Teatro
'Aquí. De Santander a NY': 'Lost in Grand Central Station'
Tres intérpretes ponen voz y movimiento al monólogo interior de una mujer destruida. La dramaturga Queralt Riera juega fuerte en la Sala Atrium
José Carlos Sorribes
Periodista
Tres actrices para un personaje. Dos actos. Y un solo escenario (real o imaginado). Marchando la nota telegráfica de 'Aquí', subtitulado 'De Santander a NY', el monólogo a tres voces que ha escrito y dirigido Queralt Riera y que han puesto en pie en la Sala Atrium Annabel Castan, Patrícia Mendoza y Núria Tomás. Miradas y voces de mujer para un viaje a un estado mental repleto de recovecos, fragilidades, miedos y también desatada locura.
Nada frena a la directora y dramaturga ni a sus intérpretes en un montaje que es una buena carta de presentación de una autora de escritura y vuelo poco habituales. Y es que 'Aquí' quiere ir muy allá. La trama, por así decirlo, presenta a una novia que aparece en la estación de Grand Central de Nueva York huyendo del macabro banquete de su boda en Cantabria. Se saldó con inesperado asesinato del novio, un tipo mafioso que le había prometido un mundo de ensueño. De ahí lo del subtítulo, 'De Santander a NY'.
Así nos explican esas tres voces que, aún vestida de novia y manchada de sangre, cogió un avión que la llevó a uno de los espacios más emblemáticos de la gran manzana: la estación de tren, que también lo fue de películas como 'Con la muerte en los talones' o 'Los intocables de Eliot Ness'. Allí ha aterrizado, totalmente perdida y con poco más que los cacahuetes que le han dado en el avión. Quien espere, en definitiva, mucho realismo en el texto y la puesta en escena anda ciertamente equivocado.
Sí acertarán aquellos espectadores atentos a nuevas miradas, a una escritura teatral fuera de carriles convencionales. Es fragmentada, nerviosa y con una evidente musicalidad de aliento poético. Todo un reto para tres actrices que se multiplican en un trabajo nada naturalista, y por momentos coreográfico. Ponen voz al descenso imparable de una mujer, Liz, que nos extiende todos sus pliegues emocionales. Primero, despertando incluso la risa, pero pronto con un poso muy amargo. Todo con la idea de transmitir un estado mental.
Castan despliega una vez más su solvencia, fuera de su marco habitual de la compañía Les Antonietes, y Mendoza también juega con acierto en una propuesta que pide trabajos desacomplejados. También lo es el de la debutante Núria Tomás, que no pierde paso respecto a dos compañeras más experimentadas. La tres perfilan un dibujo poliédrico de una mujer cuesta abajo. El montaje, que pierde foco y se dispersa en el segundo acto, despierta, eso sí, el interés por seguir futuros trabajos de Queralt Riera.
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