Feijóo y la 'domesticación' de Vox, por Ernesto Ekaizer

El pacto de legislatura PP-Vox en Castilla y León, al cual ha dado luz verde el próximo presidente del PP, se convertirá en un ensayo general -previo a Andalucía- de un gobierno nacional de coalición de la derecha

El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, en una rueda de prensa tras la reunión del Consello de la Xunta de Galicia, en la Delegación Territorial de la Xunta de Galicia, a 3 de marzo de 2022, en Ourense, Galicia (España).

El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, en una rueda de prensa tras la reunión del Consello de la Xunta de Galicia, en la Delegación Territorial de la Xunta de Galicia, a 3 de marzo de 2022, en Ourense, Galicia (España). / Rosa Veiga - Europa Press

Ernesto Ekaizer

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Las elecciones de Castilla y León debían ser, según el plan de Pablo Casado, el punto de partida de 'su' ofensiva para llegar al Palacio de la Moncloa a caballo de varias victorias electorales autonómicas -la anticipación en Andalucía vendría a continuación-; un plan en el que el primero de sus objetivos -gobernar cómodamente en solitario en tierras castellanoleonesas- fracasó, y en el que, a continuación, acometer la separación de Isabel Díaz Ayuso, le condujo a su suicidio político. 

Pero mira por dónde, puede que para Alberto Nuñez Feijóo no haya mal que por bien no venga. El nuevo líder en ciernes del Partido Popular se ha estrenado en la sombra -será ungido en el congreso extraordinario del 2 y 3 de abril en Sevilla- y en la niebla de guerra de la invasión rusa y la guerra de Ucrania, al dar la luz verde al primer gobierno de coalición en regla -aparte de la experiencia sin brillo de Murcia- con un pacto de legislatura por todo lo alto en Castilla y León. 

Ya desde el minuto uno de la gran elección de Vox -pasó de 1 a 13 procuradores en las Cortes de CyL, zampándose a Ciudadanos- el partido de Santiago Abascal expresó su voluntad de entrar en el gobierno. Parece una perogrullada. Y, sin embargo, no lo es. Vox tiene vocación de poder.  

Una de las razones por las cuáles, a diferencia de otros países como Alemania y Francia, por ejemplo, no es posible acordar entre las fuerzas democráticas el levantamiento de un cordón sanitario frente a Vox, es porque este partido no es una criatura extraña ajena a la política española. Vox formaba parte del PP y su crecimiento ha sido el producto de la crisis del PP.  

Neutralizar sus rasgos

Tanto hablar de que la corrupción no pasa factura a un PP acolchado con una gruesa capa de teflón y resulta que dos partidos se han alimentado del PP (Ciudadanos y Vox) y que la primera moción de censura triunfante en el Congreso de los Diputados se cargó a Mariano Rajoy con la sentencia del 'caso Gürtel'. 

La apuesta del PP -a la que José María Aznar ha hecho más de una referencia genérica- es aprovechar lo que falta de legislatura para “reunificarse”. En términos más concretos: domesticar a Vox. Utilizar su ansia de poder para institucionalizarle, neutralizando sus rasgos de partido extraparlamentario. 

El partido de Abascal tiene un peso en la política española mucho mayor a los 52 diputados que se sientan en los escaños del Congreso de los Diputados. Porque, por ejemplo, según establece el artículo 32 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, los recursos de inconstitucional los pueden interponer el presidente del Gobierno, el Defensor del Pueblo, los Gobiernos o Parlamentos autonómicos -contra normas que puedan afectar a su propio ámbito de autonomía- y 50 diputados o 50 senadores. 

Su estrategia, pues, ha sido aprovechar la dinámica judicial existente –judicialización de la política y politización de la justicia- para censurar al Gobierno de Pedro Sánchez, arrebatando al PP el papel de perro guardián. 

El planteamiento del PP, por otra parte, apunta a la experiencia del PSOE y Unidas Podemos. Si Pedro Sánchez ha 'descomunistizado' a UP, ¿por qué el PP no puede 'desfascistizar' a Vox? 

Feijóo no tiene complejos

La poción, pues, es el gobierno, el poder. La domesticación de Vox pasaría por gobernar

Feijóo no tiene complejos, como acaba de probar en Castilla y León. 

Lo que no significa que el nuevo líder irá en línea recta siempre a estribor. Por ejemplo: ¿va a aceptar en el mes de abril la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) a la que Casado se ha aferrado?  

No es descartable. En todo caso, se puede como muy probable la renovación del Tribunal Constitucional, donde hay que cubrir cuatro vacantes (dos por el Gobierno y dos por el CGPJ) o quizá cinco, si se computa el del magistrado Alfredo Montoya por enfermedad, a finales de junio. 

Si se renueva el CGPJ, este nombrará los dos magistrados, uno del sector llamado conservador y otro del progresista. Pero si no hay renovación, hay dos alternativas para cubrir las vacantes apuntadas.  

Una es que el TC declare inconstitucional la modificación de la ley orgánica que prohíbe desde abril de 2021 hacer nombramientos al CGPJ caducado--admitiendo parcialmente los recursos del PP y de Vox- facilitando así los nombramientos de los magistrados para el TC por parte del CGPJ. 

Y la otra, como último recurso, sería una enmienda legal de la ley orgánica por parte del Gobierno que permita al CGPJ caducado hacer los nombramientos. 

Recapitulando: el ascenso de Feijóo ha metido miedo en el cuerpo en el PSOE. En Castilla y León, los socialistas podían haber optado por reeditar lo que el PSOE hizo en octubre de 2016, esto es, abstenerse. 

Pero, claro, antes el PSOE se cargó a Pedro Sánchez y su “no es no”. 

Y, ahora, consciente de la fuerza menguante de Unidas Podemos y las dificultades del proyecto de Yolanda Díaz, Sánchez prefiere ir hacia un duelo con PP y Vox.  

O yo… o Vox.

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