Conde del asalto
Wabol: el fútbol donde correr es de cobardes, por Miqui Otero
Sant Andreu acoge un partido de exhibición de fútbol caminando. Está prohibido correr
Miqui Otero
Escritor
Podría haberlo dicho yo a punto de perder cualquier autobús, pero en realidad lo soltó Carles Rexach hace décadas: «Correr es de cobardes». Así que, aunque llegamos algo tarde, y hemos dejado el coche en una plaza sospechosa, no queremos conceder un trote: apuramos la marcha para alcanzar la puerta del Narcís Sala con ese gesto de agujetas eternas de Fermín Cacho. Hoy en el estadio de la Unió Esportiva Sant Andreu se celebra un partido de exhibición de Wabol (abreviatura de walking ball, fútbol caminando, prohibido correr) con leyendas del club, del Barça y del Espanyol (la idea es que quien quiera se apunte a jugar los miércoles y viernes). Bajo un sol magnífico, hay quien se dirige al césped con la camiseta de la 'senyera' santdreuenca y con una faria en la mano y el aire no puede oler mejor: una sinfonía perfecta de frankfurt, cerveza, oliva y Reflex. La felicidad es un domingo en un campo de fútbol de barrio.
Este es el templo de Calderé: mi primer ídolo infantil era un futbolista calvo y con bigote, lo cual da pistas de mi edad. De hecho, la iniciativa está concebida para mayores de 50 años y cuando le pregunto a uno de los organizadores, el tipo (amabilísimo y buen anfitrión) me dice que si quiero me da una camiseta para que salte al césped (¡pero si me faltan ocho años!).
Por suerte, un trío de mujeres que ven el partido desde la barandilla a pie de campo compensan el asunto. «¿Conoces a Archibald?», me dicen, en lo que yo interpreto como que me ven muy joven para conocer a un jugador culé de mediados de los ochenta. Pero vaya si lo conozco (otro ídolo), aunque hoy hace las funciones de árbitro. De árbitro-jugador, porque además de pitar conduce y aclara el juego al primer toque. Aquí hay un colegiado-jugador, el juego es mixto (participan grandes exjugadoras del Barça femenino) y ningún hincha protestará porque un extremo no corra. De hecho, tirar desmarques es una quimera y sudar la camiseta, un sacrilegio. «¡Àrbitre, que està corrent, anul.la!», grita uno desde el público. Algunos jugadores van con tejanos y gafas de sol y uno de ellos se estampa de bruces tras caminar la línea de cal.
Y hay belleza, y no solo cómica, en esta modalidad de balompié. Primero, por lo que tiene de inclusiva, de género y edad. Segundo, porque en un mundo hiperacelerado, de algoritmos y 'big data' (los equipos ya fichan a jugadores por sus pulsaciones por minuto o los kilómetros que hacen en diez minutos), es bonito que el talento o el gozo se democratice y tenga que ver con el gesto mínimo.
Pero es que además las cosas a cámara lenta son bonitas. Lo puede ser un vídeo de un refresco que se abre, una carrera de cien metros, una chica que se pone una coleta o incluso un tartazo en la cara de un cretino. También un fútbol que no entiende de grandes cifras y gladiadores modernos, sino de cercanía, gestos, chistes y calidad humana e incluso técnica. Si pudiera, decido ahí mismo, ¡no correría nunca más!
Se comenta en el estadio que fuera hay un coche mal estacionado. Cuando dicen el modelo, ni me pongo la parka: salgo escopeteado y corro y corro para rescatar a mi auto. Correr será de cobardes, pero pagar un rescate de grúa te deja cara de tonto. Me siento, arranco y pongo una canción. Es 'You’ll never walk alone', el himno oficioso del Liverpool: «Aunque tus sueños se rompan en pedazos / camina con esperanza en tu corazón. / Y nunca caminarás solo, / nunca caminarás solo». El fútbol puede ser caminar y, sobre todo, no dejar a nadie atrás, a nadie solo.
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