y este año ha vuelto al fútbol catalán con una preciosa equipación para el Sant Andreu. Los culers, por otro lado, nos debatimos esta Navidad entre comprarnos la réplica Meyba del club (que no lleva el logotipo de la marca) o la reedición de Meyba (que no lleva estampado el escudo). Y, bueno, eso es un poco la nostalgia también: no poder replicar tal cual el pasado, pero ponerle parches a la memoria para intentarlo.
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