Opinión | Conflicto diplomático

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Palestina entra en la campaña

La política de las emociones convertirá en material de propaganda cualquier declaración que lo permita

Archivo - Varias personas durante una manifestación en apoyo a Palestina

Archivo - Varias personas durante una manifestación en apoyo a Palestina / Jorge Gil - Europa Press - Archivo

El reconocimiento por España del Estado palestino es un gesto algo más que simbólico, largamente anunciado y concordante con el estupor y solidaridad de la opinión pública ante la destrucción desatada en Gaza por Israel en respuesta al ataque terrorista de Hamás del pasado 7 de octubre. Pero es discutible el momento elegido para dar el paso –el inicio de la campaña electoral de las europeas– y no puede obviarse la repercusión que puede tener en el ámbito de la relación con Estados Unidos, incluso después de la visita que el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, rindió hace unos días al Departamento de Estado para dar cuenta de la decisión que pensaba adoptar el Gobierno.

El hecho de que Noruega e Irlanda acompañen a España en tal decisión no aminora las consecuencias que puede tener, aunque sean numerosas las razones de justicia histórica para reconocer a Palestina. No por la reacción más que previsible de las autoridades israelís, ni porque quepa asimilar el reconocimiento a una forma de «otorgar una medalla de oro a los terroristas de Hamás», como ha dicho el ministro israelí de Asuntos Exteriores, Israel Katz, sino porque el reconocimiento de Palestina como Estado en el seno de la comunidad internacional es un elemento divisivo en la Unión Europea (solo nueve países lo han hecho hasta la fecha). Y son especialmente relevantes las reticencias de Francia y sobre todo de Alemania de plantearse en el corto plazo el reconocimiento por razones diferentes, pero coincidentes grosso modo con las de EEUU.

Al mismo tiempo, no debe menospreciarse el hecho de que cuantos más países reconozcan a Palestina, más verosímil será la progresión hacia la solución de los dos estados, única fórmula que, con todas las dificultades que cabe imaginar, puede cancelar el largo y sangriento conflicto palestino-israelí. 

Aunque tampoco puede omitirse el hecho de que tal desenlace de la crisis solamente será posible si Estados Unidos, el gran valedor de Israel, se compromete a no regatear esfuerzos para que salga adelante, si fuerzas moderadas ahora en minoría pilotan el Gobierno israelí y si las facciones palestinas moderadas controlan con eficacia la situación en Cisjordania y Gaza. O lo que es lo mismo, es necesario el hipotético consenso europeo que apoya la existencia de dos estados, pero está lejos de ser suficiente.

Discutir serenamente de todo ello durante la campaña que ahora empieza será seguramente imposible. El recurso a la política de las emociones tenderá a simplificar los debates y a convertir en material de propaganda cualquier declaración que lo permita. Si el reconocimiento del Estado palestino por 143 de los 193 miembros de la ONU ha sido insuficiente para contener el progresivo agravamiento del conflicto palestino-israelí y para poner de acuerdo por una vez a los cinco miembros permanentes del Consejo Seguridad, es evidente que nada cambiará cuando el día 28 tres países más reconozcan a Palestina.

Pero con todas les reservas sobre la oportunidad del momento y las consecuencias que se deriven, acaso tenga algún efecto a la larga la acumulación de capital político para que se consagre la solución de los dos estados, tan humana y estratégicamente necesaria.