Conde del asalto

Señor Lobo: volver al peor antro de Barcelona que te hizo feliz

Este fin de semana Barcelona está llena de mercadillosRestaurantes de Barcelona con chiquiparks

Este fin de semana Barcelona está llena de mercadillos

Restaurantes de Barcelona con chiquiparks

La discoteca WOLF, antes Señor Lobo.

La discoteca WOLF, antes Señor Lobo. / Instagram

Miqui Otero

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Esto es una especie de versión metafísica, y sin Bertín Osborne, de la puerta envuelta en humo de 'Lluvia de estrellas'. Cuando atravesé este túnel oscuro por última vez, en 1997, tenía 16 años, una Vespa de lana llena de lamparones, un lío magnífico en la cabeza y sonaba 'Basket Case', de Green Day. Un pestañeo, y un cuarto de siglo después, recorro ese mismo túnel con curva, ahora iluminado en tonos malva, con un jersey negro de cuello vuelto, el móvil a mano por si la canguro me avisa de alguna catástrofe en casa y suena una canción de Helado Negro, un sofisticadísimo músico de Brooklyn de raíces ecuatorianas.

Y, sin embargo, yo sigo siendo yo y este es el mismo sitio, en la calle Almogàvers, 88. Antes, Señor Lobo. Ahora, WOLF

En el pasado del pasado había gozado de nombres tan sugerentes como Psicódromo o Lokotron, pero en 1996, dos años después de 'Pulp Fiction', abrió sus puertas como Señor Lobo. Un antro orgulloso de serlo, con una ambrosía de garrafón que arruinaría hígados del Olimpo, donde la expresión “evacuación de emergencia” se refería, a falta de protocolo de seguridad alguno, a un vómito apresurado por su ingesta. 

Era el Señor Lobo un lugar tenebroso para espíritus ingenuos. En horario de tarde, reunía a todos los guarros. Yo era un guarro. Ser un guarro a mediados de los noventa no tenía que ver con tu higiene. Era un “guarro” todo aquel que no era un “makinero”. Eso agrupaba a indies, grunges, hardcores, que tanto coqueteaban con el brit pop como hacían pogos con NOFX.

Todos ellos acababan en el Señor Lobo. Nadie puede negar que era lo que algunos horteras llaman “la universidad de la vida”. Tanto una academia de Oxford donde se enseñaba inglés (los adolescentes berreaban “quemechupeslapolla” con ese verso -now you do what they told ya- de Rage Against the Machine) como una escuela de diplomacia, donde se sofisticaban las tácticas de flirteo. “Tú: ¿quieres rollo?”, era la frase más escuchada, prólogo del magreo en el túnel oscuro, donde le dábamos a la sinhueso (voluntarioso morreo maratoniano de ojos abiertos y mirada hueca).

Leyendas urbanas

Abundaban las leyendas urbanas asociadas a la seguridad, pero sobre todo a la inseguridad, del local. Y, como todo club, tenía sus tradiciones, como cuando ponían la banda sonora de '9 semanas y media' y todas esas almas cándidas se desnudaban

El baño de hombres (es un decir) tenía una doble puerta batiente de cantina de wéstern, porque no era muy aconsejable un lugar donde se pudieran encerrar. Hoy, en cambio, leo en un rutilante neón mientras me alivio (o evacúo ordenadamente) “Wolves never sleep” y sé que la frase, más que con una vida de nocturno malditismo, tiene más que ver con el insomnio de padre de párvulos. El local ahora es saneado, luminoso, ordenado. Pero, claro, uno recuerda el otro: sucio, oscuro, caótico. Hay una metáfora de nuestras vidas ahí, pero discúlpenme porque tengo que rematar esta meada en morse.

El concierto de Helado Negro ha sido magnífico. Me dirijo al túnel de salida. Y recuerdo la frase de 'La divina comedia' cuando empieza a bajar: “En la mitad de la vida, con la senda derecha ya perdida”. Pero al final, al lado de la puerta, descubro lo único que no ha cambiado: una estantería donde hay que dejar los cascos de cerveza (una idea magnífica: era imposible, cuando volvías a entrar, saber cuál era la tuya). Dejo la mía medio llena, por si mi yo de 16 años entra dentro de un rato o de un cuarto de siglo.

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