EL PROCESO SOBERANISTA GENERA CONTRADICCIONES EN EL SOCIALISMO CATALÁN

PSC, la tensión viene de lejos

Martín Toval, Majó, Serra, Lluch, Obiols y Reventós, en un acto electoral en los 80.

Martín Toval, Majó, Serra, Lluch, Obiols y Reventós, en un acto electoral en los 80.

CARLOS PASTOR

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La defensa del federalismo y la voluntad de trabajar por los intereses nacionales de Catalunya en el marco de una España democrática son principios que figuran, desde siempre, en los documentos congresuales del PSC. No se los han inventado Pere Navarro y su equipo. Ahora bien, en el seno del partido socialista han coexistido desde el principio dos formas distintas de entender el catalanismo y las relaciones con España que han generado contradicciones que ha tapado el inmenso poder institucional del que ha gozado el PSC hasta anteayer pero que han implosionado ahora que todo son vacas flacas y  por la presión externa del proceso soberanista. «Son dos los extremos que permanecen fuera de este marco de actuación [del PSC]: el independentismo, que propugna la secesión de Catalunya, y el españolismo, que propugna la uniformización de España», señalaba, la resolución de su séptimo Congreso (febrero de 1994).

A quienes adviertan que ese fue el congreso en que los llamados capitanes (dirigentes territoriales) se impusieron a los obiolistas (seguidores de Raimon Obiols), considerados más catalanistas que los otros, se les puede recordar la resolución del congreso anterior (octubre de 1990): «(...)Llevamos a cabo este combate como partido soberano y articulado federalmente con el PSOE, en la convicción (de) que la construcción del socialismo en Catalunya y la propia construcción de Catalunya como nación no pueden estar aisladas de la construcción del socialismo a nivel general ni de la construcción de la España democrática como comunidad federal de pueblos».

O incluso resoluciones anteriores (del quinto congreso, diciembre de 1987, con Joan Reventós como presidente y Obiols como secretario general): «Una nación [Catalunya] que tiene la voluntad de continuar su propia historia en el marco de una España democrática, respetuosa de la realidad plural de los pueblos que la componen y comprometida en su modernización y la plena integración en una Europa unida». (...) «El federalismo, precisamente, aparece como la fórmula más adecuada para hacer realidad la integración definitiva de las nacionalidades y las regiones de España en un proyecto común de futuro».

Contradicciones internas

Pero, como decíamos, las contradicciones internas existían desde el año cero del PSC. Y en el 2014 lo que se había considerado el principal activo del partido para ganar las elecciones -las distintas sensibilidades que representaban la complejidad de la sociedad catalana- le está desgarrando a la hora de afrontar la recuperación tras los fracasos recientes.

Cuando, a principios de 1978, se supo que Reventós y Felipe González habían negociado la fusión de sus respectivas organizaciones, hubo seguidores del primero que prefirieron irse a casa antes de aceptar que el PSC tuviera una relación orgánica, aunque de carácter federal, con el PSOE. Y algún importante dirigente se jactaba no hace mucho de no haber pisado jamás la sede de Ferraz, como si fuera esta una muestra de su catalanidad.

La convivencia de socialistas de distintas procedencias ideológicas, culturales y hasta socioeconómicas en una misma organización nunca fue fácil, aunque no puede hablarse de compartimentos estancos impermeables entre sí. A la fusión concurrieron el PSC (Congrés), fruto a su vez de la confluencia de varias pequeñas organizaciones socialistas bajo el liderazgo de Joan Reventós y Raimon Obiols; el PSC (Reagrupament), el gran rival por el espacio socialista-catalanista, liderado hasta su muerte por Josep Pallach, y la Federación Catalana del PSOE. El PSOE aportaba una marca histórica, militancia obrera, relaciones internacionales (y por lo tanto dinero) y hegemonía sobre las demás fuerzas socialistas españolas de entonces. El PSC (Congrés) y el Reagrupament, cuadros intelectuales y pedigrí catalán. El partido de Reventós y el PSOE ya habían concurrido unidos a las primeras elecciones de la democracia (1977), mientras que el Reagrupament se había coligado con la Convergència  de Jordi Pujol.

El nuevo partido dispuso de grupo parlamentario propio en el Congreso (al igual que los socialistas vascos), hasta que Alfonso Guerra pactó con UCD una reforma del reglamento de la Cámara que lo impidió. La voz de «los catalanes» en el Congreso la monopolizaría desde entonces CiU, una herida que aún está abierta en el PSC.

La nueva organización vivió durante los primeros años una enconada lucha por el poder entre una parte de militantes procedentes del PSOE atrincherados en la UGT y los cuadros del antiguo PSC (Congrés) aliados con una parte de la extinta federación, sectores que de forma reduccionista se conocieron como obrerista y obiolista, respectivamente. El  conflicto se saldó, al menos temporalmente, con la victoria de los obiolistas en el segundo congreso del partido, en julio de 1980.

La inopinada derrota de Reventós frente a Pujol en las primeras elecciones autonómicas (marzo de 1980) fue un golpe muy duro para un partido que hasta entonces lo había ganado todo: legislativas de 1977 y 1979 y municipales de este mismo año. Y que las seguiría ganando hasta el 2011, aportando un número de diputados que resultaban imprescindibles para las mayorías del PSOE, muchos escaños más sobre los que obtenía el PP en Catalunya que los socialistas de la más poblada Andalucía sobre los populares de allí.

Otro cáliz amargo fue la aprobación por la UCD y el PSOE, en julio de 1982, de la ley orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), un intento de reordenar, a la baja, el Estado autonómico que anuló luego el Tribunal Constitucional. A punto estuvo de hacer fracasar la reciente unidad socialista por la resistencia inicial de la dirección del PSC a votar el texto.

Al mismo tiempo que se imponían en los comicios legislativos y locales, los socialistas se estrellaban en las elecciones catalanas: tras Reventós,  probaron con Obiols y Joaquim Nadal, quienes nada pudieron hacer frente a Pujol. Fue entonces cuando los capitanes aceptaron ir a rescatar de su exilio romano al alcalde por antonomasia. Pasqual Maragall aterrizó con ideas propias, que el aparato del partido asumió a regañadientes.

El Estatut

La historia es conocida: a la segunda oportunidad, Maragall logró la investidura para presidir la Generalitat, aunque fuera a lomos de un pacto con Esquerra e Iniciativa. Lo que nació como una maniobra táctica para desgastar a Pujol -la reforma del Estatut- se convirtió en su ambicioso proyecto que está en el origen de muchos problemas actuales.

La autocrítica del 12º congreso del PSC (diciembre del 2011) por la etapa del tripartito resulta significativa:  «En pro de la gobernabilidad, a menudo ha mantenido posiciones difusas o ha priorizado cuestiones identitarias alejadas del ideario socialista que no han sido entendidas por nuestras bases y que nos han restado credibilidad, y no ha dejado claro que la defensa de una Catalunya fuerte en una España federal y con respeto hacia ambas lenguas, pero con una defensa firme del autogobierno ante el Gobierno de España, no significaba claudicar ante una deriva independentista de uno de nuestros socios» (por ERC).