Análisis
El día en que Puigcercós entró en el infierno
Marçal Sintes
Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).
MARÇAL SINTES
Puede que lo de ERC sea peor que lo del PSC, aunque a los socialistas les cueste de creer. Lo de Esquerra recuerda poderosamente a lo que ocurre en aquella película -Origen, con Leonardo DiCaprio- en la que un comando es capaz de infiltrarse en los sueños de las personas para cambiarlos y así arruinarles la vida. El domingo Joan Puigcercós y los suyos atravesaron el umbral de un infierno ante el que no me atrevo a decir, como Dante en La Divina Comedia, que haya que abandonar toda esperanza, pero sí que no parece nada sencillo salir de él medianamente bien parado.
Los demonios que van a perseguir a Puigcercós y su entorno empiezan por el del horrible resultado de las elecciones. Un resultado que tiene causas estructurales, pero al que ha contribuido una campaña errática, que empezó con ERC tachando a CiU de corrupta y acabó con Puigcercós presentándose como el complemento ideal de Artur Mas. Las cifras apenas pueden ser peores. ERC ha caído de 21 diputados a 10 y del 14% al 7%. El derrumbe es más elocuente si cabe por cuanto el independentismo sociológico se halla en el que constituye seguramente su mejor momento desde la transición. Pero tan dramático como las cifras va a resultar la irrupción de Joan Laporta, que entra en el hemiciclo catalán con tres diputados más -todos ellos muy motivados y con un talento nada despreciable- para recordarles a los de Puigcercós sus errores y pecados, y con la meta de desplazarlos como referente independentista. Si hasta ahora -o, al menos, hasta la escisión carreterista- ERC miraba hacia adelante, siempre con el anhelo de hacer hincar la rodilla a CiU, ahora deberá estar atenta, y mucho, a su espalda.
Sin duda Laporta va a ser un tormento infernal. Presumiblemente, además, Solidaritat va a convertirse en una fuerte tentación para el electorado de ERC, así como para una parte del de CiU. Los riesgos, sin embargo, no acaban aquí. Imagínense por un instante que uno, uno nada más, de los 10 diputados que le quedan a ERC decidiera, fruto de las previsibles refriegas internas, convertirse a la fe laportista y cambiar de bando: entonces Solidaritat podría abandonar el Grupo Mixto y constituir su propio grupo en el Parlament, lo que incrementaría su margen de maniobra y su potencial de crecimiento.
Asimismo, la cúpula de ERC deberá legitimar ante sus bases su decisión de permanecer al mando, de eludir la asunción de responsabilidades en vistoso contraste con lo que ha hecho, por cierto con gran dignidad, José Montilla. Cabe recordar aquí que el tándem Puigcercós-Ridao echó por la borda no hace mucho a Carod-Rovira, quien ostenta en su haber las mejores marcas electorales de la historia de la ERC posterior al restablecimiento democrático. Carod, que ya antes del domingo era una angustiosa obsesión para la dirección republicana, amenaza con serlo aún más. Máxime si empieza a disparar sus característicos obuses dialécticos a modo de venganza contra los que le ofendieron, algo que las apuestas vaticinan que va a tardar muy poco en suceder.
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