DESDE MADRID

La tregua de febrero

Quim Torra recibe a Pedro Sánchez a las puertas del Palacio de la Generalitat, el jueves.

Quim Torra recibe a Pedro Sánchez a las puertas del Palacio de la Generalitat, el jueves. / periodico

José Antonio Zarzalejos

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El 74% de los catalanes consultados por Metroscopia en un sondeo exprés cerrado la noche de este jueves consideraba que la celebración del encuentro entre Quim Torra y Pedro Sánchez era una "buena noticia", pero el 66% de los preguntados estimaba que "la reunión no servirá para una mejora efectiva de la situación". Es coherente -aunque no lo parezca- opinar positivamente sobre la entrevista entre ambos dirigentes y, al mismo tiempo, atribuirle un valor relativo en términos de solución a la crisis política. Los propios entornos de los interlocutores  mantienen en privado que la reunión de los presidentes de la Generalitat y del Gobierno ha tenido un efecto de distensión con un significado limitado pero importante: se trata de una tregua en las hostilidades entre Barcelona y Madrid.

Desde Clausewitz ("la guerra es la continuación de la política por otros medios") hasta Foucault ("la política es la continuación de la guerra por otros medios"), el belicismo ha prestado metáforas a la acción pública y una es la de la tregua que consiste en la suspensión temporal de un enfrentamiento. En ocasiones desde una tregua se ha llegado a la paz, pero por lo común solo representan paréntesis necesarios para impedir que, en el ámbito político, se forme una espiral que descontrole por completo la situación. Y eso es lo que ha ocurrido con el "reencuentro" de Torra y Sánchez.  

La semana pasada el pacto entre el PSOE y ERC para poner en marcha una mesa de diálogo, sin condiciones temáticas, entre gobiernos, de igual a igual, con calendario y garantías de cumplimiento y el compromiso de una consulta en Catalunya sobre el contenido de los acuerdos a que se pueda llegar, entró en crisis cuando Torra, tras ser desposeído del acta de diputadoanunció, sin fecha, convocatoria adelantada de elecciones.

En el secesionismo, unos siguen con la prisa y otros quieren más tiempo para "ensanchar la base popular" y superar el 50% de voto popular 

El apuro se salvó in extremis cuando Gabriel Rufián advirtió a Sánchez de que la puesta en marcha de la interlocución intergubernamental formaba parte de su campaña electoral y que cualquier dilación implicaba que los Presupuestos y la propia legislatura entraban en una zona de máxima turbulencia. Cuando Sánchez percibió el riesgo que esa advertencia conllevaba para la estabilidad de su Gabinete, rectificó, mantuvo la entrevista con el presidente de la Generalitat y ordenó enjaretar en la Moncloa una "agenda de reencuentro" formateada en 44 medias de corte netamente autonómico, a sabiendas de que Torra, aunque no las rechazaría, seguiría planteando el debate del derecho de autodeterminación, la amnistía de los presos y, además, y de nuevo, el mediador

Dar oxígeno a ERC

Sin embargo, aun siendo conscientes ambos políticos de que sus sintonías eran y son radicalmente distintas -soberanista la del catalán, autonomista la del madrileño- a los dos convenía mantener las formas, relajar el ambiente y dar oxígeno al socio común que es ERC, el eslabón central de las tres piezas que juegan en este precario escenario. Sánchez no ha pisado líneas rojas; Torra no se ha apeado de sus reivindicaciones (inasumibles para el Gobierno de España) y todos, aunque no lo expresen, quedan a la espera de una negociación futura -que será la real-, que pasa por dos hipótesis verosímiles: que los republicanos contribuyan a la aprobación de unos Presupuestos que ofrecerían al Gobierno de Sánchez al menos 24 meses de estabilidad, y, en contraprestación, que la política catalana del Ejecutivo de coalición ayude a ERC a vencer en las próximas elecciones, ahora de fecha muy incierta.

Lo que ha ofrecido Sánchez en su "agenda para el reencuentro" es una suma genérica de las reivindicaciones autonómicas ya planteadas por los expresidentes Artur Mas Carles Puigdemont. Además de esa oferta, el recibimiento que Torra dispensó al presidente del Gobierno, intencionadamente enfático y pretencioso (corrosivo para Sánchez más allá del Ebro), y la tranquilidad en las calles de Barcelona mientras ha durado su estancia (anduve la ciudad y se palpaba la normalidad), arrojan un resultado, quizá breve pero efectivo, de relajación de la alta tensión arterial que podía haber derivado en un accidente cardiovascular del sistema político si colapsaba el delicadísimo pacto de la izquierda española con la izquierda soberanista catalana y el nacionalismo vasco en sus dos versiones, PNV (ansioso por el inicio de los trámites presupuestarios) y EH Bildu.

En palabras de una dirigente de ERC, "la república catalana será, no el año que viene, pero está en el horizonte". En el independentismo hay una comunidad de propósitos pero discrepancia en los ritmos. Torra representa a los que vienen teniendo prisa por la secesión, y no han dejado de tenerla pese al fracaso del 'procés', y Oriol Junqueras, a los que la tuvieron en octubre del 2017, pero han comprendido que hay que "ensanchar la base electoral para lograr la soberanía" implementando una política gradual, en la confianza de que el transcurso del tiempo, con la incorporación al electorado de sucesivas generaciones, ya ahormadas en el "conflicto", el actual 47% secesionista alcance un holgado 55%. Mientras, aducen los "pragmáticos", no hay que incurrir en "esterilidades", sino optimizar las posibilidades autonómicas para llegar en mejores condiciones a la ruptura.

Otros frentes graves

Cuando Sánchez se afanaba en asegurar que el Gobierno pasará de las palabras a los hechos en Catalunya, las autonomías (socialistas y populares) reclaman con urgencia este viernes en el Consejo de Política Fiscal 2.500 millones de euros por el <strong>IVA</strong> del último trimestre del 2017. Cuidado con el síndrome obsesivo-compulsivo sobre la cuestión catalana. El Gobierno tiene varios frentes abiertos. Y todos graves. No vaya a ser que la judicialización que se quiere evitar en Catalunya prolifere desde otras latitudes políticas y territoriales. Lograr una tregua aquí y abrir otras hostilidades es un ejercicio de suma cero.