EL TABLERO CATALÁN

La Generalitat acudirá a la mesa el 26-F en plena guerra interna

La mesa de diálogo sobre Catalunya será el 26 de febrero

La mesa de diálogo sobre Catalunya será el 26 de febrero. En la foto, Pedro Sánchez y Quim Torra, en su último encuentro en la Generalitat. / periodico

X. Barrena / F.Masreal / I.Mármol /J.Ruiz Sierra

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ya hay fecha para la primera reunión entre gobiernos. Será el miércoles 26. El mero hecho de establecerla ha costado lo suficiente como para entender la complejidad que rodeará está negociación de la que, además, nadie espera ningún resultado a corto plazo. La parte catalana, por si fuera poco, acudirá con un extraño paisaje de fondo: profunda división entre JxCat y ERC, en el campo de las formas y las lealtades, pero sin embargo, coincidencia en el fondo, la exigencia de la amnistía de los presos y de la auodeterminación.

Concertar la cita fue un episodio delirante y rocambolesco.  Torra envió a primera hora de ayer una carta a Pedro Sánchez en la que manifestaba que no podía acudir el lunes 24, como el Gobierno había propuesto, por motivos de agenda de «carácter personal». Ofrecía cinco alternativas para ese encuentro. El presidente respondió con otra misiva, en la que aceptaba la fechas del 26. La carta llegó a los medios de comunicación pero tardó tres horas en «llegar» a Palau.

Lo alambicado como síntoma

El alambicado proceso de elección de día de la cita revela la enorme tensión que rodea al encuentro. Tensión entre JxCat y Sánchez, pero también entre los posconvergentes y ERC. Muestra de ello es la reunión que mantenida en el Palau de la Generalitat Torra y el ‘vicepresident’, Pere Aragonès, con Elsa Artadi y Sergi Sabrià de testigos, durante la mañana, que terminó con «desencuentro», según algunas fuentes. Allí los posconvergentes reprocharon con ironia a Aragonés que el miércoles calificara de !detallitos» la polémica del mediador. El choque de ayer da continuidad, por ejemplo, al que se vivió en la cumbre independentistas (partidos y entidades) del lunes en la que ambas fuerzas fueron a la greña por la filtración de la celebración del cónclave. Por todo ello, está todavía por definir la composición de la parte catalana en la mesa.

 Son variopintos los motivos de reproche entre unos y otros. El más reciente es que los republicanos y el PSOE acordaran poner una fecha para obligar a Torra a salir de la madriguera en la que se había pertrechado, según ambas fuerzas progresistas, aventando la figura del mediador para dilatar el inicio de la mesa de negociación. Esta maniobra fue entendida por Torra como una nueva deslealtad y, por ERC, casi como un recurso para evitar que la mesa de negociación entre gobiernos sobre el conflicto catalán se fuera al traste. Uno de los  implicados en las negociaciones de estas últimas horas, por JxCat, resume la posición posconvergente: «Lo sucedido ayer es para echar a ERC del Govern. De nuevo». Esa reiteración remite al episodio de la acta de diputado de el ‘president’, claro está.

Momento cero

 Porque en ese episodio se halla el momento cero de la última crisis.  Pero al tiempo que ocurre todo esto, también hay unidad estratégica. En la misiva en la que Torra ofrece cinco fechas alternativas al lunes (inhábil por motivos personales del ‘president’) se anuncian los contenidos que la Generalitat propone: la exigencia de un mediador internacional, el reconocimiento del ejercicio de autodeterminación y la petición de amnistía para los presos.  

A todo esto, Sánchez aseguró desde Bruselas que acudirá «con el mejor de los espíritus, la mejor de las disposiciones y con una voluntad de transparencia absoluta» aunque entiende que Quim Torra «tenga sus dificultades y a lo mejor no le guste el formato de la reunión», informa Silvia Martínez.  Antes, en la misiva de respuesta a Torra, el jefe del Ejecutivo había señalado que mantiene el compromiso de «recomenzar» el diálogo «en el momento en el que los caminos se separaron y las razones dejaron de escucharse». El ‘president’ no quiere aparecer como el que frena el frágil diálogo.