El órdago soberanista
La «mutación» constitucional
Herrero de Miñón pide reinterpretar la Carta Magna sin reformarla para blindar a Catalunya
¿Acaso significa lo mismo la palabra matrimonio ahora que hace 35 años? ¿Y la palabra vida? ¿Y soberanía, «vistas las transferencias a la UE»? Entonces, ¿por qué no se aplica esa misma reinterpretación de la Constitución con el caso catalán?
Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, jurista, exdiputado de UCD y el PP y uno de los padres de la Carta Magna, lanzó ayer esta propuesta en el Cercle d'Economia como la vía para atajar «la desafección» y solucionar el conflicto Catalu-nya-España. Sería un pacto de Estado para cambiar la ley de leyes sin cambiarla; una «mutación» diferente a la inclusión de una disposición adicional planteada por Josep Antoni Duran Lleida pero que también serviría para blindar competencias de Catalunya y tratarla de forma singular. El fin del café para todos.
Financiación, educación, lengua... Lo necesario con el fin de dejar claro que «Catalunya es una nación» y todo ello para someter después el nuevo estatus a una consulta popular entre los catalanes. Porque el problema está «en no reconocer de una vez la realidad nacional de Catalunya», aseguró ante decenas de empresarios que atendían gratamente sorprendidos. También el expresident Jordi Pujol, el conseller de Economia, Andreu Mas-Colell, el abogado Miquel Roca y el exministro Narcís Serra escuchaban atentamente.
Tres condiciones
Herrero de Miñón citó como ejemplo el trato diferencial que recibe Navarra con su fuero, reiteró que solo la política puede resolver un conflicto «político, no jurídico» y remató: «Solo los malos juristas creen en la letra de las leyes». Gran parte del auditorio, acostumbrado a oír la cantinela de siempre tanto desde el bloque antisoberanista como desde el independentista, disfrutaba con el discurso del experto, aunque también había cierto escepticismo con que esa fórmula pueda lograr el plácet del Gobierno central. El propio conferenciante, repudiado ahora por muchos excompañeros de partido, lo admitió. No es tarea fácil. Y puso tres condiciones para que cristalice su plan.
En primer lugar, reclamó que se quiera superar la crisis «y no capitalizarla» con otros fines, entre ellos los electoralistas; los unos porque piensan que «el cuanto peor, mejor» les ayudará a internacionalizar su causa y los otros, en Madrid, porque sueñan con que esta trifulca se lleve el Estado por delante para diseñarlo a su antojo (hubo quienes entendieron esto como una pulla a José María Aznar).
En segundo lugar, Herrero de Miñón pidió «medidas de confianza» y «gestos de recíproco aprecio» como «el aplazamiento de normas polémicas» (ley Wert, reforma local...), y en tercero, abogó por una negociación que no depare «ni vencedores ni vencidos», en la que ni Artur Mas ni Mariano Rajoy salgan «humillados». No especuló sobre una hipotética independencia. Tampoco vio una salida en el federalismo. Sí confió en que «no habrá choque de trenes» y acabó con un aviso a quienes confían en que la UE tome cartas en el asunto: «No es garantía de nada. No haría nada hasta que hiciera algo, pero ese algo se dilataría mucho».
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