El estratega aconseja, pero el líder decide

Las series norteamericanas de intriga política han alicatado en el imaginario colectivo la figura del asesor áulico que se mueve entre bambalinas pegado a un teléfono móvil y susurra instrucciones al líder. En España, desde los tiempos de la Transición, a este personaje se le colocó la peyorativa etiqueta de "fontanero” y bajo esa denominación ha tenido diversas expresiones en función de la relación que ha mantenido con el poder. No manejaron los mismos hilos, ni con la misma autoridad, Julio Feo en la Moncloa de Felipe González que Pedro Arriola en la de José María Aznar o José Enrique Serrano en la de José Luís Rodríguez Zapatero.

Tan pronto accedió a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez nombró a Iván Redondo jefe de Gabinete, un gesto que fue interpretado como señal del poder que el líder quería conferir al consejero que le había acompañado en su regreso a la primera línea de la política. Desde entonces, su figura ha estado envuelta en la controversia. “Es cuestionable que un asesor político asuma un cargo público. Debería ser un consultor externo que orienta e indica, pero no toma decisiones. Cuando el asesor se convierte en jefe de Gabinete, pierde independencia”, opina el especialista en marketing político Jorge Santiago.

Redondo y Rodríguez

La influencia que Redondo ejerce sobre Sánchez o Miguel Ángel Rodríguez sobre Isabel Díaz Ayuso, quien también le nombró jefe de Gabinete cuando llegó a la presidencia de la Comunidad de Madrid, constituye uno de los territorios más intrigantes de la vida política española. ¿Cuánto de lo que hacen y dicen los líderes responde a las estrategias que diseñan sus asesores? ¿Les consultan tanto como se cuenta? “Redondo tiene más poder que sus predecesores, pero no creo que lo controle todo, ni que se le pueda culpar de todo lo que pasa. A Miguel Ángel Rodríguez le ocurre lo mismo: no tiene tanto poder como se le supone. Al final, la decisión última la toma su jefa, que fue quien le contrató”, valora la politóloga Cristina Monge.

De similar opinión es la profesora de Ciencia Política Paloma Román, quien sostiene que la figura del “cerebro gris que mueve los hilos” está demasiado adornada de misticismo. “La estrategia ha sido siempre la columna vertebral de la política. Ahora estamos perplejos por estos giros de guión constantes, pero siempre ha habido ‘fontaneros’. Sin fontanería, la política no funciona”, afirma esta analista.

Cristina Monge: "Los equipos de asesores ahora los forman comunicadores, estrategas digitales y ‘community managers’".

La novedad es que las decisiones de los partidos las toman ahora grupos de personas más reducidos y sus perfiles profesionales han cambiado. En el pasado, el equipo que rodeaba al líder estaba compuesto por juristas, sociólogos, filósofos y politólogos. “Ahora lo forman comunicadores, estrategas digitales y ‘community managers’. Están acostumbrados a ver muchas series de Netflix y son especialistas en hacer que ocurra algo en cada capítulo para que el espectador mantenga la atención”, expone Monge. Abundando en esta observación, el sociólogo Ignacio Sánchez Cuenca cree que los dircoms (directores de comunicación) han adquirido demasiado protagonismo y someten a los líderes a “una tiranía brutal”. “Les obligan a reaccionar en tiempo real a todo lo que sucede en el debate público, en las tertulias, en las redes… La consecuencia es ver a veces a los políticos actuando como pollos sin cabeza”, subraya el experto.

Problemas de liderazgo

El catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Murcia Fernando Jiménez Sánchez coincide con el resto de analistas en que, aunque el ‘cerebro’ de las estrategias sean los ‘spin doctors’, la responsabilidad última es del político, y en ese terreno también detecta fragilidades. “Hay un problema de liderazgo. Sólo se piensa en el corto plazo y en llegar al poder, pero no hay proyecto de sociedad ni del país que queremos de aquí a 20 años. El gran drama de la política española es la falta de un liderazgo responsable”. Y llama la atención sobre un aspecto clave: ¿para qué se quiere el poder? “La estrategia está bien si sabes poner límites, porque todo tiene consecuencias”, advierte.

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