CINE
Crear hasta morir
La última película que el polaco Andrzej Wajda dirigió antes de fallecer es un tributo a los artistas perseguidos por los tiranos
Siempre que un artista representa de algún modo a otro -a través de un libro, una pintura, una película- es tentador asumir que en el proceso también está hablando de sí mismo. En el caso del gran Andrzej Wajda, y de la última película que hizo antes de fallecer hace solo unos meses a los 90 años, la tentación es especialmente difícil de evitar. En 'Afterimage', el polaco retrata a su compatriota el pintor Władysław Strzemiński, que a principios del siglo XX destacó como líder de varios movimientos de vanguardia y que se convirtió en mártir de la ortodoxia estalinista después de que Polonia quedara bajo dominio de la URSS tras la segunda guerra mundial.
Lo que a primera vista parece ser el homenaje de un artista disidente a otro, en realidad funciona más bien a modo de contrahistoria de la propia carrera de Wajda. Aunque el director sufrió frecuentes censuras por hablar de las injusticias del comunismo y del surgimiento del movimiento Solidaridad en películas como 'El hombre de mármol' (1977) y 'El hombre de hierro' (1981), su reputación como artista popular y su creciente audiencia internacional le permitieron librarse del tipo de persecución que Strzemiński sí experimentó.
La película se concentra en los cuatro últimos años de la vida del pintor, entre 1948 y 1952, que arrancan con su rechazo a la represión del arte abstracto por parte del régimen y su negativa a poner su arte al servicio de la propaganda. Lo que sigue es la crónica de un lento y agonizante castigo burocrático. Wajda nos muestra cómo Strzemiński es desterrado de las esferas intelectuales y obligado a ver cómo sus pinturas son suprimidas de los museos y galerías e incluso destruidas. Lo vemos perder su dinero, su pan de cada día y su dignidad a manos de un gobierno que en su día lo había apoyado. Pero lo que no pierde jamás es su rebeldía.
UN ENEMIGO RECURRENTE
Mientras reivindica a todas las mentes creativas que pagaron un alto precio por enfrentarse a los tiranos, y por mucho que Afterimage pueda interpretarse como una alegoría del autoritarismo que asola a la Polonia contemporánea, en realidad Wajda no hace sino volver a disparar contra su más recurrente enemigo. Por otra parte, Stalin asesinó a su padre, así que es comprensible que hasta el final de sus días lo tuviera entre ceja y ceja. Y aunque resulte extraño que para defender lo abstracto y la vanguardia recurra a un relato tan lineal y tan clásico, eso no le resta a su indignación un ápice de mordiente. Quizá Afterimage no sea uno de los momentos cumbres de la ilustre carrera de su autor, pero a modo de colofón resulta más que apropiado.
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