DESDE MADRID

Aznar y el autosabotaje de la izquierda

José María Aznar, durante su comparecencia en la comisión de investigación sobre la 'caja b' del PP

José María Aznar, durante su comparecencia en la comisión de investigación sobre la 'caja b' del PP / periodico

José Antonio Zarzalejos

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Mark Lilla en su imprescindible ensayo 'El regreso liberal' atribuye a determinadas políticas y actitudes progresistas la elección de Donald Trump como presidente de los EE.UU. y destaca el dominio del liberalismo izquierdista en la práctica del “autosabotaje”. Por su parte, otro liberal de referencia, John Gray, expresa en 'Letras Libres' (septiembre 2018) su temor por la fragilidad del centro político en los sistemas occidentales y constata que “muchas personas de nuestra sociedad están muy descontentas, quizás la mayoría”, por lo que deduce que votarán a opciones extremas.

Sin embargo, hay izquierdas –entre ellas la española de Pedro Sánchez y el populismo de Pablo Iglesias- que parecen vivir ajenas a los nuevos contextos políticos y sociales internacionales y a los discursos de una derecha que no admite ya la superioridad moral del progresismo en el que se han colado algunos nacionalismos insomnes como el catalán que ha construido la gran manipulación del proceso soberanista.

Sólo algunos lúcidos ideólogos de la izquierda están advirtiendo de estos fenómenos que golpean también a la sociedad española. Acaba de hacerlo el histórico Nicolás Sartorius con un libro titulado 'La manipulación del lenguaje' y subtitulado expresivamente 'Breve diccionario de los engaños', editado por Espasa y que mercería una amplia reseña.

El ejemplo de que en nuestro país los partidos de izquierda y sus líderes  siguen militando en la altivez de sus valores frente a la, para ellos, rasante ética de la derecha y su inferioridad cívica y democrática, lo depara el tratamiento político y mediático generalizado a la comparecencia de José María Aznar en la comisión de investigación del Congreso que indaga (es un decir) la financiación irregular del PP.

A la cita parlamentaria acudió el expresidente con la baza de no haber sido imputado en ningún procedimiento y ni siquiera llamado como testigo en los muchos que se tramitan. Sus adversarios e interrogadores contaban con otra no menor: los hechos que se investigan judicialmente –ya sentenciado algún caso- se produjeron en parte durante los años en los que Aznar fue presidente del PP y del Gobierno.

Sin embargo, la izquierda –siguiendo la feliz expresión de Mark Lilla- se autosaboteó en el Congreso el pasado martes porque quiso consumar una causa general contra el que fuera líder de la derecha española y los resultados no le acompañaron.

Aznar era muy consciente del peligro de la cita parlamentaria, se la preparó a fondo y protagonizó un toma y daca dialéctico que llegó a conformar un discurso político en el que introdujo el golpismo de Rufián, el parentesco etarra de Oskar Matute y la condición de peligrosidad para la libertad que representaría Pablo Iglesias.

La intervención del presidente –que abrió los noticiarios de radio y televisión del martes y ocupó amplios espacios en las portadas de los diarios del  miércoles- fue analizada desde un apriorismo insuperable por sus adversarios políticos y mediáticos, pero resultó sonoramente aplaudida por la derecha política y social.

La desinhibición de Aznar en el Congreso ha sido un aviso a navegantes porque en el PP se ha celebrado el regreso de la contestación ideológica, con su nuevo líder, Pablo Casado, reforzado, después de tantos años de silencio administrativo de Rajoy y de su concepción burocrática de la política.

Muchos ciudadanos se han dado cuenta ahora de que la distensión que procuraba el carácter funcionarial de la gestión del anterior presidente del Gobierno no respondía a un moderantismo o a una forma de centrismo frente a la agresividad de Aznar, sino a un desmayo ideológico que se terminó de comprobar con su inédita expulsión  mediante una moción de censura y la pérdida del Gobierno por el PP.

Esta semana ha sido prolija en acontecimientos importantes. Pero uno de ellos, y podría ser que referencial para la sociedad española, ha sido, sin duda, el regreso de Aznar a una forma de liderazgo tutorial de la derecha, que el expresidente remató con el diálogo con Felipe González, celebrado el jueves, sobre el 40º aniversario de la Constitución, recogido este viernes por prácticamente todos los medios.

No conviene minusvalorarlo. Porque el PP –en línea con otros partidos europeos, entre ellos la CDU y el CSU alemanes- ha disminuido su vocación centrista ya que el moderantismo ha sido mal entendido y considerado por una parte de la izquierda que se ha arrogado la facultad de determinar donde estaba y donde no la corrección democrática.

Y que ha banalizado, por ejemplo, la imprecación de “facha” y de “fascista” como  denuncia Nicolás Sartorius en su muy estimable libro antes citado. El que fuera diputado del PCE y cofundador de CCOO, escribe que “en el caso de nuestro país, en el debate catalán la manipulación ha alcanzado niveles grotescos, llegándose a calificar de fascista a todo aquel que se opone o combate la actividad secesionista de los partidos nacionalistas, cuando en realidad, donde aparecen algunos rasgos del fascismo es en los partidos nacionalistas radicalizados”.

El autosabotaje de la izquierda consistiría por lo tanto en no dimensionar correctamente (como ha ocurrido en otros países en donde ha caído clamorosamente) las hechuras de la derecha en un tiempo convulso, repleto de contradicciones y de malestares que pueden descontrolarse como ya ha sucedido en sistemas políticos tan sólidos y convencionales como los del Reino Unido, Italia, Suecia o Francia.

En todos ellos, la izquierda ha entrado en recesión y la derecha ha abandonado un territorio –el central, el propio del moderantismo- ante ese viejo complejo de superioridad moral de un progresismo, tantas veces impostado, que se alumbra con el resplandor de las cenizas.