MIRADOR

¿Una protesta independentista?

VICENÇ Villatoro

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Ala manifestación del sábado en Barcelona acudió, seguro, mucha gente, muchísima gente, con sensibilidades y con proyectos políticos entorno a la cuestión catalana diferentes. Pero es cierto que en todos aquellos aspectos visibles de una manifestación –pancartas, banderas, lemas espontáneos, cánticos de la gente– el tinte principal fue de carácter independentista o, si se prefiere, soberanista. El Estatut estuvo poco presente, pero estuvo muy presente un escenario pos-Estatut. Vista a pie de calle, la marcha no era solo independentista, pero era sobre todo independentista. O era más independentista que cualquier otra cosa.

Esta preeminencia de los lemas, las banderas y el sentimiento independentistas se puede explicar parcialmente por aspectos coyunturales. Las manifestaciones, como las asambleas, favorecen las posiciones más sencillas de verbalizar y de explicar, contra las que resultan demasiado matizadas y complejas. El género no ayuda al matiz. La del sábado era además la expresión de un malestar, y la indignación busca siempre las formas más contundentes de visualizarse: en 1977 ondear una bandera catalana era un signo de reivindicación, de protesta y de revuelta. Hoy es, por fortuna, una bandera institucional. Para conseguir expresar el mismo grado de protesta hay que subir algunos grados la temperatura y utilizar unaestelada.

Todo esto es cierto. Pero los aspectos circunstanciales no lo explican todo. Parecía –y en buena parte era–una manifestación independentista porque la dinámica profunda de las cosas lo favorece. La sentencia entierra buena parte de las ilusiones en una España plural, plurinacional, plurilingüe, alternativa a la de siempre. El Constitucional dice que no hay otra nación que la española y que las lenguas del Estado no son iguales, no tienen la misma consideración jurídica, ni tan solo dentro de Catalunya. Los que creían que era posible una España diferente a esta han recibido un portazo en las narices.

En la manifestación del sábado, y en el seno del catalanismo, se han juntado dos lemas diferentes. Uno, el del independentismo clásico, dice: «No queremos ser españoles». El otro, el de mucha gente perpleja o resignada, dice: «En España no nos quieren». O, más bien, solo nos quieren si entramos en ella desnudos de lo que somos o lo que queremos ser, de la lengua, de los símbolos, de la conciencia nacional. ¿Cuándo se multiplica el independentismo? Cuando estos dos lemas se encuentran y se suman. Y por una u otra puerta, por la de los que lo quieren o por la de los que se ven empujados a ello, entra mucha gente, votantes de casi todos los partidos.