LA RESACA ELECTORAL

¿Cierre por derribo en el PP?

El líder del PP, Pablo Casado, arropado por el expresidente José María Aznar, en la convención nacional del partido, el pasado enero.

El líder del PP, Pablo Casado, arropado por el expresidente José María Aznar, en la convención nacional del partido, el pasado enero. / periodico

Gemma Robles

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Pablo Casado ha subido veloz a los andamios de la estrategia. Apenas les queda tiempo antes de otra cita con las urnas, el 26-M. Le urge apuntalar un proyecto político que amenaza con el derrumbe: tiene aviso de fuertes vientos a la diestra (Vox) e, incluso, de un huracán que asoma con desparpajo por el centro-derecha (Ciudadanos). Quien hace tan sólo unos meses sorprendía admitiendo "cosas en común" con Santiago Abascal, repudia ahora a la "ultraderecha" y busca con urgencia las escrituras del centrismo, para proclamar que es suyo y no de Albert Rivera. ¿Ha pecado Casado de exceso de autoconfianza? Ahí está el resultado del 28-A. Llegó a ofrecer a los voxistas entrar en su Ejecutivo si les daban los números y habló de "no pisarse la manguera" entre 'bomberos' condenados a entenderse y cooperar. Admitió con gusto que repitiría sin problemas el modelo de colaboración firmado en Andalucía, esto es, convirtió a los adversarios en protagonistas. En Iguales, dilapidando su ventaja. Los veteranos más moderados, arrinconados en esta etapa casadista, se echaban las manos a la cabeza.  Aún así... ¿la división de la derecha es su responsabilidad? No o no únicamente.

Los comicios de marzo de 2004, celebrados 72 horas después del 11-M, los perdió un poco el candidato Mariano Rajoy y un mucho quien lo eligió como sucesor a dedazo limpio, José María Aznar. Fue éste quien, desde Moncloa, difundió que ETA estaba tras los brutales ataques para evitar, a toda costa, que se ligase lo sucedido a la impopular intervención en Irak. Fue él también el que convirtió el homenaje que se le organizó ese mismo año, en la madrileña plaza de Vista Alegre, en una acongojante exhibición de ira masiva por la victoria del PSOE. Comenzó la siembra. 

Rajoy se desorientó en la oposición. Autorizó un sinfín de manifestaciones en la calle contra ZP: por su política antiterrorista, por su ley de matrimonio homosexual, por su legislación sobre aborto. Aquel rumbo oscuro, heredero de lo peor del aznarismo, condujo a otra derrota en el 2008 y a que el ala más consevadora del PP, se creciera. Hubo movimientos subterráneos para abrir el paso a la lideresa Esperanza Aguirre. Y a sus fieles y seguidores, entre los que estaba un tal... Abascal, que la admiraba. Pero Rajoy aguantó y convocó el Congreso de Valencia de junio de 2008: entendió que debía volver al centro si quería seducir a mayorías. El centro que, curiosamente, Aznar había sabido olfatear con éxito antes de vencer en su examen electoral del 96. Un buen puñado de dirigentes abandonó tras el cónclave valenciano, el mismo en que se confirmó a Luis Barcenas como tesorero del PP y en que el expresidente negó el saludo a su heredero públicamente. Fue el primer zarpazo público, no el último. 

Las enmiendas de Abascal

"Valencia marcó el rumbo. Recuperamos plenamente la centralidad y empezamos a ganar votaciones en Congreso y Senado [...]", rememora Rajoy en su libro 'En Confianza', de Planeta. "Todavía durante bastantes meses, se mantuvieron por un sector del partido y por importantes medios reticencias sobre nuestra estrategia y mi liderazgo [...]", añade. Cierto. Hubo periódicos que le declararon la guerra. El perodista Federico Jiménez Losantos se convirtió para algunos populares en un gurú. Para otros, en una pesadilla. Nacieron entonces términos como "maricomplejines" o latiguillos como el de "la derechita cobarde", actualmente reciclado por el líder de Vox, que admite que el congreso de Valencia también fue fundamental para él: presentó allí enmiendas que ya olían a derecha extrema. "En el año 2008 solo fuimos un puñado de locos los que nos enfrentamos al aparato del partido y presentamos una enmienda a la totalidad [...]", señala Abascal en 'España vertebrada'. Terminó marchándose primero a trabajar con Aguirre y, después, con los ultras.

En el 2011 Rajoy logró ganar. No tardó en darse de bruces con la crisis en Catalunya. La minusvaloró en la oposición, con su recurso al Estatut, e hizo lo mismo desde el Gobierno. Osciló entre los tribunales y la tecnocracia más anodina, sin pasar por hacer política. La operación diálogo de Soraya Sáenz de Santamaría fracasó. Llegó el 1-O como hermano mayor del 9-N y se puso en marcha el 155. La postura del PP defraudó a tirios y troyanos. Ciutadans, de la mano de Rivera, vio una bandera que agitar en el espacio libre que dejaban los populares. Apostó y reconvirtió su proyecto en otro con aspiraciones nacionales. Surgió Ciudadanos, que poco a poco fue enseñando el colmillo y se convirtió en la formación más votada en las últimas catalanas de 2017. El PP entró en pánico en ese momento y empezó a esforzarse por capear el temporal. Sin embargo, cuando menos lo esperaba tuvo que hacer frente a un tsunami: la corrupción. Primera sentencia condenatoria de la trama Gürtel. Moción de censura y cataclismo en el PP. Casado sustituyó a Rajoy. 

Antes de marcharse, según ha relatado recientemente el socialista Pedro Sánchez en El País, el dirigente gallego ya hablaba en la intimidad de lo que le preocupa Vox. Lo que le inquietaba el ciclón naranja era evidente. Los voxistas eran conocidos en Madrid, pero pasaban desapercibidos en el resto de España. Hasta que llegó al explosión de Vista Alegre, el acto de octubre de 2018 en el que marcaron el inicio de su "reconquista",  a continuación, su entrada en la política española por la puerta de Andalucía. Han crecido con mensajes ultras, alusivos a la inmigración, la mujer y Catalunya. Más de una decena de escaños en el parlamento regional. Casado, ya a las riendas del PP, no ha sabido frenarlos en sus diez meses como líder. Tampoco a Rivera. De hecho les ha dado bríos y cedido grandes espacios. Tantos que se ha quedado en 66 escaños el 28-A con Cs pisándole los talones (54 parlamentarios) y a punto de pasarle. Ha puesto en riesgo su partido y sí mismo. Ahora busca el centro con ansiedad. A ver si lo encuentra.