DESDE MADRID

Sánchez y la estrategia del escarmiento

Pedro Sánchez

Pedro Sánchez / JONATHAN NACKSTRAND

José Antonio Zarzalejos

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Sobre el papel, el Gobierno de Pedro Sánchez parecía inverosímil. Con solo 84 diputados de 350 y apoyado el socialista de forma coyuntural en una coalición de rechazo a su predecesor nadie hubiera apostado por una mínima estabilidad de su Gabinete. Ni él mismo, que advirtió raudo de que llamaría a las urnas “cuanto antes” y que, después, se ha desdicho asegurando que quiere concluir la legislatura en el 2020.

Escuchándole y observándole el pasado lunes en la Moncloa -con motivo de la entrevista con Pepa Bueno para la cadena SER- se percibe la sensación muy viva de que el secretario general del PSOE está poseído por la lógica de durar en el cargo y de hacerlo tratando de convencer a sus socios renuentes de que él es para ellos la mejor de las opciones.

La conferencia de Quim Torra el martes resultó de tono menor para Sánchez. No solo tenía previstos sus contenidos tan ampulosos como impracticables, sino que le emboscó unas horas antes con la propuesta de un “referéndum de autogobierno” que, aunque lógicamente referido al estatutario, se formuló con un cierto grado de ambigüedad, suficiente para que la oposición entrase al trapo y el presidente de la Generalitat quedase ligeramente descolocado.

La intervención de Torra fue la expresión de un escarmiento, es decir, del aprendizaje de los errores del independentismo que no se pretenden repetir. Fue una exposición que condensó toda la retórica del 'procés' y, al tiempo, toda su ineficiencia. De ahí que desde la CUP y la ANC se criticase la intervención y que el propio Torra tuviera luego que complementar sus vacuidades: dice que llegará hasta donde llegó su predecesor  y que abrirá las puertas de las cárceles si la sentencia que recaiga sobre los políticos presos no es absolutoria. Palabras.

Poquedad política

Pasaron apenas 72 horas y se estaba reuniendo en Barcelona la Junta de Seguridad, mientras en el Congreso los independentistas convalidaban reales decretos ley. Sánchez sabe que el secesionismo está escarmentado como lo demostraría, no solo la poquedad política del discurso de Torra, sino también la fugacidad con la que ha transitado por el aniversario de las sesiones parlamentarias del  6 y 7 de septiembre de 2017, que en el calendario de hitos del proceso fue el 'momentum catastrophicum' al que se refirió Pío Baroja en 1919 y que consiste en ese instante en el “que las mentiras con apariencia de verdad caen a veces sobre un país y lo aplastan”. Las leyes de desconexión aplastaron la democracia en Catalunya.

El presidente del Gobierno, seguramente, no va disponer de Presupuestos para 2019, tampoco va a lograr que se apruebe la ley orgánica que confiere al Senado la capacidad de vetar la senda de déficit, no va a poder implementar las medidas fiscales que dice pretender, ni modificar ni una sola de las leyes que se aprobaron con el Gobierno popular. Veremos si logra exhumar la momia de Franco. Pero va a embridar a los independentistas más por estar ellos escarmentados que persuadidos y va a controlar los tiempos para llegar al verano del 2019 y plantearse -entonces sí- la convocatoria de elecciones generales.

Para esas fechas podría haber sentencia del Supremo sobre el 'procés', estarán los resultados de las municipales, europeas y  autonómicas (en Andalucía parece que se convocarán de inmediato) y se habrá consumado la “segunda temporada” de un independentismo al que desde la Moncloa le atribuyen una precaria unidad interna que se manifestará en la batalla electoral por Barcelona en la que Sánchez parece contar con que Colau, tras la marcha hastiada de Xavier Domènech, nada tiene que hacer.

Aunque Catalunya almacena energías recónditas e imprevisibles (y el PP mayoría absoluta en el Senado, puesta a disposición de Sánchez para aplicar el 155 si Torra pasa del dicho al hecho), el presidente, con esa determinación que le llevó a resucitar políticamente, haciendo cierta la afirmación de Churchill (“En la guerra nos pueden matar una vez; en política, muchas veces”), está dispuesto a resistir tanto cuanto sea preciso porque las palabras son palabras y por desafiantes que resulten él les niega capacidad desestabilizadora.

Ahí se mantendrá mientras el ruido de septiembre y octubre atruene en la Catalunya (que fue) insurrecta y mientras los fiscales de Sala del Supremo que llevan el caso de los políticos presos ya han dejado saber oficiosamente que su calificación penal será por “rebelión  y subsidiariamente por conspiración para la rebelión”, planteamiento que la fiscal general del Estado asumiría con el silencio del Gobierno por más que Pere Aragonès pretenda otra cosa.

El otro escarmentado

El segundo escarmentado es Pablo Iglesias (paga el 'error Rajoy' de marzo de 2016, cuando pudiendo hacer presidente a Sánchez le dejó la Moncloa al popular). Abrumado por los problemas internos, pero con instinto de supervivencia, el líder morado le aprobará al presidente la senda de déficit y, probablemente, hasta los Presupuestos. Como para TorraSánchez es la mejor opción para el secretario general de Podemos que está haciendo la política que le recomendó Iñigo Errejón al que se dispone a despedir de la ejecutiva para que se dedique a Madrid y no le haga sombra.

Sánchez ya sabe que el andamiaje populista es efímero, que la marcha de Domènech le abre senda al PSC, que el apartamiento previsto de Errejón debilita la bolsa pragmática de votantes de Podemos, y que si Manuela Carmena decide no presentarse a la alcaldía de Madrid, algo podría hacer el PSOE en la capital de España. A Sánchez le funciona el escarmiento con los socios de su exitosa moción de censura. Ninguno quiere saltar de la sartén al fuego. Todo esto no es, en rigor, ejercicio de la política ni manejo del Gobierno, sino prácticas de supervivencia. Quizá Sánchez se ilustró con la gestión de los tiempos y el trato a los adversarios de Mariano Rajoy.