Los liberales y las herencias
Parodiando a Marx podemos decir que un fantasma recorre España: la abolición del impuesto de sucesiones. La liberal Esperanza Aguirre lo equipara a la modernidad y varias autonomías gobernadas por el PP, empezando por Madrid y Valencia, han pasado de las palabras a los hechos. En Catalunya el nuevo tripartito quiere liberar del impuesto al 80% de la población --los menos privilegiados-- y eliminarlo para las viviendas de un valor catastral de hasta 600.000 euros. Hay dos razones. Una pragmática, la competencia fiscal entre comunidades autónomas. La otra de fondo: en la práctica, desde la época de Solchaga como ministro de Economía, los propietarios de empresas familiares --aunque sean muy ricos-- no pagan impuesto de sucesiones. Un lobi eficaz montado por Alavedra esgrimió la necesidad de evitar la venta obligatoria de empresas en el momento sucesorio. Con todo, dicho impuesto recauda en Cataluña más de 600 millones de euros. Si se pierde una parte, habrá que subir otros impuestos, o disminuir gastos. Pero el fondo de la cuestión es si realmente es moderno y liberal eliminar el impuesto de sucesiones, ya sea de golpe, o de forma gradual, como pregonan, respectivamente, los liberales estilo Aguirre o Fernández Teixidó. La respuesta es mas bien negativa. El impuesto progresivo sobre sucesiones redistribuye y no grava al creador de riqueza --útil para la sociedad-- sino al heredero. Y solo un pensamiento aristocrático, precapitalista, puede sostener que los hijos de los que han sabido crear riqueza serán, a su vez, esforzados empresarios.
Por eso la liberal Norteamérica ha sido uno de los países con un impuesto de sucesiones más elevado. Allí la alta imposición ha favorecido --con sus desgravaciones-- la creación de un boyante firmamento de fundaciones privadas --la Rockefeller y tantas otras-- que han contribuido al esplendor del sistema americano. Se puede estar contra gravar la herencia desde posiciones neocon, como Bush. O desde una concepción patriarcal de la propiedad. Pero no desde el liberalismo anglosajón o schumpeteriano cuya base es la ética protestante del esfuerzo personal.
En Europa también ha habido liberales que han abogado hasta por la abolición de la herencia. Es el caso de J.J. Servan-Schreiber, autor de El desafio americano, que refundó el partido radical como alternativa al socialismo de máximos de Mitterrand. Y entre nosotros, en 1976, un dinámico y enriquecido constructor, más tarde presidente de la Cámara de Comercio, Josep María Figueras, fundó un fugaz partido liberal catalan, que defendía tanto la economía de mercado como la conveniencia de gravar fuertemente las herencias. Visto lo visto, quizás el centro-derecha haría bien en recordar a alguien tan rabiosamente individualista y liberal como Figueras.
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