El ambiente

Un debate muy bastardo

La sesión muta por momentos en escaparate visual, concurso televisivo y reunión en la que un oscuro e incipiente credo intenta captar nuevos adeptos. Tres en uno

Aplauso ministerial 8 Ángeles Gónzalez Sinde, Trinidad Jiménez, Beatriz Corredor, Cristina Garmendia y Bibiana Aído aplauden al presidente.

Aplauso ministerial 8 Ángeles Gónzalez Sinde, Trinidad Jiménez, Beatriz Corredor, Cristina Garmendia y Bibiana Aído aplauden al presidente.

JUAN RUIZ SIERRA
MADRID

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Bastardo. El debate sobre el estado de la nación es un acto bastardo. Está pensado para que el presidente del Gobierno y los grupos parlamentarios expliquen por qué momento consideran que está pasando España –un país en el que, dijo ayer José Luis Rodríguez Zapatero,«se puede vivir a gusto»–, pero hay momentos, o al menos los hubo esta vez, en los que degenera de su origen y se convierte en un escaparate visual, una reunión en la que algún incipiente y oscuro credo se esfuerza por captar adeptos o un concurso televisivo diseñado para que sus participantes ganen o pierdan en función de lo que diga ese invento llamadoaplausómetro.

Si este debate supone una impagable vitrina política, el patio y los pasillos del Congreso ejercen de pasarelas. Por allí, tras el discurso del jefe del Ejecutivo, pasó refunfuñando Miguel Sebastián. Hacía frío en el hemiciclo, mucho más del que el titular de Industria considera recomendable (su departamento abomina de cualquier aire acondicionado a temperatura inferior a los 24 grados), y él tenía un motivo extra para quejarse: lo sentía de forma más fuerte que la mayoría de diputados y miembros del Gobierno. No llevaba corbata. En esta ocasión, sin embargo, el presidente del Congreso, el protocolario José Bono, no ordenó a ningún ujier que le entregara a Sebastián un lazo en aras de las buenas formas, y el ministro pudo quejarse del gélido ambiente y aplaudir al presidente de forma más cómoda, con mayor libertad de movimientos en el cuello, que el resto de la bancada socialista de sexo masculino.

La adicción al choque

Hay algo profundamente adictivo en el acto de chocar las palmas de las manos. Los dos únicos grupos que pueden hacerlo en serio son el PSOE y el PP –los otros no cuentan con suficientes miembros para provocar la catarsis en un lugar tan poblado como el hemiciclo–, y el primero empezó el día de forma tímida porque el grave discurso de Zapatero no llamaba al regocijo, pero por la tarde, tras la primera intervención de Mariano Rajoy, aquello fue otra cosa.

Los diputados populares habían recibido a su presidente casi en éxtasis, todos en pie palmeando rítmicamente, y a partir de ahí, mientras duró el discurso, su estado de ánimo fue a más: dedicaron un, dos, tres, hasta 16 aplausos a su líder, siendo memorable el 15º, motivado por la petición de elecciones anticipadas. Aquello no podía quedar así. Aquello requería una respuesta igual o superior. Fue igual. Zapatero provocó que elaplausómetroalcanzara el mismo nivel (muy alto) que había logrado Rajoy, con solo una diferencia: el presidente del Gobierno no saludó en plan torero.

Y entonces, cuando uno y otro habían dejado de decirse lo perniciosos que eran para el país, llegó elmomento secta. Ocurre siempre. Cada vez que el jefe del Ejecutivo y el de la oposición acaban su rifirrafe en el debate, los diputados de un lado y otro se lanzan a persuadir a los periodistas de la indiscutible superioridad de su líder. Así, el secretario general del grupo socialista, Eduardo Madina, en el pasillo del hemiciclo:«Rajoy ha sido como Van Bommel en la final del Mundial. La sensación ahí dentro ha sido de hundimiento total para Rajoy. La réplica de Zapatero ha sido de las mejores que le he visto». Y la portavoz del grupo popular, Soraya Sáenz de Santamaría, dos minutos después, en el mismo lugar:«Rajoy nos ha gustado muchísimo. Ha dicho lo que tenía que decir. Zapatero no ha despertado ni credibilidad ni confianza».

La profundidad en el amor

El acto bastardo, por último, trajo consigo, más allá de la discusión ortodoxa, momentos políticos de altísimo nivel, enigmáticas situaciones sobre las que, sin duda, se discutirá durante años. ¿Llamó Joan Canongia, diputado del PSC,«maricón»a Rajoy, como sostiene el PP? ¿O fue«cabezón»,como aseguran fuentes socialistas? ¿Qué querían decir exactamente los parlamentarios conservadores al gritar a Zapatero«¡estás muerto, estos son tus estertores!»?¿Y el presidente del Gobierno cuando dijo que en las relaciones entre PSOE y PNV adolecían de«profundidad en el amor»?

«¿Qué estamos discutiendo?»,preguntó en su discurso Rajoy.

Por momentos, la única respuesta sincera era:«Ni idea».