Los escándalos de corrupción

La espalda y el reloj de Rajoy

En el PP se extiende la idea de que su líder aguanta el escándalo y maneja los tiempos

GEMMA ROBLES / JUAN RUIZ SIERRA
MADRID

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Cinco años del caso Gürtel. Cinco años de estrategia de los populares para tratar de aguantar un chaparrón político que muchos pensaron, ya hace años, que haría caer a su cúpula directiva. No ha ocurrido. La sospecha de corrupción se ha instalado en el edificio que tiene el PP en la madrileña calle de Génova. Lleva allí un quinquenio. Convive con el resto de inquilinos del inmueble.

A veces, animada por la publicación de informes policiales o declaraciones judiciales de gran relevancia como la del extesorero Luis Bárcenas el pasado julio, se crece. Ha llegado a ocupar la planta noble cuando se difundió, gracias al mencionado Bárcenas, que en ese partido los jefes se repartían sobres de dinero en negro proveniente de donaciones ilegales de empresarios. Y hasta amagó con ocupar el despacho de Mariano Rajoy cuando, también en julio, se hicieron públicos unos SMS que dejaron en evidencia al actual jefe del Ejecutivo, que había asegurado que no mantenía contacto con Bárcenas desde el 2010. No era verdad. El presidente tuvo que comparecer en sede parlamentaria por ello en pleno mes de agosto.

Pero ni la entrada en la cárcel del extesorero; ni sus amenazas de tirar definitivamente de la manta; ni el escándalo provocado por el caso Gürtel y sus derivadas en las propias filas populares han movido de la silla a Rajoy. Entre sus compañeros se comenta que las espaldas del líder «lo aguantan todo» y que su reloj, con unos tiempos para reaccionar que a veces desquician a propios y ajenos, se diseñó a prueba de crisis.

Todo comenzó en el 2009. El todavía juez de la Audiencia Baltasar Garzón ordenó las primeras detenciones de una red corrupta que, según los indicios, mantenían conexiones (contratos a cambio de supuestas comisiones o regalos para algunos de sus integrantes) con el PP de Madrid y el PP valenciano. Sus cabecillas, Francisco Correa y Álvaro Pérez, el Bigotes, se hicieron famosos en horas. El PP estaba en la oposición y Rajoy optó por reclamar el apoyo de todos sus barones territoriales sugiriendo que se había montado una conspiración contra el partido.

La estrategia jurídica a seguir y las acciones a desarrollar entre bambalinas se dejaron en manos del veterano Federico Trillo que, como ya logró con el caso Naseiro en los años 90, consiguió colocar el foco sobre el juez que instruía el caso y sentarlo en el banquillo del Supremo por un fallo en la instrucción. Garzón terminó fuera del caso y de la Audiencia y, políticamente, el tema se cerró en falso con dimisiones de cargos en Madrid y Valencia. Incluido el expresidente valenciano Francisco Camps.

El punto de inflexión

Pero la salida más significativa y la clave del escándalo, como se supo después, fue la de Bárcenas. En enero del 2013 y tras varias piruetas del caso en los tribunales, se hizo pública una rogatoria de Suiza que desvelaba que el extesorero del PP tenía escondidas en paraísos fiscales grandes cantidades de dinero. Unas semanas después, El País publicó los llamados papeles de Bárcenas relativos a hipotéticos cobros en negro en el partido. Incluido Rajoy y José María Aznar. El PP vivió un terremoto. Y la opinión pública se escandalizó al saber que Bárcenas se fue pero, en realidad y en contra de la versión oficial popular, mantuvo chófer, secretaria, un despacho y un contrato «en diferido», como dijo la secretaria general, María Dolores de Cospedal.

Meses de versiones contradictorias desde entonces; el extesorero a prisión y un presidente que llegó a estar en la cuerda floja. Por el momento, su espalda aguanta. Y eso que el PSOE ha mordido con fuerza en esta trama y ha pedido dos veces la dimisión de Rajoy.